Posts com a Tag ‘Técnica’
Georges Canguilhem and the Problem of Error | Samuel Talcott || Canguilhem | Stuart Elden || Infrangere le norme. Vita/scienza e tecnica nel pensiero di Georges Canguilhem | Fiorenza Lupi || Vital Norms: Canguilhem’s ‘The Normal and the Pathological’ in the Twenty-First Century | Pierre-Olivier Méthot
Continúa boyante la proliferación de estudios sobre el pensamiento de Georges Canguilhem. La edición de las obras completas sigue avanzando y ya se han completado cinco de los seis volúmenes previstos por el sello parisino de Vrin. Por otra parte, los Fonds Canguilhem, sitos en el Centre d’Archives en Philosophie, Histoire et Édition des Sciences (CAPHÉS), de la rue d’Ulm, siguen recibiendo a nuevas hornadas de investigadores interesados en rastrear en los inéditos del filósofo nuevos hallazgos que permitan recomponer una lectura más precisa de su trayectoria intelectual o nuevas pistas que hagan posible aportaciones valiosas en el terreno de la filosofía biológica. Leia Mais
Vacina antivariólica: ciência/ técnica e o poder dos homens (1808-1920) | Tania Maria Fernandes
O livro de Tânia Fernandes, recentemente lançado pela Editora Fiocruz, é produto de sua dissertação de mestrado defendida na Escola Nacional de Saúde Pública (ENSP), da Fundação Oswaldo Cruz (Fiocruz). Aqueles que apenas passarem os olhos pelo título do livro e o tema tratado com certeza se lembrarão do também recente trabalho de Sidney Chalhoub, que aborda a questão da vacina antivariólica (Cidade febril: cortiços e epidemias na corte imperial, São Paulo, Companhia das Letras, 1996). Entretanto, as semelhanças entre os dois livros terminam aí. As diferentes abordagens escolhidas pelos autores e a originalidade da trajetória e do enfoque de Tânia Fernandes tornam-se evidentes à medida que nos debruçamos sobre o livro da pesquisadora da Casa de Oswaldo Cruz. Enquanto o trabalho de Chalhoub está mais voltado para uma história cultural e procura resgatar as resistências da cultura popular carioca à prática da vacina, Fernandes volta sua atenção para a história da ciência, privilegiando a história da vacina propriamente dita, incluindo-se neste aspecto não apenas a história dos institutos encarregados de produzi-la e aplicá-la, mas também o conhecimento técnico e científico envolvido na sua produção.
Registre-se que, ao estudar as práticas científicas e as técnicas envolvidas na produção da vacina, Fernandes preocupa-se em mostrar como as concepções científicas não podem ser dissociadas das práticas políticas e dos interesses profissionais da comunidade médica, fugindo de qualquer compromisso com uma história ‘heróica’ da ciência. Esta perspectiva fica bastante evidente no capítulo três, onde analisa os conflitos políticos entre o barão de Pedro Affonso e Oswaldo Cruz em torno da concepção de a quem caberia o monopólio de produzir e aplicar a vacina: ao Estado ou à iniciativa privada. O barão de Pedro Affonso, primeiro médico a produzir com sucesso a vacina antivariólica animal e diretor do Instituto Vacínico Municipal do Rio de Janeiro entre 1894 e 1920, defendia seu monopólio privado conquistado ainda no final do Império, quando conseguiu reproduzir a vacina animal no país. Oswaldo Cruz, diretor do então Instituto Soroterápico e representante de uma tendência centralizadora e estatista, defendia a incorporação do Instituto Vacínico ao Instituto Soroterápico e o fim do monopólio privado de Pedro Affonso. Leia Mais
Metodología de la enseñanza de la historia – RACEDO (I-DCSGH)
RACEDO, G. Metodología de la enseñanza de la historia. Buenos Aires. Biebel, 2013. Resenha de: SABIDO CODINA, Judit. Íber – Didáctica de las Ciencias Sociales, Geografía e Historia, n.88, p.82-84, jul., 2017.
Metodología de la enseñanza de la historia: contenidos, procedimientos y técnicas (Nivel Medio) es un libro de didáctica de la historia. La profesora Graciela Racedo cuenta con más de veintisiete años de experiencia en la enseñanza del ciclo medio en las escuelas de Argentina y con una larga trayectoria en la formación y profesionalización de su enseñanza como docente. En 2005 obtuvo el Premio Especial de Ensayo Eduardo Mallea, otorgado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires por su trabajo El gaucho: formación, significancia y vigencia de un mito, editado en 2005 y reeditado en 2008 por Universitas Libors (Córdoba).
El libro está compuesto de cuatro bloques: el primero reúne varias reflexiones teóricas relativas a la epistemología y la metodología de la historia; el segundo se centra en el análisis de la metodología de la enseñanza de la historia; en el tercero encontramos una sección prác tica del quehacer del historiador; y finalmente, en el último bloque, se aporta un anexo con diverso material de aprendizaje para el alumno y de enseñanza para el profesorado.
El primer bloque, «Primera sección teórica: epistemología y metodología en historia», se puede considerar un buen manual del devenir conceptual de la disciplina de la historia en Argentina, en el cual encontramos un cierto giño a la teología de la historia.
Racedo inicia este análisis con el positivismo de Leopold von Ranke, sigue con el presentismo de Carr y la filosofía estructuralista de Foucault y cierra el apartado del conocimiento histórico con el debate de mediados del siglo xx entorno a la historia como ciencia.
Seguidamente se introduce en el intuicionismo y el idealismo de la historia, donde expone distintas teorías sobre el saber histórico que se han desarrollado en el transcurso del tiempo, haciendo especial énfasis en las causas y consecuencias de la historia. El tercer capítulo de este mismo bloque tematiza asimismo el pensamiento cristiano de mediados de este siglo, abordándose en él la filosofía y la teología de la historia y la apertura de la Iglesia hacia la ciencia. Finalmente, la autora expone las principales características del materialismo dialéctico y la escuela de los anales, haciendo referencia a sus máximos representante, entre otros Braudel o Le Goff.
Se trata, en definitiva, de una buena conceptualización histórica que abarca desde la segunda mitad del xx hasta final de siglo. No obstante, como apunta Prats (2003), actualmente se está dando una significativa producción de investigaciones y trabajos de innovación que contribuyen a superar viejos tópicos relativos a la enseñanza y aprendizaje de las disciplinas del área. Al respecto, están surgiendo núcleos de reflexión interesantes en diversas universidades europeas y americanas, unas reflexiones que sería bueno que se hubiesen contemplado en el libro, para así constituir una conceptualización completa y actualizada del devenir histórico.
En el segundo bloque se realiza una apreciación similar, dado que se expone una metodología de la enseñanza de la historia poco adecuada a los tiempos «líquidos» actuales.
Sin embargo, cabe destacar la introducción y adecuación de dos conceptos: por un lado el del «triángulo didáctico», en el cual se establece un diálogo entre docente–contenido –alumno y, por otro lado, la concepción procedimental del alumno, el cual primeramente tiene que incorporar a través de técnicas adecuadas la ubicación espacio-temporal de las coyunturas históricas. Como dice la autora propiamente, «todo con tenido procedimental supone uno conceptual que debe ser aprendido, adquiriendo así el alumnado significación histórica» (p. 53).
En el tercer bloque, la profesora Graciela Racedo expone las técnicas tradicionales de la enseñanza de la historia (gráficos conceptuales, frisos temporales, registros de memoria), más algunas actividades de innovación como la realización de «ferias de la historia». Al respecto, una metodología enfocada en una estrategia expositiva de la enseñanza de la historia, bien utilizada esta, puede dar lugar a interesantes y productivos procesos de enseñanzaaprendizaje, sobre todo en cursos de bachillerato (Prats, 2011). En este sentido, como argumenta Quinquer (1997): Para conseguir que los aprendizajes realizados con métodos expositivos no sean memorísticos y se olviden fácilmente, se han de cumplir algunas condiciones: no es suficiente que el profesor presente los nuevos contenidos de forma muy estructurada, clara y bien sistematizada, porque enseñar no implica necesariamente aprender; se requiere que los estudiantes tengan determinados conocimientos ya adquiridos que den sentido a los nuevos aprendizajes y una buena disposición para poner en funcionamiento sus capacidades de aprendizaje.
Por último, en el cuarto bloque encontramos una serie de materiales para el aprendizaje del alumnado, entre otros un glosario de palabras históricas o unas agrupaciones de fuentes primarias, así como diversas herramientas didácticas para el uso del profesorado.
En síntesis, la obra que reseñamos, un trabajo teórico-práctico fruto de los años de experiencia de la autora como docente en la enseñanza media, nos procura una reflexión con respecto al quehacer de los docentes, tanto en el ámbito teórico como en el práctico. Porque, de acuerdo con Prats y Santacana (Prats, 2011), la educación debe entenderse en el marco de una ajustada dialéctica entre lo factual, lo conceptual, lo metodológico y lo técnico, sin olvidar aquellos aspectos de lo que convencionalmente denominamos «conocimientos culturales».
Referencias
PRATS, J. (2003): «Líneas de investigación en didáctica de las ciencias sociales». História & Ensino, núm.9. Disponible en: <http://bit.ly/2sSSqeb>.— (coord.) (2011): Didáctica de la Geografía y la Historia. Barcelona. Graó.
QUINQUER, D. (1997): «Estrategias de enseñanza: los métodos interactivos », en BENEJAM, P; PAGÈS, J.: Enseñar ciencias sociales, geograf e historia en la educación secundaria. Barcelona. ICE Universitat de Barcelona.
Judit Sabido Codina – E-mail: jsabido@ub.edu Acessar publicação original
[IF]Technocritiques – JARRIGE (DH)
JARRIGE, François. Technocritiques.(1) Paris: La Découverte, 2016. Resenha de: NICOD, Michel. Didactica Historica – Revue Suisse pour l’Enseignement de l’Histoire, Neuchâtel, v.2, p.159-160, 2016.
De nos jours, alors que les moyens de communication de l’information ainsi que la rapidité assurée par la multitude des voies de transport d’objets et de matières transforment le monde, les techniques sont soit déifiées, soit violemment critiquées. Des pesticides aux OGM, du « tout automobile » aux services à la personne assurés par un robot, l’évolution des techniques et leur présence dans notre quotidien nous interpellent.
Comment aborder les techniques2 dans le cours d’histoire donné par l’enseignant ? Quelle place donner à cette thématique dans l’enseignement de l’histoire pour quels débats à soulever ? Où trouver les sources et les textes ? Quel découpage des périodes historiques adopter ? Et quelle place donner au monde non européen ?
Voici quelques réflexions suscitées par la lecture de l’ouvrage Technocritiques de François Jarrige. Un livre qui couronne sept années des travaux que l’historien a consacré aux luttes et contestations ayant accompagné le développement de l’âge industriel depuis sa thèse éditée en 2007.
Son ouvrage, construit en trois grandes parties, suit une perspective chronologique où l’auteur décrit l’alternance d’époques de critiques ou de vénération du progrès technique. La lecture débute par une partie consacrée au refus des premières innovations technologiques au nom de la défense du savoir artisanal, des risques encourus et de l’accroissement de la pauvreté.
Une seconde partie est consacrée aux années 1780 – 1840, et retrace l’infléchissement des débats. Il n’est plus possible de s’opposer aux nouvelles technologies qui apparaissent dans tous les espaces sociaux. Le progrès technique étant accepté, les discours portent, dorénavant, sur la place et le contrôle des machines. Tous les esprits s’y convertissent, dans toutes les familles politiques, jusqu’à l’Église3.
L’auteur nous invite, dans la 3e et dernière étape de notre lecture, à découvrir la résurgence d’une pensée critique qui, après 1945, nous mène aux débats contemporains sur le contrôle des nouvelles technologies.
François Jarrige réalise, tout le long de son ouvrage, une synthèse minutieuse des débats qui ont accompagné l’industrialisation de l’Europe, à travers laquelle il redonne voix aux « vaincus de l’histoire » et décrit la pluralité des discours et les alternatives, maintenant oubliées, qui ont accompagné chaque phase de l’industrialisation. Durant chacune de ces phases, les critiques ont proposé d’infléchir le « progrès » en y introduisant des visions plus égalitaires. Ces dernières ont influencé le cours de l’histoire et ont induit des politiques plus respectueuses de la sécurité et du confort de la population.
Dès lors, une histoire du progrès technique ne saurait se passer d’une histoire des critiques de ces mêmes progrès techniques ; à savoir une inquiétude constante qui accompagne le développement du machinisme et l’envahissement des sociétés humaines par des machines toujours plus complexes.
L’auteur montre que, si des alternatives ont été proposées dans le passé, d’autres sont encore possibles aujourd’hui, non pas pour renoncer à l’innovation technique, mais pour discuter de sa place. Il s’efforce de désacraliser l’analyse des techniques et de les replacer dans l’histoire comme lieu de rapports sociaux inégaux, notamment entre patrons et ouvriers4. François Jarrige sait qu’il expose une analyse qui dénote, dans un monde « façonné par l’innovation »5. Il met en cause le progrès technique ou du moins l’interroge lorsqu’il dénonce la « course à l’abîme du fatalisme technologique ».
La réflexion proposée par l’ouvrage s’inscrit dans une lignée de travaux qui, depuis un siècle, interrogent notre rapport aux techniques6. L’auteur se
réfère abondamment aux travaux de ses prédécesseurs pour mettre en cause une vision univoque des techniques comme apportant le bien-être aux sociétés humaines.
Il propose un parcours dans le temps, étape par étape: de 1800 aux réflexions les plus récentes, il retrace les débats suscités par le développement des techniques. L’enseignant y trouvera de nombreuses citations et références qui enrichiront son travail au quotidien, ainsi que l’analyse des discours et débats depuis 1800.
Cependant, l’approche chronologique choisie par l’auteur ne met pas en évidence les facteurs constants qui ont accompagné ces débats: les enjeux de pouvoir, la crainte de la paupérisation, les atteintes à la nature, la critique sociale.
Ainsi, à travers des périodes, des régions, des outils et leurs divers moyens de diffusion, François Jarrige nous fait voyager sur deux siècles. Au xxie siècle, nous vivons dans un espace mondial fortement unifié par les moyens de communication où la diffusion des innovations se fait instantanément en traversant l’espace et le temps. Pourtant, le débat persiste sur les dangers d’adopter des innovations dont la place dans nos sociétés n’a pas été négociée entre les acteurs sociaux, et dont les effets n’ont pas toujours été mesurés.
Ainsi, ne pas avoir son smartphone à portée de main peut–il entraîner une perte de concentration, des troubles dus à l’anxiété ? Et disposer d’un smartphone nuit-il à la vie en société ? La présence, le refus ou l’acceptation des techniques dans notre quotidien nous divisent autant qu’ils nous fédèrent.
[Notas]1. Paris: La Découverte, 2016
2 Par « technique », nous reprenons la définition qu’en donne Didier Gazagnadou, « un acte efficace sur la matière, sur un milieu ou sur le corps, avec la médiation du corps humain, des instruments, des outils et des machines », voir Gazagnadou Didier, La diffusion des techniques et des cultures: essai, Paris: Kimé, 2008, p. 39.
3 Jarrige François, Technocritiques, p. 125-126.160 | Didactica Historica 3 / 2017
4 Jarrige François, Technocritiques, p. 155 « mettre les machines au service du prolétariat ».
5 Jarrige François, Technocritiques, p. 352, 355.
6 Voir les travaux que Lewis Mumford, François Gilles et plus récemment Didier Gazagnadou, Christophe Bonneuil et Jean-Baptiste Fressoz ont consacré à l’histoire des techniques.
Michel Nicod – Établissement primaire et secondaire Roche-Combe Nyon.
[IF]Arte e técnica em Heidegger – BORGES DUARTE (C-FA)
BORGES DUARTE, Irene. Arte e técnica em Heidegger. Lisboa: Documenta, 2014. Resenha de: PASQUALIN, Chiara, Cadernos de Filosofia Alemã, São Paulo, v .21, n.1, Jan./Jun., 2016.
O livro de Borges-Duarte propõe uma investigação límpida e rica sobre as questões entrelaçadas de arte e técnica, consideradas como fios condutores da reflexão heideggeriana posterior à Ontologia Fundamental. A contribuição original da autora não se endereça apenas aos especialistas de Heidegger, mas se apresenta também como uma imprescindível introdução ao pensamento do filósofo, pelo menos no que diz respeito ao período que vai desde inícios dos anos 1930 até o final dos anos 1960. Excluindo o primeiro capítulo, que oferece uma visão geral e introdutiva dos conteúdos apresentados, o volume reúne sete ensaios, concebidos originariamente como trabalhos autônomos, mas coesos em seus objetivos. Enfeitam o volume tanto a tradução inédita de alguns textos menos conhecidos de Heidegger, quanto a inserção de reproduções das obras de arte mais significativas a que Heidegger se refere nos seus escritos. Entramos, dessa maneira, não somente no processo genético da elaboração de algumas ideias centrais do filósofo, mas, especialmente, no seu “imaginário” íntimo, que é assim desvelado ao leitor.
O segundo capítulo se dedica à análise da entrevista concedida por Heidegger à revista alemã Der Spiegel em 1966, publicada postumamente. A autora lê esse breve texto não tanto como documento biográfico, mas como uma via de acesso preferencial aos densos assuntos do pensamento heideggeriano. Baseando-se no comentário da famosa afirmação heideggeriana “já só um deus nos pode ainda salvar”, a análise se concentra sobretudo na questão de qual salvação é ainda possível na época do atual domínio da técnica. Segundo a leitura proposta, o deus mencionado por Heidegger não deve ser confundido com qualquer representação histórico-religiosa de deus, mas circunscreve a dimensão do divino que sempre escapa ao controle e à manipulação do homem, não obstante o envolva na profundidade da sua essência. De acordo com a autora, não é, contudo, o próprio deus quem salva o homem. Uma tal perspectiva só iria reiterar a imagem tradicional de um deus todo-poderoso, invocado, como ex machina, para restaurar a ordem no caos produzido pelos homens. Pelo contrário, o que salva é o cultivo da recordação de deus, a saudade de nosso vínculo com algo que transcende o âmbito ôntico e o horizonte do manipulável. Nessa perspectiva, tornase claro o convite de Heidegger, sugerido pela entrevista, a colocar em prática um “outro pensar”, depois do fim da filosofia, que seja capaz de despertar o homem para aquela dimensão ulterior que permanece escondida no febril planejamento técnico.
O terceiro capítulo aborda a reflexão heideggeriana sobre a arte e pretende mostrar a sua importância para uma plena compreensão do ser humano. A esse respeito, a autora propõe uma reformulação do conceito de “ser-aí”, tradução corrente do termo alemão Dasein, que nos ajuda explicar o papel da arte na realização existencial: o Da-sein é o “aí-do-ser”, ou seja, o lugar em que o ser se manifesta e ilumina. A arte constitui uma modalidade exemplar por meio da qual o Dasein realiza esse seu posicionamento essencial, na medida em que, criando a obra, funda um espaço, um “aí”, para o descobrir-se do ser. Ao cumprir essa função, a arte tem, de acordo com a autora, uma vantagem sobre o pensamento. Se o pensar só raramente seria capaz de ser mais do que uma preparação da possibilidade do encontro homem-ser, na arte, diversamente, essa reunião se daria de maneira direta e imediata. Partindo dessas coordenadas gerais, o terceiro capítulo segue a evolução da longa reflexão heideggeriana sobre a arte, esclarecendo, em particular, o contexto especulativo – a exploração da verdade e do seu acontecer histórico-epocal – que leva Heidegger a focalizar a arte no começo dos anos 1930. A autora se afasta da tese de Pöggeler, segundo a qual a abordagem heideggeriana da arte seria uma simples fuga romântica depois da desilusão política (cf. Pöggeler, 1972), reivindicando, pelo contrário, a íntima ligação dessa abordagem com o percurso especulativo do filósofo e, sobretudo, a função privilegiada que ela vem a assumir servindo a Heidegger de premissa indispensável para a reflexão posterior sobre a técnica. Adotando uma perspectiva diacrônica, a autora defende que as conferências sobre a origem da obra de arte dos anos 1930 (Heidegger, 2002, pp.5-94) já contêm as linhas essenciais da concepção heideggeriana sobre a arte, a qual não seria depois posta em questão, mas só retocada parcialmente nos anos 1950 e 1960 para ser integrada à reflexão sobre a essência do mundo técnico e sobre a Quadrindade ( Geviert ). Para oferecer um exemplo e uma demonstração dessa tese, a autora passa a traduzir e analisar um breve texto heideggeriano do ano de 1955 sobre o quadro de Rafael, a Madonna Sixtina. Esse escrito não somente conteria todos os elementos-chave definidos na reflexão dos anos 1930, mas também acrescentaria tanto uma meditação mais consciente sobre o destino da obra de arte na época contemporânea, quanto a referência ao conceito de Quadrindade, implícito na ideia de um encontro entre o celestial e o terreno na imagem artística. O quarto capítulo se abre com a afirmação de que a consideração heideggeriana da arte está centrada, desde o começo até o final, na crença básica de que a obra representa o ponto de intersecção entre, por um lado, homem e ser e, por outro, entre humano e divino. Em cada fase da sua história, a arte continuaria a executar essa tarefa, oferecendo-se como manifestação do invisível, como espaço de epifania do sagrado. O que muda é, na visão da autora, a maneira como o homem, em diferentes épocas, experiencia o sagrado: se, no mundo grego, o homem parecia dócil e temeroso frente à poderosa manifestação divina, na época contemporânea ele tem apenas um contato frágil com o sagrado através das experiências da morte e da ausência. A autora estuda como exemplos desses dois extremos do processo histórico da arte, por um lado, a figura imponente do templo grego, referência favorita de Heidegger nos anos 1930; e, por outro, a arte minimalista de Klee, à qual o filósofo se aproxima, sobretudo na década de 1960, vendo, na obra do artista, um testemunho da arte pós-metafísica.
No quinto capítulo, a análise se dirige a duas traduções/interpretações que Heidegger conduz a respeito do primeiro estásimo da Antígona de Sófocles: em 1935, no contexto do curso Introdução à Metafísica e, em 1943, para preparar uma edição privada como presente de aniversário a sua esposa. Esse trabalho de assimilação do texto grego, de intensidade análoga àquele dedicado por Hölderlin à mesma fonte nos anos de 1799 e de 1802-1803, é considerado pela autora como um laboratório fundamental para a gênese da concepção heideggeriana da técnica. No comentário interpretativo do estásimo, desenvolvido no curso Introdução à Metafísica, começa a anunciar-se o interesse de Heidegger pela questão da técnica, a qual se tornará tema central a partir dos anos 1950. Com base no texto de Sófocles, Heidegger elabora uma ontologia da essência do humano como ser duplamente inquietante ( unheimlich ): num sentido positivo, ele é unheimlich em virtude do seu poder criador e violento que força o ser a manifestar-se no ente; por outro lado, o ser humano se revela terrível também num sentido negativo, podendo perverter a sua energia criativa num exercício de controle e de programação rígida que oprime a livre doação do ser. O sexto capítulo examina o particular estilo de pensar posto em prática nos Beiträge zur Philosophie de Heidegger. O problema que surgiu na elaboração dessa obra, e que deve ter sido um motivo para a decisão heideggeriana de não a publicar imediatamente, foi o de individuar uma linguagem adequada para captar e manifestar o Ereignis. A autora traduz esse conceito fundamental dos Beiträge como “acontecimento propício ”, destacando, assim, tanto o aspecto de apropriação recíproca (sublinhado na ressonância da raiz latina prope ), quanto a componente cairológica do instante propício em que acontecem simultaneamente o lance do ser ( Zuwurf ) e o projeto humano ( Entwurf ). Como o ser é em si indizível, o pensar que lhe pode dar voz é nomeado por Heidegger de “sigética” (com referência ao verbo grego sigân, “calar”) e é caracterizado, por um lado, como um acolher cauteloso e reservado, não impositivo; e, por outro, como um dizer não assertivo, mas questionador, aberto e itinerante. Esse estilo de pensamento, que deixa para trás os sistemas da metafísica, é enraizado no afeto fundamental ( Grundstimmung ) da reserva ( Verhaltenheit ), entendida como proximidade discreta e receptiva ao acontecimento do ser. O reconhecimento desse enraizamento do pensar na dimensão afetiva é bem detectado pela autora e a leva à justa intuição de identificar o medium da inter-relação entre ser e homem na disposição ( Stimmung ), na “porosidade afectiva” (p.151). Desse acolhimento afetivo do lance do ser surge um pensar que se configura como obra de arte arquitetônica ou musical, na medida em que ele oferece ao ser um espaço internamente construído e articulado (na sequência harmônica das chamadas “fugas”) para a sua manifestação.
No sétimo capítulo, expõe-se a concepção heideggeriana da técnica, com base no escrito Die Frage nach der Technik, publicado em 1954. Pensar a técnica representa a tarefa fundamental do “outro pensar”, pela qual Heidegger pretende ultrapassar a metafísica. Querendo imprimir à sua reflexão uma marca estritamente ontológica, Heidegger distancia-se tanto de uma abordagem ética, que implicaria uma tomada de posição a favor ou contra a técnica, quanto da concepção vulgar desse fenómeno enquanto instrumento funcional às finalidades humanas. A forma de relacionamento técnico em que o homem moderno está preso, ou seja, o desfrutamento calculador da natureza para fins de autoconservação, pode ser compreendida plenamente somente a partir do reconhecimento da essência da técnica, que consiste no chamado Ge-stell.
Segundo a autora, esse termo conceitual não é “infeliz”, mas é muito adequado, pois permite explicar três traços fundamentais da técnica. Em primeiro lugar, o prefixo ge revela que essa palavra define um conjunto de comportamentos sociais e humanos e que, aliás, é o resultado de um processo genético. Em segundo lugar, o verbo stellen evidencia o ato do pôr, que é ambivalente, pois indica tanto o “deixarser” da techne grega, isto é, o libertar a natureza para a sua luminosa manifestação no ente produzido, quanto a tendência a im -por, típica da racionalidade moderna.
Finalmente, Ge-stell traz à mente a Gestalt, a figura, sendo que a técnica é a forma, o esquema prévio aplicado à realidade para torná-la correspondente à exigência de uma vontade dominadora e interessada na conservação e no progresso do bemestar humano. A tradução mais apropriada para exprimir essa tripla determinação presente no termo Ge-stell é, de acordo com a autora, a de “com-posição”. Partindo dessa precisa análise lexical, a autora descreve a essência da técnica moderna como uma “estrutura estruturante”, pois ela é, ao mesmo tempo, tanto a configuração moderna da relação homem-ser e quanto aquilo que determina de antemão cada comportamento humano. Ao expor o raciocínio heideggeriano, a autora sublinha, enfim, a duplicidade, a natureza de Jano, da técnica moderna, a qual não representa somente o perigo extremo, enquanto esquecimento do ser, mas contém em si também a chance de salvação. Essa última repousa no vínculo originário homem-ser, que ainda é perceptível, embora fracamente, em nosso mundo técnico. A experiência repentina desse vínculo pode levar o homem a recuperar o sentido primitivo da técnica que estava em vigor no mungo grego, e a exercer um saber criativo, que não é mais um fazer opressivo, mas um pôr-se-em-obra da verdade. No último capítulo do livro, a autora volta à questão da técnica e esclarece a sua íntima conexão com a da arte. Com a publicação do texto Die Frage nach der Technik, a meditação heideggeriana sobre a arte, iniciada nos anos 1930, chegaria ao seu pleno desdobramento. Nesse texto, seria trazido à luz e explicitado um elemento que, nas conferências dos anos 1930, ainda permanecia implícito: o da união profunda entre arte e técnica em virtude da sua comum proveniência, a techne grega. No seu sentido autêntico, arte e técnica são modos da techne, isto é, do pôr-se-em-obra da verdade do ser. Contudo, esse “pôr”, no mundo grego, correspondia, de maneira dócil e cheia de assombro, ao desencobrir-se do ser. Assim, foi apenas a partir da modernidade que se perdeu a capacidade de se surpreender, e que se afirmou a necessidade de certeza e segurança – a qual transformou o saber produtivo originário num ávido projeto calculador. A única salvação que se delineia para a nossa época é aquela que consiste na realização do “passo atrás”, isto é, na recuperação do perdido sentido antigo da técnica como saber produtivo, respeitoso da dinâmica de manifestação-retraimento do ser. Nisso resume-se, substancialmente, a mensagem da conferência de Atenas de 1967, intitulada A proveniência da Arte e a determinação do Pensar, cuja abordagem representa a conclusão do livro e o ápice da longa interrogação heideggeriana sobre a essência da arte. Depois dessa breve exposição das teses principais defendidas no texto, gostaríamos de apontar algumas questões que são aludidas pela autora, sem, contudo, ser objeto de uma tematização detalhada, e que estimulam possíveis caminhos para um aprofundamento futuro.
Para uma plena compreensão da reflexão heideggeriana sobre a arte, parecenos imprescindível levar em conta os Beiträge zur Philosophie, nos quais a arte é definida, ao lado de outros modos, como uma das vias de abrigo ( Bergung ) da verdade no ente. Dentre esses outros modos, é mencionada a fabricação de utensílios (cf. Heidegger, 2015, §32, p.73) 1, isto é, a técnica artesanal. Então, no conceito de Bergung, Heidegger pensa, já nos anos 1930, a essência comum da arte e da técnica, ambas as quais são, no seu sentido autêntico e primordial, produções capazes de incorporar a verdade do ser no ente produzido. Além disso, com os Beiträge, cujo projeto já está fixado no seu núcleo central em 1932, surge o primeiro contexto de investigação sobre a essência da técnica moderna, que aqui é designada como maquinação ( Machenschaft ). A esse respeito, não se pode esquecer que, dentre os sintomas da época da maquinação, é mencionado o generalizado mal-entendido acerca da essência da arte, a qual – observa Heidegger – está sujeita hoje ao consumo cultural e é reduzida a mero estimulador de vivências subjetivas ( Erlebnisse ) (cf.
idem, § 56, p.116; § 44, p.92). Essa referência aos Beiträge permite afirmar que, desde a sua primeira concepção, a reflexão heideggeriana sobre a arte está ligada à meditação sobre a técnica: o que Heidegger argumentará nos anos 1950 e 1960 é apenas um desenvolvimento mais amplo do que está contido de forma substancial nos Beiträge. Já nos anos da elaboração (desde 1932) e, depois, da redação dos Beiträge (1936-1938), Heidegger, portanto, não somente concebia a arte como uma maneira de abrigar a verdade ao lado da produção técnica de utensílios (no sentido da techne grega), como também estava perfeitamente ciente do risco ao qual a arte está submetida na época da maquinação. Mas isso não é tudo. Muitos anos antes da conferência de Atenas, Heidegger formulara de maneira explícita, embora ainda de forma interrogativa, a ideia de “uma outra origem da arte” (idem, § 277, p.489), isto é, a possibilidade de que ela volte a ser novamente um meio para a fundação da verdade. A confirmação dessa possibilidade parece vir das anotações heideggerianas sobre a arte de Klee. De fato, o artista personifica, aos olhos de Heidegger, a figura exemplar do “vindouro” (um dos poucos raros Zukünftige de que Heidegger fala nos Beiträge ). Enquanto vindouro, Klee está imerso no afeto fundamental da reserva e na experiência autêntica da morte e, por isso, está receptivo para o dar-se do ser e o acenar do “deus derradeiro ” ( letzter Gott ). Em última análise, vê-se que a própria obra dos Beiträge, e a filigrana conceitual aqui delineada, lançam luz sobre toda a sua produção posterior. É essa obra que representa a “chave hermenêutica” para compreender tanto a filosofia da arte heideggeriana quanto a reflexão sobre a técnica 2, mas, sobretudo – ao que nos parece – para entender a conexão entre elas.
Com a menção dos conceitos heideggerianos de afeto fundamental e de deus derradeiro, levantam-se duas outras questões que podem integrar, de maneira frutífera, o já rico conjunto de problemáticas abordadas pela autora: 1. para compreender a arte é necessário meditar de maneira essencial sobre a essência da Stimmung, do afeto ou da tonalidade; 2. a arte é possibilidade de abertura àquela que poderíamos chamar de “transcendência teológica”. Nesse contexto, pode-se oferecer só algumas sugestões nas duas direções mencionadas. No que diz respeito ao primeiro ponto, a possibilidade de “ uma outra origem da arte” parece-nos depender tanto da experiência real da Grundstimmung pelo artista e pelos espectadores, quanto de uma compreensão filosófica transformada, não-metafísica, da afetividade.
Se o sentir é reduzido a mero Erlebnis, isto é, a emoção superficial, autocentrada e pobre de verdade, a arte é destinada a sucumbir (cf. Heidegger, 2002, pp.85-6).
De fato, como emerge claramente do curso sobre os hinos de Hölderlin dos anos de 1934-1935 (cf. idem, 2004), a obra pode surgir somente de um afeto fundamental e da experiência de verdade que ele oferece. Isso significa que o saber produtivo autêntico, tanto aquele artístico quanto aquele técnico, está sempre fundado na Grundstimmung, pois a afetividade é o medium do encontro entre homem e ser (como já mencionado justamente, mas só brevemente, pela autora). Voltando ao segundo ponto, a arte possibilita a chamada “transcendência teológica”, isto é, a relação do homem com o divino, que transparece na ideia heideggeriana do deus derradeiro. O motivo dessa revelação concedida pela arte está implícito no fato de que a obra é o que funda a verdade do ser. Sabe-se, de fato, que já nos Beiträge Heidegger distingue o seu conceito de ser daquele de deus, e que ele considera o acontecimento do ser como o horizonte em que o deus se pode ainda manifestar (cf.idem, 2015, § 123, pp.236-238 e § 126, pp.239-240). Portanto, se a obra funda o ser, ela desenrola, assim, o horizonte em que o homem poderia, talvez, encontrar deus.
O desenvolvimento das duas questões delineadas precisaria, enfim, de um esclarecimento genuíno da Geworfenheit típica da obra de arte. A sua Geworfenheit não exprime somente o fato de que a obra está situada no âmbito mundano e está exposta ao consumo e à decadência. A Geworfenheit da arte sugere o que Platão, de maneira poética, exprimia na ideia da manía erótico-criativa enquanto dom de deus. Analogamente, a arte é, segundo Heidegger, sempre o fruto de uma dádiva que provém do ser. Além disso, o que se pode extrapolar da reflexão inteira do “segundo” Heidegger é a ideia de que esse lance do ser consiste na kháris, isto é, na dinâmica de uma Stimmung originária, sobre-humana e sobre-linguística, que é amor que possibilita, Mögen que ermöglicht (cf. Heidegger, 2005, p.12) 3. Seguindo essa linha de leitura, aqui só esboçada, a arte resulta ser, em última análise, a resposta hermenêutica possibilitada pelo acontecimento “pático” ou afetivo daquela doação originária.
Notas
1 Veja-se também: Heidegger, 2015, § 242, p.378; § 243, p.379
2 Veja-se: Herrmann Von, 1997, pp.75-86 e também Herrmann von, 1994.
3 Ver também: Heidegger, 2006, p.180.
Referências:
Heidegger, M.( 2002 ). “ A origem da obra de arte”. In: Caminhos de Floresta. BorgesDuarte, I. (ed.). Lisboa: Fundação Calouste Gulbenkian.
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Chiara Pasqualin – Universidade de São Paulo. chiarapasqualin@hotmail.it
Ciência e arte: a trajetória de Lilly Ebstein Lowenstein entre Berlim e São Paulo (1910-1960) – CYTRYNOWICZ M; CYTRYNOWICZ R (HCS-M)
CYTRYNOWICZ, Monica Musatti; CYTRYNOWICZ, Roney. Ciência e arte: a trajetória de Lilly Ebstein Lowenstein entre Berlim e São Paulo (1910-1960). São Paulo: Narrativa UM, 2013. 238p. Resenha de: LACERDA, Aline Lopes de. Arte e técnica a serviço do conhecimento: as ilustrações científicas. História Ciência Saúde – Manguinhos, Rio de Janeiro, v.22, n.3, July/Sept. 2015.
Art and technique at the service of knowledge: the scientific illustrations
Para uma abordagem reflexiva sobre os usos e funções de ilustrações nas atividades científicas, podem ser adotadas diversas perspectivas de análise. A mesma pluralidade de enfoques está presente nos estudos sobre o desenvolvimento do papel da representação figurativa como dispositivo didático na trajetória da ciência como campo de conhecimento.
É possível, por exemplo, investigar essa rica relação na perspectiva da avaliação do papel das imagens na produção e divulgação do conhecimento. Imagens tanto produzidas manualmente quanto provenientes dos principais dispositivos técnicos de representação visual disponíveis, principalmente a partir do século XIX. Em um passo adiante, é possível estudar a própria constituição de uma forma mediadora de alcance do conhecimento da ciência na sua dimensão propriamente visual, que se tornará permanente e irremediavelmente associada ao trabalho científico. Assim, as interconexões entre a escrita científica e as ilustrações que a acompanham são debatidas por linhas de estudos que discutem as dimensões artísticas, pedagógicas, de popularização e difusão do conhecimento científico conjugadas no exercício de ilustrar por meio de imagens. As funções das ilustrações parecem ser tema que gravita em torno dessas discussões (Fabris, Kern, 2006).
É possível também abordar as conexões entre ciência e arte numa perspectiva de desenvolvimento institucional do ofício do desenhista ou ilustrador científico. No caso do Brasil, o foco incidiria sobre a institucionalização da ciência no país, principalmente na última metade do século XIX e, sobretudo, durante o século XX, quando são formados e consolidados institucionalmente centros importantes de produção científica em várias áreas. Nesse processo, as práticas científicas são também desenvolvidas de forma a dotar os trabalhos do rigor e da excelência pretendidos. Certos ofícios são requeridos como peças fundamentais ao desenvolvimento dos próprios trabalhos científicos nos seus cenários principais – laboratórios e trabalhos em campo – e, fundamentalmente, para compor o discurso científico a ser registrado, traduzido figurativamente, utilizado como prova, divulgado, ensinado e, finalmente, arquivado. Todas essas funções estão embutidas na valorização, nos espaços edificados para o trabalho científico, na existência de setores de desenho, fotografia, cartografia e de profissionais habilitados para exercer a função de “tradutores” entre linguagens distintas.
E é igualmente possível refletir sobre o tema das ilustrações científicas a partir da reconstituição analítica de uma trajetória individual, cujo ator foi peça importante em sua área de atuação, com projeção e reconhecimento entre os pares e que tenha desenvolvido um trabalho constante, alinhado às questões maiores – institucionais, profissionais, estéticas, técnicas – que constituem o contexto do modo de exercer o ofício no seu tempo.
O livro Ciência e arte: a trajetória de Lilly Ebstein Lowenstein entre Berlim e São Paulo (1910-1960), de Monica Musatti Cytrynowicz e Roney Cytrynowicz, parte desta última forma de abordagem, mas articula elementos analíticos das três possíveis abordagens apresentadas acima. Tendo como mola propulsora o desejo da neta de Lilly Ebstein Lowenstein – e guardiã de sua memória – de reconstruir a trajetória da avó, o livro serve de veículo para o acionamento da lembrança no âmbito familiar e a transformação dessa lembrança em memória compartilhada por meio de pesquisa e análise dos registros que dão suporte empírico à narrativa analítica presente na obra.
No caso de Lilly, a essas dimensões das relações entre imagem e conhecimento científico que seu trabalho oferece como fonte vêm se somar aspectos singulares de sua trajetória. Imigrante alemã que chega ao Brasil em 1925, formou-se, ainda em Berlim, em escola para moças que oferecia estudo técnico e científico no campo do desenho, da fotografia e das técnicas operacionais envolvendo essas áreas. Ao mesmo tempo mulher, imigrante e portando as credenciais necessárias para atuar profissionalmente no campo da ilustração científica, se insere como profissional em instituições científicas renomadas no Brasil e conquista uma carreira reconhecida num espaço profissional predominantemente masculino. Nas palavras dos autores na introdução do livro,
a trajetória de Lilly Ebstein Lowenstein pode ser narrada sob várias perspectivas que se integram e se entrelaçam. A primeira delas é a de uma vida que sintetiza o percurso das mulheres nas primeiras décadas do século 20, período de consolidação da emancipação e do acesso ao estudo e às profissões técnicas em países como a Alemanha, onde Lilly realizou a sua formação … A trajetória de Lilly é também a de uma mulher profissional, entre a ciência e a arte, que se lançou à imigração no Novo Mundo e conquistou um lugar de reconhecimento social, profissional e intelectual … É também uma trajetória no mundo da ciência e da pesquisa científica (p.11).
Fartamente ilustrado, como era de esperar, o livro não se atém apenas à exploração dos desenhos e ilustrações produzidos por Lilly – todos de técnica e estética impecáveis – e articula bem diversos tipos de fontes provenientes de ampla pesquisa documental. Todos os registros transformados, por sua vez, em imagens que integram uma boa narrativa visual que, em paralelo ao texto escrito, contribui para dar forma ao todo, ao objetivo do livro, o de oferecer múltiplos caminhos de observação dessa trajetória permeada pela interpenetração de aspectos tão singulares.
Partindo de dois documentos pessoais da desenhista – sua certidão de nascimento e seu boletim escolar – a pesquisa documental articula registros provenientes de diversos locais que Lilly percorreu, num movimento de construção narrativa biográfica multifacetada do ponto de vista da exploração das fontes, o que é um ponto alto do livro.
O leitor acompanha os primeiros estudos de sua formação técnica, ainda na década de 1910, numa escola em Berlim que investe na formação sistematizada dos “fotomicrógrafos”. No capítulo dedicado à formação de Lilly na Escola Lette-Verein ficam evidentes as conexões do olhar instrumental valorizado pelo domínio dos novos dispositivos técnicos de captação de imagens – e a fotografia é o centro desse universo no período – com a área da medicina. Não bastava o domínio técnico de obtenção da imagem, era esperado também o entendimento mais profundo, pelo operador, do objeto a ser representado. Um pré-requisito na formação técnica era o conhecimento nas áreas biomédica e botânica para que o ilustrador científico entendesse o objeto que estivesse retratando. Em consequência, durante a sua formação na Alemanha, a desenhista é obrigada a conhecer anatomia, por exemplo, o que a torna representante de uma formação técnica com forte embasamento científico, aspecto que se reflete em seu trabalho. O livro explora bem o preparo e a formação pelas quais Lilly passou para ter destreza no ofício de fotomicrografia. As técnicas para a elaboração dos registros visuais variavam, passando por colorização manual de fotos, por produção de desenhos a partir de fotos etc. Era necessário, ainda, ter um domínio técnico sobre o uso de lentes, de revelação, bem como de formatos e suportes fotográficos.
Sua vinda para o Brasil e seu ingresso na Faculdade de Medicina e Cirurgia de São Paulo em 1926 – onde em pouco tempo se projeta como a principal desenhista e fotomicrógrafa – ocorrem num contexto de transformação do próprio campo científico, consubstanciado no incremento de pesquisas básicas, de atividades em laboratório, preconizados por uma medicina experimental. Esse contexto de desenvolvimento dos trabalhos científicos em outras bases metodológicas confere valor ao desenho científico como atividade integrante da estrutura operacional das instituições de ciência. Segundo os autores do livro, na Faculdade de Medicina e Cirurgia de São Paulo o desenho científico ganha novo status pelas publicações, nas quais servia a diversas cadeiras da faculdade, como anatomia descritiva e topográfica, anatomia patológica (parasitologia, microbiologia, embriologia, histologia, técnica cirúrgica, clínica cirúrgica etc.). Havia igualmente demanda por ilustrações nas teses defendidas.
Alguns detalhes ajudam a entender o processo de profissionalização de Lilly. O uso de créditos nos trabalhos é um deles. No período, era comum a ausência de créditos nas ilustrações. Em muitos casos, os próprios professores ou cientistas ilustravam seus trabalhos. Para os autores do livro, a presença de créditos nos trabalhos de Lilly, mesmo considerando a existência de trabalhos seus sem assinatura, é um indício de reconhecimento do desenho científico como atividade autônoma, conferindo a esse trabalho estatuto científico e profissional.
O trabalho se vale de pesquisa bastante minuciosa e ao mesmo tempo abrangente em termos de escolha de fontes e uso das informações obtidas. Por exemplo, os autores recorrem ao levantamento, no Diário Oficial da União, dos proventos recebidos nos cargos ocupados por Lilly no período – no caso, desenhista micrógrafo – para, numa análise comparativa com outros cargos na mesma instituição, inclusive de direção, aferir a importância da atividade pela remuneração a ela conferida (que era alta à época!).
Em relação às funções mais gerais atribuídas às ilustrações científicas, o livro levanta aspectos interessantes. Um deles é a centralidade que a imagem técnica assume como veículo dos registros, por se apresentar como um discurso visual mais objetivado, nos trabalhos científicos em todas as áreas. A fotografia, nesse sentido, considerada a reprodução exata e fidedigna do modelo, abre caminhos de descrição, de registro e de arquivamento bastante úteis ao método científico (Fabris, 2002, p.33). Mas e o papel do desenho nesse processo? Muito antes do advento das imagens técnicas, ele era o principal meio de representação. Se, por um lado, a representação claramente mediada pela mão humana se vê objeto de críticas na comparação com as novas formas de representação objetivas, por outro, nas ilustrações científicas, é ainda o desenho que desempenha determinados papéis didáticos e de divulgação de difícil transferência às fotografias, como o livro demonstra.
É interessante observar que a busca do “realismo instrumental” (Fabris, 2002, p.39), que impulsiona o uso das imagens fotográficas nos trabalhos científicos, não se impõe como conduta absoluta, uma vez em que nem sempre o “efeito de real” fazia face à performance requerida da representação visual nos inúmeros trabalhos desenvolvidos. Em algumas funções, as linhas dos desenhos foram facilmente substituídas por essas imagens mais realistas obtidas por contrastes de luz. Esse é o caso das imagens microscópicas que inauguraram a possibilidade de acesso ao que era imperceptível à visão humana ao mesmo tempo em que propiciavam o registro para o trabalho descritivo e analítico a partir dos elementos constitutivos do objeto retratado tornados realidade visualmente observável. Segundo Frizot (1998, p.276-277), “o progresso científico alcançado dependia não apenas do acesso ao invisível como também da transcrição do que foi feito visível opticamente – em termos de forma, diferença de material, limitações de substância – e sobre a explicação dessas diferenças”. Ao reter as qualidades do original, o registro fotográfico permitia a sua revisão e reinterpretação, funções caras ao métier científico.
Já o desenho, segundo Correia (2011), mantém algumas vantagens sobre as fotografias, principalmente nas funções didáticas – explicativas, de síntese ou de guia –, a partir da imagem de um objeto ou fenômeno cujo conhecimento se pretende transmitir. O objetivo da ilustração científica, notadamente do desenho, seria representar tipificando o objeto ou fenômeno, o “elucidativo/representativo” do objeto em causa, com vistas a facilitar o seu reconhecimento (Correia, 2011, p.228). Essa performance específica atingida pela ilustração manual fica evidente nas palavras do Dr. Mario Marco Napoli, professor emérito da Faculdade de Medicina da USP e ali estudante entre 1941 e 1946, citado em depoimento no livro, “o desenho tem a vantagem de documentar com pormenores que interessam e era bem mais real do que a fotografia, que não atingia esse resultado. … O que vale na medicina é a documentação. Por mais que a gente descreva, nunca é como o desenho, que fala, demonstra” (p.105).
Especificidades à parte, desenhos e fotografias se uniam na busca pela construção do discurso científico num processo que também alimentava a articulação discursiva desses dispositivos como arquivos da ciência. No caso em questão, as ilustrações, segundo os autores do livro, seriam, portanto, “parte importante do projeto de consolidação do ensino na Faculdade de Medicina, já que as imagens sistematizavam as práticas e permitiam a sua reprodução com exata precisão, seja para a identificação de uma doença, seu diagnóstico, seja seu tratamento, sejam as cirurgias, o que era ensinado em aulas práticas nas quais os alunos observavam e participavam e, principalmente, nas pesquisas” (p.74).
Acompanhando a linha cronológica do livro, em 1934 a Faculdade de Medicina e Cirurgia de São Paulo passa a fazer parte da Universidade de São Paulo, e, nesse processo, Lilly torna-se então funcionária da universidade. Nessa mesma época naturaliza-se brasileira. Em 1944 passa a colaborar profissionalmente para o Hospital das Clínicas, associado à Faculdade de Medicina. Torna-se chefe do Departamento de Desenho e Fotografia e ministra cursos preparatórios de assistentes de documentação científica em desenho e fotografia, num movimento de formação de mão de obra para o ofício. Envolve-se na atividade de ilustração de anatomia com o Dr. Alfonso Bovero, responsável pela cátedra de Anatomia na Faculdade de Medicina, passando a produzir trabalhos de ilustração para as pesquisas de Bovero, bem como de muitos de seus discípulos, utilizando o desenho e a fotomicrografia.
A partir da década de 1930, Lilly passa a colaborar com o Instituto Biológico de São Paulo, fundado em 1927 com vistas ao combate à broca do café. Tendo como primeiro diretor Arthur Neiva, o instituto passa a ter Lilly como ilustradora atuante para a sua seção de anatomia patológica, vinculada à Divisão Animal do instituto. Essa fase foi marcada sobretudo pela parceria que Lilly estabelece com o médico e pesquisador José Reis, atuante nos estudos da ornitopatologia. A função das ilustrações produzidas nesse trabalho era integrar folhetos impressos para distribuição a produtores rurais, com o objetivo de ilustrar procedimentos no trato com o controle de doenças na criação de animais. Nesse veículo científico encontravam-se conjugados os aspectos de “divulgação” de conhecimento acumulado nas pesquisas médicas do instituto; de “veículo pedagógico”, posto que os folhetos visavam informar o melhor procedimento e ensinar a sua reprodução no trato com os animais (desde a forma de criação dos animais, passando pela identificação dos sintomas das doenças, até a conduta a ser seguida no tratamento); e de “veículo de popularização” do conhecimento científico, uma vez que eram construídos esquemas, tanto de detecção de doenças quanto de formas de seu tratamento. Os desenhos cumpriam a função de descrever visualmente os métodos a seguir observando um público heterogêneo de criadores de animais, complementando a descrição textual com detalhes descritivos só possíveis de ser apreendidos por meio da narrativa visual. Interessante pensar na presença de um ideal de receptor para as ilustrações, orientando o desenhista na construção da representação visual a ser veiculada nos diferentes tipos de publicações, seja ela para públicos especializados, seja para públicos mais amplos. Sobre essa questão, a da consciência de um tipo de público a que se destina a publicação na própria idealização e produção do registro visual pelo artista, é interessante citarmos o trabalho de Oliveira e Conduru (2004. p.336-338), no qual afirmam que o uso cognitivo da imagem é sempre ligado à ideia de um leitor, de um perfil de consumidor da informação visualmente registrada. Todo um aparato sintático é articulado no sentido de produzir um discurso visual com objetivo claro: a representação deve manter com o referente uma relação de verossimilhança e, ao mesmo tempo, abordá-lo do ponto de vista de quem quer explicar mostrando. As formas figurativas podem ser variadas, mas a sua função nos trabalhos científicos é sempre caracterizar o objeto, restringindo as possibilidades de interpretações subjetivas num discurso que se pretende objetivado.
Lilly se aposenta em 1955, completando 29 anos de atividade na Universidade de São Paulo. Seu último e grande trabalho é o livro de anatomia topográfica de Odorico Machado de Souza, anatomista e professor da Faculdade de Medicina, intitulado Anatomia topográfica. Parte Especial. Membro Superior, de 1956. Os originais que serviram a essa publicação hoje estão reunidos em um álbum e, segundo os autores, se “constitui [n]o mais completo conjunto de desenhos originais de Medicina realizados por Lilly (p.155). Ainda segundo os autores, trata-se de um trabalho clássico de desenho de anatomia que se insere na tradição histórica de desenhos desse tipo produzidos desde 1543 pelo famoso anatomista Andreas Vesalius.
O livro dedica o último capítulo à discussão sobre o uso da fotomicrografia nos trabalhos científicos, técnica fotográfica de obtenção de imagens ampliadas que permite o registro das imagens captadas pelo microscópio. Seu uso nos trabalhos científicos significou a possibilidade de observação de detalhes de estruturas invisíveis à observação visual humana, tais como células e micróbios. Assim, um inventário visual de tecidos, culturas, peças anatômicas e outros elementos do trabalho científico era produzido graças à presença da fotografia nas etapas do trabalho científico, forjando uma nova fonte de demonstração de aspectos morfológicos desses elementos biológicos. Os autores do livro observam que a fotomicrografia torna-se peça central no estudo da bacteriologia, principalmente com os trabalhos de Robert Koch. Como já apontado, um aspecto marcante introduzido pelo uso sistemático de registros visuais com capacidade de reprodução e que vai ter impacto na própria dinâmica do trabalho científico é a incorporação da técnica fotográfica como instrumento tanto de registro dos processos de visualização demandados pelas próprias pesquisas quanto de documentação das etapas das atividades de trabalho, visando ao arquivamento e função de prova dos conhecimentos gerados pelos estudos, além da função propriamente ilustrativa e descritiva das imagens.
Por todos esses aspectos, e pelo prazer visual que o livro proporciona, é leitura recomendada aos que se interessam pelo desenvolvimento da atividade científica no Brasil, bem como aos que apreciam análises sobre as funções das representações visuais para campos profissionais específicos – numa linha de investigação histórica sobre os usos sociais de dispositivos de registro visual como a fotografia e o desenho, por exemplo.
Referências
CORREIA, Fernando. A ilustração científica: “santuário” onde a arte e a ciência comungam. Visualidades, v.9, n.2, p. 221-239. 2011. [ Links ]
FABRIS, Annateresa. Atestados de presença: a fotografia como instrumento científico. Locus, v.8, n.1, p. 29-40. 2002. [ Links ]
FABRIS, Annateresa; KERN, Maria Lúcia Bastos (Org.). Imagem e conhecimento. São Paulo: Editora da Universidade de São Paulo. 2006. [ Links ]
FRIZOT, Michel (Ed.). A new history of photography. Köln: Könemann Verlagsgesellschaft. 1998. [ Links ]
OLIVEIRA, Ricardo Lourenço de; CONDURU, Roberto. Nas frestas entre a ciência e a arte: uma série de ilustrações de barbeiros do Instituto Oswaldo Cruz. História, Ciências, Saúde – Manguinhos, v.11, n.2, p. 335-84. 2004. [ Links ]
Aline Lopes de Lacerda – Chefe do Serviço de Arquivo Histórico, Departamento de Arquivo e Documentação/Casa de Oswaldo Cruz/Fiocruz. lacerda@fiocruz.br
Entretien sur la mécanologie – SIMONDON (SS)
SIMONDON, Gilbert. Entretien sur la mécanologie. Revue de Synthèse, 6a. série, 130, 2, p. 103-32, 2009. Resenha de: CRUZ, Cristiano Cordeiro. Avanço técnico e humanização em Gilbert Simondon. Scientiæ Studia, São Paulo, v.13, n. 2, p. 431-38, 2015.
Simondon, ainda que não conhecido do público não especializado, é um autor bastante importante, cujas ideias, ainda atuais, influenciaram o pensamento de estudiosos do fenômeno técnico como Jacques Ellul (2012 [1977]) e Andrew Feenberg (2015). Sua análise sobre a técnica tem como intenção principal declarada ajudar as pessoas a superarem um conhecimento limitado e/ou equivocado a respeito dela, de sorte a tornarem-se capazes de construir uma vida individual e coletiva melhor para si e para os demais. Os principais problemas sociais de nosso tempo, em sua opinião, não advêm de uma excessiva tecnificação da vida, mas, ao contrário, de um atraso da cultura com respeito às possibilidades do desenvolvimento técnico. É por isso, então, que ele se opõe aos humanistas de sua época, para os quais estaria na máquina o mal a ser combatido, e não o remédio a ser procurado e desenvolvido. Tais ponderações estão presentes, como se verá, nestas entrevistas de 1968.
Outro ponto importante do pensamento de Simondon, e que o opôs à cibernética de Norbert Wiener (1948; 1968), é a natureza e o papel da informação. Ainda que, para o francês, a informação de realimentação, necessária para o feedback promotor da homeostase, seja um caso particular daquilo que mais amplamente seria a informação, ela tanto pode dar-se de maneira rústica, estranha à moderna cibernética de Wiener, quanto é insuficiente ou apenas parcial, no que tange efetivamente à informação, por duas principais razões. Por um lado, em termos biológicos, a informação não tem por fim apenas o equilíbrio do organismo, mas está na base dos processos de individuação pelos quais ele passa (cf. Barthélémy, 2014, p. 146-7). Por outro lado, em termos sociais, as informações providas pelos mais diversos mecanismos artificiais de controle ou mensuração só são úteis para a ação reguladora, se for provido ou considerado também o panorama total de fundo, em relação ao qual essa informação poderá ser interpretada e fazer sentido (cf. Barthélémy, 2014, p. 147-8; Simondon, 1989 [1958], p. 284-5). Assim, uma teoria da informação deveria estar ocupada com a gênese da informação, nas trocas mútuas entre os indivíduos e deles com seus meios associados (cf. Barthélémy, 2014, p. 149), muito mais do que com o ruído, o canal de transmissão ou perdas, a predição e a reconstituição da mensagem enviada.
Não obstante tais diferenças entre os dois autores, as entrevistas farão referência apenas ao possível caráter rústico da homeostase. Juntamente com isso, elas aludirão a outro ponto de divergência entre eles, o caráter marcadamente subversivo ou ampliador que uma invenção técnica autêntica potencialmente tem em face ao estabelecido culturalmente. Com isso, o grande valor da informação estaria, para Simondon, em ela ser principalmente potencializadora da individuação e da invenção, e não em seu papel de asseguradora da ordem estabelecida, através da regulação ou da conformação homeostática (cf. Barthélémy, 2014, p. 150-3).
Isso posto, procederemos agora à apresentação das entrevistas de Simondon, que será seguida de uma breve problematização de alguns pontos de sua teoria.
Entretien sur la mécanologie é a transcrição de duas entrevistas concedidas por Simondon em 1968 ao jornalista canadense Jean Le Moyne. O entrevistador estava em vias de elaborar três filmes sobre a técnica, um para cada um dos três modos técnicos de existência apresentados por Simondon em Du mode d’existence des objets techniques (1958), as quais Le Moyne chama de estático, dinâmico e reticular. Nas 56 duplas de perguntas e respostas que compõem esse documento, Simondon passará por diversos dos pontos-chave de sua reflexão sobre a técnica, aprofundando e esclarecendo certos aspectos de sua obra de 1958.
Naquilo que se segue, vamos ater-nos às partes das entrevistas que nos parecem ser as mais relevantes para explicitar essa que Simondon toma para si como sua principal meta, a de ajudar-nos a melhor compreender o fenômeno técnico e a assumi-lo como lugar de uma “revolução cultural” (p. 128). Com isso, partes substanciais do material, que funcionam principalmente como um detalhamento ilustrativo para a elaboração do filme de Le Moyne, serão deixadas de lado.1
Uma primeira característica da técnica é que ela funciona sempre como mediação entre o ser humano e o mundo, ou entre os objetos técnicos (p. 106). Por essa razão, de modo a ser uma realidade material que opera tal mediação, o objeto técnico precisa, antes de tudo, individuar-se, constituir-se como uma unidade, como algo sólido. Essa unidade também pode ser obtida pela integração de subunidades, como nas máquinas. Seja como for, o elemento básico de onde se parte será sempre, em si, uma unidade material (p. 107 [2]). E à medida que o objeto técnico vai tornando-se mais complexo, o papel da informação para que ele subsista aumenta enormemente, porque uma máquina, assim como um ser vivo, precisa ser estável, ou seja, precisa dispor de mecanismos de autorregulação (cf. p. 107 [3]) para alcançar a homeostase. Esse estado de equilíbrio, contudo, já está presente em objetos bastante primitivos, como uma lâmpada a óleo, não sendo uma prerrogativa dos modernos robôs ou outros sistemas automáticos, nos quais existem estruturas específicas de comunicação e controle (cf. p. 123-5 [44]).
Algo que não está presente nas entrevistas, mas que é amplamente trabalhado por Simondon em outras partes (cf. Barthélémy, 2014, p. 37-42), é o constante e infindo vir-a-ser ou devir que caracteriza todo indivíduo, técnico ou vivente, em sua relação com seu meio associado. No caso do objeto técnico, sua evolução caminha em direção à concretude, que se configuraria por uma unidade sinergética interna e uma integração/ adaptação crescente ao meio (cf. p. 121-3 [40-43]). Assim, um objeto concreto seria aquele capaz de manter-se (autorregular-se) e no “qual, organicamente, nenhuma das partes pode ser completamente separada das outras sem perder seu sentido” (p. 122).
Em seu desenvolvimento histórico, todo objeto técnico passaria por três fases ou etapas. Ele surgiria indivisível, estático, uma vez que, como se viu, toda solução técnica, ainda que composta por subunidades, apresenta-se como uma unidade material. Na sequência, viria a fase dinâmica da dicotomização, caracterizada pela adaptação do objeto técnico ao mundo exterior e ao usuário. No primeiro caso, teríamos mais propriamente a evolução técnica, marcada pela crescente concretização e pelo desenvolvimento de funcionalidades. No que tange à adaptação aos usuários, podem intervir valores não técnicos (por exemplo, econômicos), de modo que, para tornar o objeto atraente ou desejável pelo comprador, ele é inserido em uma embalagem que faz com que sua natureza técnica seja dificilmente percebida. É daí que pode surgir, então, o desejo de trocar de carro, por exemplo, por ele estar “fora de moda”, o que é um “erro cultural fundamental” (p. 109), já que “estar na moda” tem muito pouco a ver com a natureza própria da técnica. Por fim, uma vez que o objeto está estabilizado, teríamos a fase de rede, possível unicamente depois da industrialização, quando as diversas partes em que ele foi subdivido estão padronizadas e podem ser facilmente trocadas ou consertadas. O objeto torna-se, com isso, mais barato e mais fácil de ser mantido/conservado (cf. p. 108-10 [7]). Por conta da padronização, ele torna-se também mais versátil, podendo ser facilmente integrado em outras configurações (cf. p. 122-3 [42]). Pagase, não obstante, um preço pela entrada nesta última etapa, uma diminuição na robustez do objeto. Algo semelhante à perda de autonomia do motor elétrico em relação à rede de alimentação, quando comparado com o motor a vapor e aquilo que lhe serve de combustível. De fato, quando o objeto torna-se parte ou dependente de uma rede, o mau funcionamento ou deterioração dessa rede pode torná-lo inoperante. Foi o que aconteceu na Segunda Guerra Mundial, quando as locomotivas elétricas deixaram de funcionar por conta do colapso da rede de alimentação, enquanto o trem a vapor, em sua menor especialização, pôde seguir funcionando, sendo alimentado por lenha, carvão e outros materiais combustíveis à disposição (cf. p. 112-3 [15-20]).
Seja como for, o fato é que, segundo Simondon, existe um grande desconhecimento acerca da técnica pelas pessoas. Isso acontece porque a analisamos com uma razão que não lhe é contemporânea, mas que está atrasada em relação ao estágio de seu desenvolvimento. Para que pudéssemos superar essa defasagem, compreendendo adequadamente o objeto técnico, precisaríamos “saber como ele é constituído em sua essência e ter assistido sua gênese, seja diretamente, quando possível, seja pelo ensino” (p. 110). Isso, entretanto, está quase que absolutamente ausente em nossas sociedades, nas quais não dispomos de um adequado ensino de história das técnicas (cf. p. 108-11 [7-8]).
A técnica, contudo, não é algo alheio ao ser humano (cf. p. 129 [56]). Ao contrário, ela é proveniente da realidade humana, tem origem na incompatibilidade que buscamos superar entre aquilo que desejamos poder realizar (a ordem do antecipado) e aquilo que conseguimos (ordem do real) (cf. Simondon, 2008, p. 140). A bem da verdade, a técnica é não apenas o mediador entre nós e o mundo, ela (também) assegura nossa harmonização com ele. Com efeito, é a técnica que pode tornar a natureza um lugar mais seguro e propício para a vida humana, ao mesmo tempo em que, ao racionalizar nossa atuação sobre o mundo, reduz nossos danos e impactos ilógicos sobre ele (cf. p. 129 [56]). É nesse sentido, então, que o mundo carece de poetas técnicos (cf. p. 111-2 [14]), de pessoas capazes de desenvolver a conaturalidade entre a “rede humana” e a “geografia natural da região”, entre as pessoas, enquanto grupos e sociedades, e o mundo no qual elas habitam. Tais técnicos seriam poetas, uma vez que suas invenções representariam encontros de significações; não uma violência ou uma submissão da natureza, mas um auspicioso desenvolvimento humano em harmonia com ela.
E esse devir da técnica, do mesmo modo daquele que se observa no desenvolvimento dos seres viventes, não acontece segundo linhagens unilineares, mas múltiplas, porque, diante de realidades ambientais distintas, as mediações entre o ser humano e o mundo tendem a ser diferentes. De fato, “não se faz uma ferramenta com o que quer que seja” (p. 121), de modo que o desenvolvimento técnico acaba por relacionar-se com as razões técnicas de utilidade (aquilo que se busca resolver), de inteligência (o arsenal de conhecimentos e habilidades de que o grupo dispõe) e com a natureza ambiente (o habitat em que vive o grupo e aquilo que ele oferece como base material possível para a construção do objeto) (cf. p. 120-1 [39]).
Mas quais são as consequências, agora para a cultura, do desconhecimento de tudo isso que Simondon apresenta como característico da técnica? A consequência principal ou mais insidiosa é que acabamos por privar-nos daquilo que poderia ser uma das formas de superar várias de nossas mazelas sociais. Com efeito, a possibilidade de superação da tecnocracia, da degradação ambiental e de diversos dos males do modo como vivemos em sociedade, e que é muitas vezes imputado à técnica, passa justamente por tomá-la em sua essência, libertando-a da condição de escravidão a que a submetemos, em nossa busca por poder e controle sobre a natureza e sobre as outras pessoas (cf. Simondon, 1989 [1958], p. 126-8; 1989, p. 287-90). O elemento de humanização da técnica encontra-se no fato de que ela, em seu desenvolvimento autêntico, subtrai-se das ordenações finalistas que frequentemente caracterizam e submetem a ordem social: “o homem liberta-se pela técnica da restrição (contrainte) social; pela tecnologia da informação, ele torna-se criador dessa organização de solidariedade que uma vez o aprisionou” (Simondon, 1989 [1958], p. 104). Com isso, a técnica oferece a possibilidade de libertação das naturalizações de certas estruturações culturais, permitindo-nos também a nós, individual e coletivamente, devir. Entretanto, por conta da nossa ignorância a respeito de sua real natureza, o que acaba por suceder é o contrário disso, ao invés de fazermos a cultura adiantar-se, alargar-se para entrar em fase com o desenvolvimento técnico e as novas possibilidades de encontros de significações que ele nos traz, tendemos a submetê-lo àquilo que ele era vinte anos antes (cf. p. 109).
Assim, porquanto o futuro técnico seja cada vez mais o das redes, estudá-las é fundamental. A dificuldade que podemos ter para entendê-las advém do fato de que, tomada nesse nível, a técnica está tanto relacionada a coisas muito grandes quanto representa a mediação entre o ser humano em sociedade e a natureza (cf. p. 126). Seja como for, pensar as redes, assumir conscientemente o seu desenvolvimento e a articulação delas em redes de redes, é o desafio daqueles que não querem apenas construir a história (do passado), mas incidir na transformação cultural do presente e do futuro. A superação do atraso cultural e de tantos de nossos problemas pode vir exatamente disso (cf. p. 127-8 [50-51]). Conhecer verdadeiramente a técnica e permitir seu desenvolvimento autêntico é, então, a porta para uma verdadeira revolução cultural (cf. p. 127-8).
Esse é, pois, o itinerário seguido por Simondon nessas duas entrevistas publicadas pela Revue de Sinthèse. Nelas, como se viu, a importância da reflexão cuidadosa sobre o fenômeno técnico ocorre com vistas a que possamos construir conscientemente o futuro que queremos para nós. Futuro da maximização das nossas possibilidades de ser, da harmonização com a natureza e da amizade com o objeto técnico (que nos impediria de reduzi-lo a meio para a dominação e o controle). A técnica, porém, é incapaz de desenvolver-se a si própria. Uma invenção só pode ter lugar na mente humana, como mediação possível entre aquilo que desejamos (ou antecipamos) e aquilo que já existe (cf. Simondon, 2008, p. 186-7). É por essa razão que Simondon idealiza a figura dos técnicos-poetas, capazes da construção de novos sentidos e harmonizações entre nós e o mundo. Disso resultaria a subsequente pressão sobre a cultura para que ela se amplie, que é a condição de possibilidade de seu próprio devir e do das pessoas.
A teoria de Simondon, entretanto, enfrenta um problema de difícil superação, que é a sua compreensão de que o desenvolvimento técnico pode ocorrer à margem e independente dos valores sociais. Em sua concepção, haveria uma força interna que, por si só, governaria o processo de aumento de concretude dos objetos já existentes e de surgimento de novas mediações entre o ser humano e a natureza. Contudo, tal entendimento, além de ser de difícil constatação empírica, parece desconsiderar o fato de que o técnico inventor, aquele que percebe a tensão entre a ordem do real e a do antecipado, buscando soluções técnicas para compatibilizar as duas, é um ser humano, membro de uma comunidade e de uma cultura, além de ser um técnico. Assim, parece forçoso admitir que boa parte daquilo que lhe chamará a atenção no mundo, ou seja, os problemas ou desejos que lhe seduzirão, será aquilo que, de alguma forma, é significativo, caro ou (aparentemente) urgente/ necessário para o grupo ao qual ele pertence. Desse modo, a técnica encerraria em si também valores e buscas sociais, de sorte que o seu desenvolvimento seria campo também para disputas políticas. É o que sustenta Feenberg (cf. 1995, 1999, 2002, 2003). Com respeito à análise da incorporação de valores sociais ao fenômeno técnico, poderíamos citar ainda diversos outros autores. É o caso, por exemplo, de Mumford (cf. 1964) e Winner (cf. 1979; 1986). Cada qual, entretanto, adotará uma abordagem distinta, seja pelo tipo de leitura que faz – de cunho mais histórico, político ou filosófico –, seja pelo entendimento que constrói e aquilo que propõe a partir dele.
Além disso, parece que Simondon concebe que toda nova funcionalidade encerraria sempre e necessariamente apenas o potencial de fazer o bem ao ser humano, à sociedade e ao meio ambiente. Os efeitos colaterais dela e seus riscos potenciais, como bem o analisam, por exemplo, Ellul (cf. 2008 [1954], 2012 [1977], 1990, 1962), não são jamais por ele considerados. Porém, se os riscos e os efeitos colaterais fazem parte da técnica, tanto quanto sua capacidade de nos prover mediações com o mundo natural, e se os valores que possuímos enquanto seres humanos fazem-nos enxergar o mundo, suas possibilidades e seus aspectos intocáveis de maneira singular, então múltiplas soluções técnicas para um mesmo problema são teoricamente possíveis (cada qual tributária do local existencial e valorativo de que se parte) e uma ou algumas delas serão mais legítimas para quem as avalia do que as outras. É o que defende Hugh Lacey (2011). A luta por fazer prevalecerem as soluções técnicas mais de acordo com os valores que os grupos têm para si, em detrimento daquelas que lhes são menos legítimas, seria a base da democratização da tecnologia proposta por Feenberg.
Em suma, então, se é certo, por um lado, que a teoria de Simondon, tratada em alguns dos seus pontos principais nestas duas entrevistas por ele concedidas em 1968, oferece-nos elementos bastante interessantes e atuais para a reflexão sobre a técnica, por outro, ela parece poder ou requerer ser enriquecida, alargada ou transformada, de modo a dar conta de aspectos do fenômeno técnico que originalmente parece deixar descobertos.
Notas
1 Para facilitar a localização do texto na Revue de Synthèse, várias das referências a ele constarão da numeração da página, seguida por um número entre colchetes, que corresponde à dupla pergunta-resposta em que elas aparecem, numeradas sequencialmente.
Referências
BARTHÉLÉMY, J. H. Simondon. Clamecy: Les Belles Lettres, 2014.
ELLUL, J. The technological order. Technology and Culture, 3, 4, p. 394-421, 1962.
_____. The technological bluff. Translation G. W. Bromiley. Grand Rapids: Eerdmans, 1990.
_____. La technique ou l’enjeu du siècle. Paris: Économica, 2008 [1954].
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FEENBERG, A. Alternative modernity: the technical turn in philosophy and social theory. Berkeley: University of California Press, 1995.
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_____. Simondon e o construtivismo: uma contribuição recursiva à teoria da concretização. Scientiae Studia, 13, 2, p. 263-81, 2015.
LACEY, H. A imparcialidade da ciência e as responsabilidades dos cientistas. Scientiae Studia, 9, 3, p. 487500, 2011.
MUMFORD, L. Authoritarian and democratic technics. Technology and Culture, 5, 1, p. 1-8, 1964.
SIMONDON, G. Du mode d’existence des objets techinques. Paris: Aubier, 1989 [1958].
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WIENER, N. Cybernetics: or control and communication in the animal and the machine. New York: The Technology Press, 1948.
_____. Cibernética e sociedade: o uso humano de seres humanos. Tradução J. P. Paes. São Paulo: Cultrix, 1968.
WINNER, L. Tecnología autónoma: la técnica incontrolada como objeto del pensamiento político. Barcelona: Gustavo Gili, 1979.
_____. Do artifacts have politics? In: _____. The whale and the reactor: a search for limits in an age of high technology. Chicago: University of Chicago Press, 1986. p. 19-39.
Cristiano Cordeiro Cruz – Departamento de Filosofia. Faculdade de Filosofia, Letras e Ciências Humanas, Universidade de São Paulo, Brasil. Bolsista da Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (FAPESP), processo 2013 / 18757-0. E-mail: cristianoccruz@yahoo.com.br
[DR]
O caráter oculto da saúde – GADAMER (HCS-M)
GADAMER, Hans-Georg. O caráter oculto da saúde. Petrópolis: Vozes, 2006. 176p. Resenha de: MENDONÇA, André Luís de Oliveira. O cuidado com a saúde na era da ciência e da técnica: o que é a saúde, afinal? História Ciência Saúde – Manguinhos, Rio de Janeiro, v. 21 n.2 Apr./June 2014.
Desde que veio a lume sua obra Verdade e método (1997 [1960]), Hans-Georg Gadamer tornou-se um dos filósofos mais insignes da segunda metade do século XX, ao lado de Michel Foucault, Jürgen Habermas e Richard Rorty, entre outros. Como o subtítulo, Traços fundamentais de uma hermenêutica filosófica, permite inferir, o objetivo norteador da referida obra consistiu em advogar a tese em prol de uma hermenêutica como filosofia, ou de uma filosofia como hermenêutica. Herdando uma tradição que remonta a Friedrich Schleiermacher (1768-1834), tendo sido levada adiante por Wilhelm Dilthey (1833-1911), pode-se afirmar que Gadamer renovou profundamente os pressupostos, a natureza e o escopo da hermenêutica, a começar justamente por seu projeto de torná-la uma filosofia, procurando aplicá-la reflexivamente a si mesma também, e não mais, como seus pais fundadores almejaram, de fazer dela uma ciência da interpretação e da compreensão (uma espécie de epistemologia voltada para a fundamentação das ciências humanas ou das humanidades em geral). Influenciado, notavelmente, pelo diálogo socrático-platônico, pelo conceito aristotélico de phrônesis e pela analítica existencial/ontologia fundamental de Martin Heidegger, como também pelo conceito de “historicidade” hegeliano e de “mundo da vida” de Edmund Husserl, Gadamer foi responsável por instituir uma significação ontológica e universal para a hermenêutica, no sentido de uma postura de diálogo e abertura em face do mundo e das pessoas, partindo do reconhecimento de que somos finitos e de que, portanto, nosso conhecimento é sempre incompleto e provisório. Como argumentou Rorty (1994), quiçá a grande contribuição da hermenêutica gadameriana residiu em ter mostrado, de modo edificante, como é possível tornar “familiar” aquilo que nos aparece como “estranho” à primeira vista, graças à busca incessante em direção ao encontro com a alteridade do outro. É nesse sentido que, para Gadamer, a hermenêutica não era um mero método ou técnica de interpretar ou compreender textos, mas sim uma postura existencial frente a todas as facetas do humano, posto que a vida é repleta de dimensões e acontecimentos que escapam ao nosso controle e ao nosso entendimento imediatos.
Com a sua hermenêutica filosófica, Gadamer repensou, de forma singular e original, os velhos temas da história da filosofia, sobretudo da dita “tradição humanística”. Mais precisamente, ele deixou marcas indeléveis no debate gravitando em torno das três principais esferas da cultura humana que se teriam autonomizado com o advento do projeto da modernidade, a saber: ética, arte e ciência. Especificamente sobre a ciência, há uma interpretação difundida de acordo com a qual Gadamer fora um autor anticientífico, uma vez que ele teria chamado a atenção para os limites da racionalidade monológica engendrada pela ciência moderna e defendido a superioridade das humanidades frente ao “tecnicismo reducionista”. Faz-se oportuno, entretanto, ressaltar que Gadamer tão somente criticou uma ciência desprovida de responsabilidade social, e não a prática científica enquanto tal, como se pode depreender, por exemplo, da leitura do seu livro A razão na época da ciência (1983). Seu projeto filosófico pode ser compreendido como uma tentativa heroica de resgate do interesse pelo humano em sua integralidade: deveríamos valorizar, simetricamente, o aspecto estético-expressivo, ético-valorativo e epistêmico-cognitivo da nossa existência; e, além disso, talvez sua meta precípua fosse salvaguardar a dimensão humana mais relegada pela modernidade ao limbo da história: nosso pendor quase natural para as questões ontológicas e metafísicas (é bom lembrar que as questões sobre o Ser em Gadamer são colocadas levando em consideração a nossa historicidade). Não bastasse sua visão enciclopédica sobre as diversas áreas do saber, Gadamer foi decisivo em pelo menos mais duas searas pelas quais também enveredou grande parte dos seus contemporâneos: as discussões travadas sobre a história e a linguagem. Pertinentes ainda são suas críticas ao objetivismo histórico (Gadamer, 2006), bem como sua concepção de linguagem como diálogo hermenêutico (daí, aliás, seu pensamento ser também denominado “dialética dialógica”, devido ao papel central que o diálogo autêntico desempenha).
Coerente com sua hermenêutica universal – não se trata de um método de interpretação exclusivo para as artes e humanidades visando lhes extrair sentido dos aspectos que são aparentemente destituídos de compreensibilidade à primeira leitura, mas, na realidade, ela seria uma postura prudente e recomendável em toda e qualquer situação em que a aplicação de regras formais simplesmente não funciona –, Gadamer fez incursões sobre praticamente todos os campos do conhecimento, incluindo a medicina. O livro O caráter oculto da saúde é justamente uma feliz reunião de artigos e conferências de Gadamer – realizados em “conjunturas especiais”, como ele mesmo afirma na primeira linha do prefácio –, cobrindo um período de 25 anos (de 1965 a 1990), em que ele trata de questões referentes ao cuidado com a saúde no contexto da ciência e da técnica. A tese geral do pensamento gadameriano que permeia o livro consiste na assunção segundo a qual a ciência (medicina como ciência) – em que pese sua tarefa imprescindível e insubstituível – não é capaz de dar conta, sozinha, de todos os fatores que englobam o humano, enquanto a tese específica sobre a questão da saúde (a mais original do livro; expressa também no título) é aquela que afirma ser a própria saúde, e não a doença, o acontecimento verdadeiramente misterioso (miraculoso) a ser perscrutado. Em diálogo constante com os pensadores originários (nomeadamente, Platão e Aristóteles) e com alusão indireta aos seus contemporâneos (ouvem-se ecos, por exemplo, das ideias de Canguilhem e Foucault), Gadamer examina diversas facetas do cuidado com a saúde, sobre as quais discorro a passos largos, a partir dos capítulos do livro per se (13 no total).
O primeiro capítulo, “Teoria, técnica, prática”, o mais extenso do livro, funciona estrategicamente para colocar a questão de fundo do autor: vivemos na era da ciência. Traçando uma distinção entre as concepções grega e moderna acerca da teoria, técnica e prática, Gadamer nos adverte sobre a necessidade de realizarmos uma espécie de desmitologização da “desmitologização”: nem iconoclastia preconceituosa, nem crença supersticiosa na ciência moderna. A meu ver, ele traz à baila uma discussão incontornável: a relação (conflitante?) entre a ciência e as demais tradições e instituições da nossa sociedade, isto é, o choque entre a ciência e os valores do “mundo da vida”. A pergunta sobre a qual Gadamer medita diz respeito aos problemas relativos à possibilidade real de a ciência fundamentar, plena e satisfatoriamente, a vida social em bases racionais. Sua resposta aponta para a direção de um paradoxo de difícil solução: “quanto mais racionais as formas de organização da vida são modeladas, tanto menos é praticada e ensinada a capacidade racional de julgamento”, ou “quanto mais intensivamente a área de aplicação é racionalizada, mais falta o próprio exercício do juízo e, com isso, a experiência prática no seu verdadeiro sentido” (p.26). Esse paradoxo é atrelado a outra temática recorrente no livro: a especialização (sua questão norteadora parece ser o medo tanto do autoritarismo quanto do embotamento que o especialismo pode gerar). Ao longo do livro, Gadamer defende, com veemência, a necessidade de não abdicarmos da ideia de “totalidade”, no sentido de uma visão integral do saber sobre o homem. Sua “utopia” é a de que o progresso científico e tecnológico seja acompanhado de um desenvolvimento de uma consciência sociopolítica mais ampla. Nesse sentido, as ciências humanas desempenhariam uma tarefa decisiva, uma vez que são capazes de nos suprir com uma ampla perspectiva atinente à diversidade de se poder ser “ser humano”, como também são responsáveis por nos tornar conscientes de que toda e qualquer perspectiva está carregada de valores, o que implica, portanto, sempre uma normatividade, ainda que não declarada, mesmo no caso da ciência. De todo modo, de maneira interessante e autêntica, Gadamer conclama os cientistas naturais a reconhecer esses problemas como passíveis de ser pesquisados, embora não de forma totalmente “naturalizante” (experimental).
No segundo capítulo, “Apologia da arte de curar”, o autor sustenta uma das teses centrais do livro: o papel preponderante da natureza na saúde. A marca da arte médica consiste no restabelecimento do “equilíbrio natural”. A rigor, a genuína arte de curar consiste em tornar-se supérflua: “A arte médica se completa na retirada dela mesma e na liberação do outro” (p.51). A questão premente é saber a medida certa da intervenção médica (quando ela é “muito demais” ou “pouco demais”, ou seja, encontra-se aqui subjacente o problema da medicalização). Outrossim, Gadamer ressalta uma dúvida constitutiva: quem é verdadeiramente responsável pelo sucesso ou pelo fracasso da cura em “situações normais” – o médico ou a natureza?
“Sobre o problema da inteligência”, terceiro capítulo do livro, apesar de aparentemente deslocado das questões gerais pertencentes ao campo da saúde, serve para Gadamer reafirmar sua tese primordial de que o ser humano deve ser pensado em sua totalidade. Contrapondo-se ao conceito formal de “inteligência como desempenho”, predominante naquele momento, ele defende uma concepção de inteligência mais abrangente, de modo a impedir a instrumentalização da pessoa humana. Vale-se do exemplo da saúde mental justamente para mostrar como é preciso levar em consideração o estado da pessoa na sua integralidade.
Em “A experiência da morte”, o quarto capítulo, Gadamer aborda o tema crucial da vida, que, segundo ele, teria sofrido uma grande transformação com o processo de secularização desencadeado com a modernidade e consolidado com o predomínio da racionalidade técnica da sociedade atual. Estaríamos vivendo sob a égide de uma desmitologização da morte (desmitologização da vida). Não obstante a suposta superação da conotação mística ou religiosa da morte e da vida, haveria um paradoxo persistente: o avanço tecnológico no prolongamento artificial da vida confronta-se com o limite do nosso “ser-capaz-de-fazer” relativo à morte. Em todo caso, permanece viva nossa tensão essencial entre a consciência acerca da nossa própria finitude e o impetuoso não querer saber que somos seres para a morte.
À procura de um equilíbrio entre a razão instrumental científica e os valores humanos, no quinto capítulo, “Experiência corporal e objetivabilidade”, Gadamer remonta à arte de curar dos gregos para propor uma unidade entre corpo e alma, tendo em vista o homem integral. Nesse sentido, enfatiza os limites da ciência médica que se volta apenas para os aspectos biológicos (corporeidade instrumental), tomando o caso das doenças crônicas como o exemplo por meio do qual ficaria demonstrado, cabalmente, que outros fatores além dos aspectos meramente “biomédicos” atuam diretamente na saúde das pessoas.
Apesar de o título não aparentar, o sexto capítulo, “Entre natureza e arte”, aborda uma questão relevante com relação à saúde. Como é frequente ao longo do livro, Gadamer retoma o significado grego de “arte” como techné: o saber e o ser-capaz-de-fazer que sabe. Ora, no caso específico da saúde, a tarefa do médico não consiste em saber fazer uma obra, mas, pura e simplesmente, restituir o doente ao seu “estado natural” e à unidade consigo mesmo. Essa ideia de o médico ser um simples auxiliar da natureza é recorrente no livro.
No sétimo capítulo, “Filosofia e medicina prática”, Gadamer desenvolve um argumento que seria trivial se não fosse amiúde esquecido: a prática médica não se dá, como se pensa ser o caso na interface de teoria e técnica, como a mera aplicação de uma lei geral. Cada situação concreta possui sua singularidade (“o paciente é uma pessoa, e não um caso”). Daí os limites dos aparelhos tecnológicos de medição. Como, aliás, acontece em outros capítulos, Gadamer relembra o conceito de “medida” em Platão como aquilo que é “apropriado” (adequação moderada), de modo a superar a concepção meramente quantitativa de medição (qual seria a medida adequada da medicalização em cada situação concreta parece ser, mais uma vez, a questão subjacente). A dificuldade de se atentar para o “apropriado” nas clínicas modernas advém justamente da ausência do “olhar” e da “escuta”. Também nesse capítulo, pela primeira vez de modo mais explícito, apresenta-se a tese que dá título ao livro: a saúde é algo que se subtrai ao exame; ela pertence ao “milagre do autoesquecimento”. Por isso, a saúde não pode ser totalmente objetivada pela ciência médica. Essa tese reaparece no capítulo seguinte, intitulado justamente “Sobre o caráter oculto da saúde”. Nas palavras de Gadamer, a verdadeira singularidade reside no milagre da saúde, e não na doença. A doença, e não a saúde, é que é algo aparentemente auto-objetivante. Eis o verdadeiro mistério: o caráter oculto da saúde, uma vez que não há possibilidade de medi-la; trata-se de um estado de adequação interna e de conformidade consigo próprio. Mas o que seria a saúde, afinal? “Ela é o ritmo da vida, um processo contínuo, no qual o equilíbrio sempre volta a se estabilizar” (p.119).
Em “Autoridade e liberdade crítica”, nono capítulo, Gadamer parte de uma espécie de antinomia da modernidade – a autoridade da ciência conflitaria com a liberdade crítica –, com o intuito de defender a legitimidade da autoridade do médico quando ela é embasada no seu ser-capaz-de-fazer, ou, para colocar em termos mais contemporâneos, na sua expertise. Na realidade, Gadamer propõe um entrelaçamento indissociável entre autoridade e liberdade crítica, sublinhando uma dupla exigência ética do exercício da autoridade de um especialista: autocrítica e autodisciplina. Autoridade autêntica consiste exatamente na liberdade crítica consigo mesmo, reconhecendo os próprios limites; abuso de autoridade seria não transmitir a outrem (no caso, o paciente) uma verdadeira libertação por meio de compreensão própria.
A despeito da originalidade do capítulo em que trata especificamente do caráter oculto da saúde, é no décimo capítulo, “Tratamento e diálogo”, que Gadamer se vale do conceito central de sua filosofia – “diálogo” –, para pensar a questão do cuidado em saúde. Começando com uma análise filológica – frequente no livro e no seu pensamento – sobre a palavra “tratamento” (oriunda de “apalpar”), ele nos adverte que a ausência do tocar, do ouvir e do olhar concorrem para obstaculizar a arte genuína de curar. Seu diagnóstico é o de que o problema mais grave da medicina atual está na falta de diálogo entre médico e paciente. Consoante Gadamer, o diálogo já constitui, em si, “tratamento”. Em virtude disso é que ele vai defender uma convergência entre diagnose, tratamento, diálogo e “colaboração do paciente”. Isso sem esquecer obviamente de outra tese recorrente no livro: a cura é o pleno poder da natureza, e não do médico. Para ser mais preciso, é preciso ressalvar que Gadamer destaca a “dúbia” relação que nós devemos ter com a natureza: “Precisamente esta é a nossa natureza, ter de nos impor também perante a natureza, até onde podemos. Mas, com maior razão, é próprio à natureza humana manter-se – em todo o saber e ser-capaz-de-fazer – em harmonia com a natureza. Esta é a antiga sabedoria estoica” (p.144).
O 11º capítulo, “Vida e alma”, é o mais “filológico” de todos, no qual Gadamer recorre especialmente às concepções gregas dos filósofos originários para contrastar os seus significados de “vida” e “alma” com os dos modernos, a partir da presunção de que teria havido, por um lado, uma restrição dos sentidos antigos e, por outro, uma permanência subjacente às mudanças. Já o 12º capítulo, “Angústias e medos”, é o mais filosófico de todos. Partindo das reflexões de Heidegger sobre angústia – em cuja obra “angústia” é uma categoria existencial que permite o despertar acerca da pergunta pelo ser/nada, e não uma disposição de humor psicológica, tampouco uma categoria psiquiátrica –, Gadamer pretende mostrar que, além de não ser doença, a angústia e os medos fazem parte da nossa “natureza” como seres humanos. Nesse sentido, a nossa busca de segurança e controle na era da técnica e ciência, por mais legítima que for, não pode esquecer que ela jamais apagará nossos traços mais essenciais.
O último capítulo, “Hermenêutica e psiquiatria”, como o título mesmo sugere, traça um paralelo entre as duas áreas. A rigor, hermenêutica e psiquiatria possuiriam uma preocupação em comum: o interesse nas grandes questões humanas. Ambas partem da premissa segundo a qual os conceitos de saúde e doença descrevem situações vitais que ultrapassam o nível do objetivável, uma vez que o ser humano é uma totalidade biopsicossocial.
Ainda que algumas das teses sustentadas por Gadamer no livro não constituam, pro-priamente, grande novidade para a saúde coletiva – dado que o próprio campo já se nutre do manancial hermenêutico, entre tantos outros referenciais teóricos das mais variadas tradições de pensamento, desde os seus primórdios –, penso que O caráter oculto da saúde é uma obra que deveria ser lida e relida sob inspiração do “espírito” da hermenêutica gadameriana, porquanto ela possui todos os ingredientes necessários para propiciar um diálogo franco e aberto entre todos aqueles envolvidos no cuidado com a saúde, desde “pacientes” (usuários do sistema de saúde) e médicos (pena que Gadamer não menciona os demais profissionais da saúde), até gestores e pesquisadores. Com efeito, não se trata de discutir apenas, como é mais usual, as questões referentes às doenças, senão perscrutar aquilo que, mesmo que continue sendo um “mistério”, merece ser examinado com cuidado: o conceito de saúde; sem deixar de atentar, com o fito de tentar responder o que vem a ser “saúde”, para o fato de que vivemos na era da ciência ou, no caso, da medicina pretensamente científica, bem como em um contexto social de medicalização da existência. Que ciência nós queremos? Que saúde nós queremos? Essas me parecem ser as questões prementes subjacentes ao belo livro de Gadamer.
Referências
GADAMER, Hans-Georg. O problema da consciência histórica. Rio de Janeiro: FGV Editora. 2006. [ Links ]
GADAMER, Hans-Georg. Verdade e método: traços fundamentais de uma hermenêutica filosófica. Petrópolis: Vozes. 1997. [ Links ]
GADAMER, Hans-Georg.A razão na época da ciência. Rio de Janeiro: Tempo Brasileiro. 1983. [ Links ]
RORTY, Richard. A filosofia e o espelho da natureza. Rio de Janeiro: Relume-Dumará. 1994. [ Links ]
André Luís de Oliveira Mendonça – Pós-doutorando, Instituto de Medicina Social/Universidade do Estado do Rio de Janeiro. E-mail: alomendonca@gmail.com
Experimentum humanum: civilização tecnológica e condição humana – MARTINS; SÁNCHEZ GARRAFA (HCS-M)
MARTINS, Hermínio; SÁNCHEZ GARRAFA, Rodolfo. Experimentum humanum: civilização tecnológica e condição humana. Belo Horizonte: Fino Traço, 2012. 454p. Resenha de: KINOUCHI, Renato Rodrigues. O homem como experimento tecnológico de si. História Ciência Saúde – Manguinhos, Rio de Janeiro, v.21, n.1 Jan./Mar. 2014.
Outros há, que quando buscam as ciências, nelas buscam tudo, não só interesse, louvor, e aprovação dos homens, mas também um quase domínio deles.
(Mathias Aires, 2005, p.124)
A crença na técnica como força transformadora do mundo representa uma espécie de truísmo compartilhado por vários pensadores dos mais diversos matizes ideológicos. As consequências práticas inferidas dessa crença, entretanto, variam dramaticamente. Grosso modo, no contexto do socialismo utópico do século XIX, o avanço técnico era visto como capaz de fornecer os meios para a melhoria “contingente” das condições de vida da população, em especial da classe mais pobre e numerosa, o que por fim dissolveria as estruturas opressivas da exploração do homem pelo homem. Num registro marxista, visão semelhante era defendida, com a diferença de que nesse caso a melhoria seria “necessária”, no sentido lógico da palavra, tendo em vista a própria inexorabilidade do materialismo histórico. Já para escolas de pensamento com inclinações mais totalitárias, a técnica era a mais significativa expressão da vontade de dominação do mundo, vontade que em última instância visa a si mesma como meta e como destino da humanidade. Finalmente, em tempos neoliberais, a tecnologia parece significar, no mínimo, uma melhor utilização do capital material disponível e, no limite, a própria substituição do capital material pelo capital imaterial – com o advento da economia do conhecimento – o que criaria um ciclo de enriquecimento jamais visto. Na maior parte das vezes, tais ideias são bastante sedutoras, desde que façamos vista grossa aos embaraçosos incidentes nos quais ocorre a destruição daquilo que desejávamos transformar. Mas talvez – sejamos complacentes – isso ocorra porque nenhuma delas tenha alcançado o estado de perfeição em suas aplicações, a mesma desafortunada situação das ideias promovidas pela Academia de Criadores de Lagado, satirizada por Jonathan Swift em As viagens de Gulliver, em 1726.
Além da crença na transformação técnica da natureza, uma crença análoga, e de alcance mais espantoso, merece especial atenção, a saber, a crença na transformação técnica do homem. É fundamentalmente sobre isso que trata o livro Experimentum humanum: civilização tecnológica e condição humana, de Hermínio Martins, recentemente publicado no Brasil pela Editora Fino Traço. Composta por 11 capítulos que podem ser lidos independentemente, mas que guardam estreita relação entre si, essa obra recobre uma constelação de questões teóricas e práticas sobre a tecnologia, entre elas: as vinculações ideológicas e políticas envolvidas nos discursos sobre a tecnologia; a emergência de uma síndrome cultural representada pelo gnosticismo tecnológico, e os reflexos disso em outros fenômenos culturais tais como a arte; os riscos ambientais e sociais associados aos mais variados aparatos tecnológicos, em especial o papel da biomedicina nas guerras tecnológicas; e o processo generalizado de aceleração exponencial das mudanças ocasionadas pelas novas tecnologias, com repercussões no próprio entendimento do que seja o ser humano, dado que, para algumas dessas visões, em breve efetuaremos a passagem do humano para o pós-humano – o que significaria o derradeiro experimento-sobre-o-homem-pelo-homem, que o autor denomina Experimentum humanum.
O livro divide-se em três partes. A primeira delas apresenta questões preliminares sobre a filosofia da técnica, de tal maneira que os capítulos aí incluídos são particularmente interessantes como material de estudo para cursos voltados para tal área da filosofia. Destaco aqui o segundo capítulo, “Tecnologia, modernidade e política”, no qual Martins detalha as duas grandes visões de técnica seguindo a tradicional distinção entre prometeicas e fáusticas. O que faz sua interpretação ser notável é a riqueza dos detalhes fornecidos ao longo do texto, pois essas duas imagens de técnica, longe de serem pintadas com traços marcados, são expostas por meio de minuciosas e sutis pinceladas, de tal modo que a paisagem teórica mostra-se em seus variados matizes. Nesse ínterim, cumpre assinalar a análise que Martins faz do papel ambíguo desempenhado pelos pensadores adeptos da teoria crítica, que, no entender do autor, nunca “esmiuçaram as teorias fáusticas da técnica com a mesma energia intelectual que devotaram a zurzir o positivismo” (p.58).
A segunda parte do livro versa sobre “o trágico tecnológico”. Abre essa seção o instigante capítulo “Risco, incerteza e escatologia”, no qual Martins investiga questões tanto teóricas como práticas das análises de risco na sociedade contemporânea. Nesse contexto, é de fundamental importância a análise que o autor faz “da insuficiência do conceito de risco” quando nos deparamos com limitações epistêmicas que impedem que logremos avaliar as consequências das aplicações das tecnologias disponíveis, de tal sorte que precisamos agregar também o conceito de incerteza, pois o risco é “essencialmente uma questão de probabilidade numérica cardinal onde as probabilidades são conhecidas ou pelo menos determináveis a partir das soluções praticadas pela indústria de seguros … enquanto que a incerteza, pelo contrário, não pode ser avaliada probabilisticamente, pelo menos em termos de probabilidades numéricas cardinais e as opções pertinentes não podem ser sustentadas pelo recurso aos seguros” (p.181). É a partir do conceito de incerteza que Martins, mais adiante, discute o Princípio de Precaução, a ser aplicado quando não podemos avaliar o alcance e a irreversibilidade dos impactos das novas tecnologias.
No capítulo seguinte, intitulado “Experimentos com humanos, guerra biológica e biomedicina tanatocrática”, a questão do trágico tecnológico se manifesta no papel desempenhado pelas ciências da vida quando orientadas para os fins da morte. O referido capítulo pode ser considerado uma sinopse do que se denominaria “História Trágico-médica, da ciência e da medicina como tragédia, e não só como épica, como também uma reflexão filosófica sobre a experimentação científica, ou alegadamente científica, sobre humanos” (p.249). Nesse ínterim, em particular, a descrição fornecida pelo autor sobre “as justificações eugenistas” que embasavam atrocidades perpetradas em escala industrial, antes e durante a Segunda Guerra Mundial, chega a provocar calafrios. O problema é que é difícil
explicar ou compreender como uma grande elite biomédica nacional pôde participar por tantos anos desta guerra ‘Santa’ (como lhe chamavam os partidários japoneses da Guerra Biológica), convertendo-se, como disse, numa espécie de corpo expedicionário tanatocrático, praticando regularmente nos seus centros de trabalho ‘experimentos’ e vivisseções sem anestesia em seres humanos vivos … ou investigar a inanição, a desidratação, as transfusões de sangue de animais para humanos, etc., assuntos laterais na Guerra Biológica (p.234; destaques no original).
A última parte da obra é a de natureza mais especulativa. Nela Martins discorre sobre os processos de aceleração do conhecimento científico, das tecnologias e de suas aplicações, o que em última instância culminaria em um ponto de viragem no qual o homem “poderá deixar de ser um mero homo faber … e tornar-se finalmente o faber hominis, o Homem construtor do Homem” (p.344). É a chamada “Singularidade”, ricamente discutida no capítulo “Aceleração, progresso e Experimentum humanum”. Talvez o leitor considere que algumas dessas ideias sejam fantasias típicas da ficção científica e das subculturas associadas. Nesse caso, o leitor poderá se espantar com o número de autores importantes que, se não subscrevem as mesmas ideias, inclinam-se na direção de pensamentos congêneres. E, aliás, a própria realidade consumada algumas vezes parece já se haver tornado bizarramente fantástica. A título de ilustração, vale mencionar que as tecnologias reprodutivas têm engendrado a criação de um mercado de óvulos nos EUA. Nesse mercado, há uma enorme valorização de óvulos vindos de coeds de universidades prestigiosas – por exemplo, os de estudantes de Harvard chegam a ser avaliados em U$50.000,00 –, de tal maneira que se pode traçar uma correlação entre a posição das universidades em rankings universitários e o respectivo preço dos óvulos. Em suma, quanto mais bem posicionada, maior o valor dos óvulos de suas coeds (conferir o anexo ao capítulo “Biologia e política: eugenismos de ontem e de hoje”). O que espanta não é a tecnologia empregada, nem o mercado circundante, pois isso já era visto no contexto do agrobusiness, no qual as matrizes desempenham função ligeiramente assemelhada. O que espanta, de fato, é a banalidade com que tais práticas se estenderam para a esfera das relações humanas. Cumpre ainda assinalar que a edição brasileira contém dois capítulos a mais do que a edição portuguesa, intitulados “Verdade, realismo e virtude” e “Dilemas da república tecnológica”, os quais também merecem atenção da parte de pesquisadores da filosofia, sociologia, história da ciência e áreas correlatas.
Desejo encerrar esta breve resenha com algumas considerações acerca do autor. Hermínio Martins nasceu em Moçambique, em 1934, mas “na altura de escolher onde prosseguir os seus estudos, optou por um percurso que se distanciava do que seria mais natural – ir para a África do Sul – determinado a não trocar uma estrutura de dominação racial por outra idêntica” (Garcia, 2006, p.13-14). Rumou para a Inglaterra e ingressou na London School of Economics, nos tempos áureos da instituição, que contava com professores tais como Karl Popper e Ernest Gellner, este seu orientador de pós-graduação. Em 1972, publicou em inglês o primeiro ensaio de um sociólogo sobre o livro The structure of scientific revolutions, de Thomas Kuhn, apenas dois anos após o célebre volume organizado por Imre Lakatos e Alan Musgrave, Criticism and the growth of knowledge. Colaborou com inúmeros pesquisadores ao longo de sua carreira nas universidades de Leeds, Essex e Oxford, com passagens pelas universidades de Pensilvânia e Harvard. Atualmente é Emeritus Fellow no St. Antony’s College da University of Oxford e investigador sênior no Instituto de Ciências Sociais da Universidade de Lisboa. Com efeito, há várias apreciações a respeito da carreira e do conjunto da obra de Hermínio Martins, dentre as quais destaco a bela entrevista feita por Helena M. Jerónimo (2011), além das recensões de José Viriato Soromenho-Marques (2012) e José Luís Garcia (2012). Não obstante, transcrevo a seguir uma passagem de João Bettencourt da Câmara (1996, p.12), na qual discorre sobre o estilo de Hermínio Martins: “Os textos de Hermínio Martins são por norma densos, compactos, estanques e escritos com uma elegância e luxo vocabulares que faz as delícias do leitor especializado, mas, também, por vezes, o desespero do neófito e do tradutor. São exemplos de uma economia de estilo que permite escrever em trinta ou cinquenta páginas o que outros escreveriam num livro de duzentas ou trezentas, e sem grandes folgas”. De fato, os ensaios contidos no livro Experimentum humanum são densos, invejavelmente eruditos e, ademais, completamente atuais. A despeito de tais características, são particularmente prazerosos pelo fato de o autor saber, como poucos, como fazer com que a “última flor do Lácio” desprenda seus aromas mais sofisticados. Levando-se em consideração que a edição brasileira, publicada pela Fino Traço, contém 454 páginas, o leitor pode estar certo de que o livro é diversão garantida, e por bastante tempo.
Referências
AIRES, Mathias. Reflexões sobre a vaidade dos homens: carta sobre a fortuna. Lisboa: Imprensa Nacional; Casa da Moeda. 2005. [ Links ]
CÂMARA, João Bettencourt da. Hermínio Martins ou o Sociologus Rex. In: Martins, Hermínio. Hegel, Texas e outros ensaios de teoria social. Lisboa: Edições Século XXI. p.7-15. 1996. [ Links ]
GARCIA, José Luís. A plenitude tecnológica em questão. Hermínio Martins e o Experimentum humanum: civilização tecnológica e condição humana. Análise Social, Lisboa, v.47, n.2, p. 483-489. 2012. [ Links ]
GARCIA, José Luís. Razão, tempo e tecnologia em Hermínio Martins. In: Cabral, Manuel Villaverde; Garcia, José Luís; Jerónimo, Helena Mateus. Razão, tempo e tecnologia: estudos em homenagem a Hermínio Martins. Lisboa: Imprensa de Ciências Sociais. p.14-47. 2006. [ Links ]
JERÓNIMO, Helena Mateus. Entrevista a Hermínio Martins. Análise Social, Lisboa, v.46, n.3, p. 460-483. 2011. [ Links ]
SOROMENHO-MARQUES, Viriato. Hermínio Martins, pensador da crise contemporânea. Análise Social, Lisboa, v.47, n.2, p.479-482. 2012. [ Links ]
Renato Rodrigues Kinouchi – Professor no Mestrado em Ensino, História e Filosofia da Ciência e Matemática/Universidade Federal do ABC. E-mail: renato.kinouchi@ufabc.edu.br
Il Dizionario delle scienze e delle tecniche di Grecia e Roma – COLACE et al (RA)
COLACE, P. Radici; MEDAGLIA, S. M.; ROSSETTI, L.; SCONOCCHIA, S. (Ed.). Il Dizionario delle scienze e delle tecniche di Grecia e Roma, 2 vols. Tradução de Maria da Graça Gomes de Pina. Pisa-Roma: Fabrizio Serra, 2010. Resenha de: D’ALESSANDRO, Tonia. Revista Archai, Brasília, n.9, p.141-151, jul., 2012.
Quando, ao dirigir o olhar para a antiguidade, se fala de ciência e de técnica e se procura configurar as suas dinâmicas de desenvolvimento ou explicitar as suas conquistas mais significativas, respeitando um modelo hermenêutico que mantém viva a separação das ciências da natureza das ciências humanas, em geral, a atenção foca-se, de forma quase exclusiva, em poucas disciplinas, as que fazem rigorosamente parte dos parâmetros convencionais do saber positivo. A tal propósito, não se pode deixar de recordar o já distante e poderoso Dictionnaire des Antiquités grecques et romaines de Daremberg e Saglio (Paris, 1877-1919), cujo corte marcadamente positivista induz os autores a dar relevo apenas ao que responde aos requisitos de uma investigação pura e abstratamente ligada às ‘Ciências da natureza’; noções, mecanismos, definições, termos técnicos, extrapolados do contexto geral em que se encontram inseridos, são analisados com extrema precisão, mas são apenas fragmentos ou restos sem sentido de um saber mais vasto e articulado, que poderiam ter sido iluminados, mas de cujo contexto não há, contudo, nenhum vestígio. Mais próximo de nós é o The Encyclopedia of Ancient Natural Scientists. The Greek Tradition and its many heirs (P. T. Keyser e G. L. Irby-Massie eds., Londres, 2008), que usa um elenco, alfabeticamente disposto, de autores que se ocuparam de ciência; não se dá nenhuma atenção àquele background mínimo feito de interesses múltiplos, hábitos, crenças, usos, questões teóricas, disciplinas pouco definidas que dialogam entre si, necessário para um tratamento orgânico e coerente do que era a ciência e do que representava na antiguidade. No que diz respeito especificamente à tecnologia, parte-se do trabalho pioneiro de R. J. Forbes, Studies in ancient technology (Leiden, 1955-1964) até ao interessante Oxford Handbook of Engineering and Technology in the Classical World (J. P. Oleson ed., Oxford, 2008). Com isto, não se pretende absolutamente desvalorizar o extraordinário trabalho de escavação de especialistas autorais em cada âmbito da ciência antiga, quer-se só realçar que considerar um facto assente uma separação rígida de Naturwissenschaften e Geisteswissenschaften e ter em conta apenas a história das ciências naturais, as técnicas, os artefactos, os instrumentos que Gregos e Romanos aperfeiçoaram, significa não conseguir penetrar no sentido dessa ciência, não transpor o limite da mera, acrítica, recolha e organização cronológica de eventos, dados, autores; significa renunciar a entrar na mentalidade destes povos, nos seus modos de ver e entender o mundo e, enfim, renunciar a apreender “a importância central que a ciência e a técnica tiveram”nas civilizações clássicas.
No Dizionario delle scienze e delle tecniche di Grecia e Roma, coligido por Paola Radici Colace (Univ. de Messina), com Silvio M. Medaglia (Univ. de Salerno), Livio Rossetti (Univ. de Perúgia), Sergio Sconocchia (Univ. de Trieste), a perspetiva e os objetivos mudam e a história das ciências entrelaça-se com a história humana. Esta obra imponente, a meio caminho entre o dicionário e a enciclopédia, chega ao leitor como um quid novi no panorama historiográfico nacional e internacional dos estudos científicos sobre o mundo antigo, quer porque o vê sob vários aspetos quer, principalmente, pela estrutura metodológica da obra, ou seja, pela superação daquela característica sectorial, unilateral e histórico-evolucionista, que desde sempre contradistinguiu o modo como se via o pensamento técnico-científico grego e romano. Os estudiosos que idearam o projeto e que intervieram diretamente na redação de muitos lemas, conseguiram compor, com base numa recolha considerável de informações sobre autores, textos, práticas, processos produtivos, um quadro sinóptico, criticamente fundado, do caminho percorrido pelas ciências e pelas técnicas nas sociedades antigas e do valor que tiveram nelas, sem descurar a interação com o húmus intelectual, cultural, sociopolítico e económico que, nesses séculos, as sustentou. Eles não se limitaram a organizar o material visando a mera recognição dos protagonistas da ciência antiga ou as invenções extraordinárias que o seu génio produziu, nem dirigiram a atenção somente para a aparição de modelos hermenêuticos do mundo natural e humano canonicamente reconhecidos como pertencentes ao território das ciências positivas. Junto a notícias sobre a vida e as obras de personagens famosos ou desconhecidos à maioria do público, a um exame das problemáticas e dos tópicos metodológicos que caracterizam a sua investigação, a uma análise dos instrumentos e dos conceitos, encontram-se no Dizionario pesquisas minuciosas sobre a cultura popular, sobre a arte, sobre a literatura, disciplinas que se intersectam na antiguidade, quer com os chamados saberes técnico-científicos quer com aquele background feito também de superstições, crenças e práticas religiosas de que se alimentavam os Gregos e os Latinos (vejam-se, por exemplo, as entradas Mântica, pp. 656-60, Sonho revelador, pp. 931-3, Pseudociência e crenças, pp. 881-3, feitas por F. Cuzari, ou então, Astrolatria, pp. 204-7, ao cuidado de C. Lupini). Folheando as páginas densas dos dois volumes que constituem o Dizionario, encontramo-nos face a uma exploração a 360 graus da ciência antiga, em que cada lema – no interior do qual se aprecia o trabalho preciso, meticuloso, de análise lexical feito diretamente a partir das fontes – que faça referência a um autor, a uma disciplina, a um instrumento ou a uma técnica produtiva, inserido numa sequência alfabética, acompanhado de notas e de uma bibliografia peculiar, se torna paradigmaticamente representativo dos esforços feitos pelos antigos para explicar racional e globalmente o mundo da physis e de quem a habitava e para poder, se for o caso, intervir sobre ele.
A aspiração a permanecer fiéis ao espírito, à estrutura e às intenções da investigação dos Gregos e dos Romanos conduziu os autores do Dizionario à recusa a encerrar em âmbitos disciplinares apertados as múltiplas formas em que a ciência deles se declina e a isolá-la, ao retirá-la daquele grande território a que pertence e de onde se origina: o da experiência vivida. Inúmeras disciplinas nasceram, como sabemos, das exigências da realidade quotidiana destes povos, uma realidade que abrange ocupações ligadas à terra, à navegação, ao cuidado e à criação de animais, à identificação dos segredos das plantas, à procura de soluções para reduzir ou eliminar os sofrimentos, fazer frente às guerras ou às calamidades naturais, mas também ao cultivo do que pode tranquilizar e alimentar a mente: poesia, música e filosofia. Por conseguinte, no Dizionario, a consciência da impossibilidade de reduzir a uma só dimensão qualquer discurso sobre a ciência e sobre a técnica antigas levou os redatores a alargar o espectro das áreas disciplinares comummente tomadas em consideração. Estas tornam-se vinte e nove precisamente pela inclusão de assuntos que, em geral, se inserem no campo das ‘ciências humanas’ e de temas que dizem respeito a agricultura, agrimensura, alimentação, arquitetura, cosmética, fisionómica, geografia, hidráulica, mineralogia, náutica, arte bélica, pneumática, toxicologia, veterinária, sectores aos quais se atribui dignidade équa aos que sempre a tiveram, tais como, astrologia, botânica, cosmologia, direito, física, lógica, matemática, mecânica, medicina, música, ótica e zoologia. Por um lado, como se pode facilmente verificar, dedica-se atenção a todos aqueles ‘saberes’ que derivam da especialização e diferenciação progressiva das technai, isto é, daquelas artes que, partindo de um uso empírico e utilitarista, com o tempo atingirão um estatuto pleno de cientificidade, serão ensinadas e se tornarão objeto de tratamento científico; por outro lado, não se negligenciam aqueles outros ‘saberes’ normalmente pouco investigados pelos historiadores da ciência grega e romana, considerados não nobres, ou, como prefere dizer Rossetti, insensíveis “a níveis altos de racionalização”. Trata-se especificamente daquele conjunto de conhecimentos, de habilidades profundamente ancoradas na vida quotidiana, que nunca atingirão o estatuto de ciência e que eram objeto de trabalhos práticos, de manuais, de prontuários, com objetivo didático ou divulgativo, transmitidos de geração em geração, sobre os quais achamos notícias também nas obras dos poetas e dos trágicos, ou então, num tratadozito qualquer (que com muita sorte chegou até nós inteiro) ou em compilações tardias. É exemplar o caso dos Geoponica – uma espécie de “suma do pensamento agronómico antigo”–, em vinte livros, cuja primeira redação, atribuível a Cassiano Basso, deveria ser colocada por volta do século vi (E. Lelli, p. 586). Uma empresa editorial de tão vastas proporções e de tão profundo conteúdo científico certamente não se poderia realizar a não ser através do contributo de um válido e numeroso grupo de investigação constituído por peritos em sectores específicos do pensamento científico antigo. O risco de uma deformidade na redação das entradas, no que concerne ao conteúdo e ao método, presente precisamente pelo estilo diferente e pelo campo diversificado de interesses de cada colaborador, foi eliminado pela sapiente direção dos organizadores que, sem sacrificar a sensibilidade científica de cada um deles, conseguiram salvaguardar a coerência e a unidade da obra. Isso revela-se com grande evidência na construção equilibrada dos lemas e na convergência do trabalho de todos para um projeto inspirador comum: dar uma imagem da ciência e da técnica grega e romana, ao mesmo tempo histórica e crítica, aderente à mentalidade e à vida dos antigos.
Num projeto tão ambicioso, que com as suas 421 entradas promete um tratamento completo dos aspetos que conotam as técnicas e as ciências antigas e dos seus resultados, sente-se contudo a ausência de fichas, que talvez encontrassem um lugar preciso no Dizionario, dedicadas a noções tais como arte, corpo, techne, cor. Quanto à arte, se é verdade que se trata amplamente da arquitetura e que se faz um pequeníssimo aceno à pintura, não se menciona de todo a escultura, que na antiguidade tem uma relação íntima com a matemática, a anatomia, as técnicas de manufactura dos materiais, etc. Algumas indicações interessantes sobre as metodologias de pesquisa dos antigos poderia ter sido obtida de lemas que não foram tidos em conta, tais como experimento/experimental, dado que uma certa forma de experimentação, mesmo que ocasional, se encontra na ciência grega e romana; encontramos vestígios dela na medicina já no Corpus Hippocraticum, na física, na ótica, na pneumática e em outras disciplinas. Maravilha-nos também, face a uma vasta recognição de máquinas, mecanismos e instrumentos, o silêncio sobre o calculador de Antikyithera (cuja descoberta se cita demasiado rapidamente no ensaio de V. Tavernese, Fortuna e valutazioni della scienza e della tecnica antiche nel pensiero medioevale, moderno e contemporaneo [Fortuna e avalia ções da ciência e da técnica antigas no pensamento medieval, moderno e contemporâneo ], p. 1338) e sobre o mesolábio de Eratóstenes. Analogamente, um tratamento mais amplo dos cientistas de relevo indubitável para o crescimento de algumas ciências particulares, tais como, só a título de exemplo, Amónio de Alexandria, Antígono de Niceia, Astrâmpsico, Porfírio de Tiro, Trasilo de Alexandria, teria maiormente satisfeito a curiositas que impele o leitor para o assunto declarado, isto é, ciência e técnica.
Escolher a organização por lemas torna certamente os volumes fáceis e rápidos de consultar e distribuí-los por estudiosos de competência comprovada é garantia de exame preciso e aprofundado do seu conteúdo. Todavia, a grande margem de ação deixada aos autores de cada entrada, que em geral é uma ótima pré-condição para enfrentar qualquer pesquisa, revela-se por vezes uma faca de dois gumes. Se considerarmos, por exemplo, a entrada Medicina, quem escreve, antes de entrar no busílis da questão, detém-se por algum tempo em problemáticas de carácter geral, certamente interessantes e derivadas de estudos cuidadosos e profundos, mas que, na verdade, não têm grande relevância para o assunto tratado. Começa-se com um excurso sobre a cultura latina, que se formou em modelos gregos, continua-se com um elenco da documentação relativa a algumas das disciplinas mais significativas (astronomia, astrologia, etnografia) para tentar provar a interconexão existente, também neste caso, entre a era grega e a latina. Uma ligação que se torna mais evidente em âmbito médico. Estaríamos, portanto, à espera de um exame bem mais aprofundado e alargado das características peculiares da iatrich è techne, sobretudo a partir das suas origens helenistas. Mas aqui a análise apresenta-se pouco penetrante, limitando-se o colaborador a uma escassa apresentação de alguns aspetos da medicina grega. Após ter realçado as relações de dependência da medicina egípcia e a sua autonomia de quaisquer elementos mágico-religiosos, ele esboça alguns aspetos gerais da medicina hipocrática, evidenciando nela o nascimento de algumas especializações (fisiologia, anatomia, ginecologia). Pelo contrário, com mais amplidão e de maneira precisa e bem circunstanciada, o autor fala da medicina romana – considerada quase um decalque da grega, pelo menos até ao século i – e dos seus caracteres essenciais, chamando a atenção não só para a formação da linguagem m é dica, em grande parte vestígio da helenista e, por isso, “ponto de vista privilegiado para um estudo da língua latina”(p. 678), mas também para os contributos doutrinais e críticos de Celso, Escribónio Largo e para a centralidade da obra de Galeno, promotor e defensor da doutrina hipocrática. A ficha está cheia de reenvios para as entradas (cerca de 46) do Dizionario em que se trata mais amplamente dos protagonistas da medicina greco-romana e de algumas noções específicas que constituem o seu esqueleto. Vejam-se, por exemplo, as entradas Anatomia (pp. 109-12), Fisiologia (pp. 544-8), Terapêutica médica e veterinária (S. Sconocchia, V. Scipinotti, pp. 973-6), Cirurgia (S. Sconocchia, D. Monacchini, pp. 304-12), que englobam as subsecções: C. celsiana, Gli interventi chirurgici, Un intervento di litotomia secondo la descrizione di Celso [ C. Celsiana, As intervenções cirúrgicas, Uma intervenção de litotomia segundo a descrição de Celso ]. Também se poderia citar a Veterinária (V. Scipinotti, pp. 996-1007), considerada um autêntico ensaio sobre o assunto. Em cada uma destas entradas, aprecia-se especialmente a tentativa, bem conseguida, de conjugar a recognição de dados, autores e textos com relevos de tipo metodológico, histórico e ético. Todavia, convém dizer que uma análise detalhada e maiormente incisiva teria servido certamente para melhorar as fichas dedicadas a Díocles de Caristo (F. Fiorucci, pp. 373-4), Herófilo (refiro-me, em especial, ao pequeníssimo § 3., s. v. medicina, realizado por D. Crismani, pp. 455-6), e mesmo a Galeno (D. Crismani, D. Monacchini, pp. 554-6), pois algumas das conquistas metodológicas, teóricas e práticas de tais médicos infelizmente ficaram embotadas. Sobre as pesquisas destes médicos recebemos claramente informações maiores do que as que aparecem nas fichas que lhes são destinadas, ao lermos outras entradas para as quais somos conduzidos seguindo as indicações do Glossário, o qual cumpre plenamente a tarefa de exaltar os nexos entre os diversos campos de investigação e a de enfrentar cada assunto ou noção de maneira transversal. Apesar disso, alguns temas são só esboçados, outros são ignorados. Refiro-me, sobretudo, às investigações levadas a cabo tanto por Herófilo quanto por Díocles sobre as perturbações mentais 1 e sobre os sonhos 2, além de sobre as inovações que ambos introduziram no campo do vocabulário médico e sobre os protocolos diagnósticos, prognósticos e terapêuticos que adoptaram. No que diz respeito a Galeno, segundo as finalidades do Dizionario, talvez fosse oportuno evidenciar as íntimas inter-relações entre diet ética, ética e política. Mas só pequenas referências, quase de fugida, se fazem à psicologia e à psicopatologia e não se fala absolutamente do que Galeno sabia de lógica, de geometria e de arte 3. Mais ainda: apesar de se tratar com amplidão das pesquisas e das ‘demonstrações’ efetuadas pelo médico de Pérgamo no campo da anatomia e da fisiologia normais e patológicas e de se voltar bastantes vezes à prática da dissecação e da vivissecção, não se dá o merecido relevo àquele método de investigação, na verdade introduzido por Herófilo – como bem evidenciou L. Radici (s. v. Herófilo de Calcedónia, §. 2, pp. 454-5) –, fundado em procedimentos baseados num experimentalismo de tipo quantitativo. Um tema, este, que galvanizou o interesse de numerosos estudiosos a partir de Claude Bernard que, na sua Introduction à l’ étude de la médecine expérimentale (Paris, 1865), considera Galeno o pai “de la méthode expérimentale ”, dando razões para esse atributo. Também se poderiam mencionar os estudos de J. S. Wilkie, Galen’s experiments and the origin of the experimental method (D. J. Furley e J. S. Wilkie, Galen on respiration and arteries, Princeton, 1984, pp. 47-57), de A. Debru (L’ éxperimentation chez Galien, W. Haase ed., ANRW, vol. 37.2, Berlin, 1993, pp. 1718-56) ou de M. D. Grmek (Il calderone di Medea. La sperimentazione sul vivente nell’antichità, Bari, 1996).
A presença das chamadas defaillances não invalida, todavia, o valor e o conteúdo científico do Dizionario porque, consultando as entradas, na grande maioria dos casos se fica positivamente maravilhados pela riqueza e qualidade das informações, pela subtileza das análises e da abordagem metodológica. Normalmente, os assuntos examinados são tratados de forma meticulosa, as interpretações são passadas pelo crivo crítico e os instrumentos filológicos são sabiamente empregues para desambiguar dados, formas de saber e atividades, ou para fazer luz sobre os efetivos contributos teóricos e/ou práticos de alguns autores aquando da afirmação e do progresso também daquelas ciências não codificadas que começaram a desenhar-se como tais no denso tecido da cultura antiga.
Particularmente apreciável, do ponto de vista estratégico para a composição e distribuição dos conteúdos, é o escamotage dos frequentes reenvios, técnica feliz, graças à qual o material pesquisado é retirado do seu isolamento, construindo-se uma espécie de trama que liga os assuntos dotando-os de unidade e continuidade e, ao mesmo tempo, aumentando de maneira exponencial o acervo de informações disponíveis para quem quer aprofundar ou clarificar os seus aspetos específicos. Em tal sentido, poder-se-ia dizer, com razão, que cada página do Dizionario pretende constituir uma espécie de mapa intertextual que o próprio leitor desenha: este não recebe passivamente as informações, mas pode (servindo-se também do guia imprescindível e profícuo oferecido pelo Glossário), em função dos próprios interesses ou das curiosidades que quer satisfazer, dirigir a investigação e decidir das etapas do seu percurso de pesquisa. Pensemos na entrada Matemática (F. Marcacci, pp. 662-5), onde se percebe realmente o proveito que se obtém em termos de profundidade de análise, de unidade conceptual, até de originalidade dos conteúdos, da organização reticular de que falámos. Ao delinear e discutir as características gerais de tal disciplina, as suas distinções internas e diferenciações progressivas, as relações que possui com a filosofia, os âmbitos de pesquisa que a distinguem, os problemas ligados à periodização, a autora frequentemente insere links para outros lemas em que se trata mais clara e pormenorizadamente de filósofos e cientistas, noções, conceitos, disciplinas, temas que têm a ver com a matéria examinada. Obtém-se no conjunto um quadro muito articulado e analítico dos desenvolvimentos do saber geométrico e aritmético e desenvolve-se no leitor a ideia de uma comunhão específica e interdisciplinaridade dos saberes.
Portanto, são duas as vantagens que a escolha organizativa inteligente dos links oferece: uma de natureza epistemológica, dado fornecer grandes quantidades de notícias e conhecimentos, a outra axiológica, pois se finalizam todos os discursos à definição, compreensão e conservação não fragmentária de um património cultural de inestimável valor.
São exemplares, em relação a este último aspeto, algumas macro-entradas, autênticos ensaios de dez/vinte ou mais páginas, não destituídas de valor pelo modo como se recuperam fontes descuradas ou não adequadamente interpretadas da literatura de sector, também ela em mais do que uma ocasião amplamente discutida, de onde a abertura de perspetivas hermenêuticas insondadas. Por exemplo, tais são as entradas: Astrologia, que se completa com as correlativas A. literatura da Grécia e de Roma, A. metáforas, A. compêndios e compilações, A. manuscritos, A. léxico. (P. Radici Colace, pp. 207-20), Astronomia (C. Santini, pp. 220-38), Cosmologia (L. Rossetti, pp. 330-56), Direito (G. Crifò e L. Rossetti, pp. 376-95), Geografia (P. Janni, pp. 558-78), Caça (O. Longo, pp. 263-77), Construção Pública nas suas diversas especifica ções, C. comemorativa, C. comercial, C. privada, C. pública, C. desportiva e recreativa (P. Radici Colace, S. Pirrotti, pp. 406-526), Ó tica (S. M. Medaglia, pp. 752-62).
Assim, lendo, por exemplo, a entrada Execução musical (S. Grandolini, pp. 457-70), inicia-se uma viagem ideal que percorre a história da poética antiga a partir de Homero, em que, com abundância de pormenores, com uma análise minuciosa apoiada nas fontes, a autora nos informa da idade, do sexo dos cantores, dos lugares, da ocasião, da decoração cenográfica, da situação histórica, do roupeiro, até das diatribes entre poetas; além do mais, liga a mudança de gosto musical e as inovações métricas e rítmicas à invenção de novos instrumentos de acompanhamento ou à modificação dos velhos.
Por conseguinte, não é um mero elenco de teorias, instrumentos, descobertas, mas sim um exame antropológico, crítico e histórico onde teorias, instrumentos e descobertas ganham sentido e finalidade. Um interesse análogo suscita a entrada Náutica (P. Janni, pp. 715-28), um campo pouco conhecido e explorado pelos cultores da tradição clássica. Graças a uma recognição precisa dos subsídios que provêm das descobertas arqueológicas, da iconografia, das fontes literárias, da fotografia subaquática, etc., somos projetados para o mundo fascinante dos métodos de construção das embarcações, mas também para o das viagens, da geografia, da política, da guerra, da economia, para ver como estes âmbitos estão inseparavelmente ligados e como cada um deles pode apresentar material idóneo para fazer luz sobre os outros.
Agrada-nos também a já citada entrada Astronomia (C. Santini, pp. 220-37), particularmente atrativa pela riqueza de temas, teorias, personagens, textos analisados, onde se v ê claramente o conhecimento do autor de literatura técnico-científica grega e sobretudo latina. Com mão certa, e prestando a devida atenção às fontes literárias, filosóficas, científicas, às ligações entre os conhecimentos próprios do mundo greco-latino e os dos outros povos, Santini reconstrói histórica e criticamente a evolução do saber astronómico das suas simples e, se se quiser, ambíguas expressões, até à aquisição de uma organização sistemática apoiada em bases matemáticas. Nas páginas densas em que se articula a entrada, nunca se perdem de vista a complementaridade entre a Astronomia e a esfera humana, nem a aspiração didática e/ou divulgativa que conduz alguns dos que foram, de certo modo e por várias maneiras, seus protagonistas, nem, por fim, se negligenciam as diversas conotações e valências que tal disciplina ganha no encontro com culturas específicas e formas de poder político particulares. Passamos, assim, por uma astrometeorologia, uma astronomia filosófica literária, científica, em suma, uma astronomia que serve o poder, que “de ‘literária’ se torna ‘cortesã’”(p. 237).
De grande valor é a entrada Farmacologia (S. Sconocchia, D. Monacchini, M. A. Cervellera e M. Baldini, pp. 486-518), onde, após alguns esclarecimentos sobre o significado do termo – impostos pelas valências não unívocas que pharmakon e pharmakeia adquirem no tempo e em diversos contextos –, graças a um meticuloso trabalho de escavação efetuado sobre as fontes antigas, do Corpus Hippocraticum até Celso, Escribónio, Plínio o Velho, Marcelo Empírico et al., e também sobre as recolhas de simplicia, sobre os receitários e as receitas de medicamentos, se realiza uma atenta e precisa classificação e descrição da natureza, do uso e do valor terapêutico dos medicinais extraídos do mundo vegetal, do reino mineral e animal; portanto, passa-se depois a analisar alguns tipos de medicamentos compostos, para acabar nos Realien farmacêuticos, representados pelos laboratórios e pelas oficinas utilizadas para a preparação dos fármacos e sobre os contentores onde eram conservados.
Não se pode deixar de evidenciar também a perspetiva de investigação original que caracteriza os artigos dedicados à Filosofia, em geral pouco considerada em estudos científicos, mas omnipresente na cultura antiga. Além da explicação e focalização de algumas noções fundamentais – partindo do próprio termo-conceito Filosofia (L. Rossetti, pp. 522-31) até ao de Lógica (F. Marcacci, pp. 641-6), que teve no tempo múltiplas conotações antes de especializar-se, no pensamento moderno, em formas bem diversificadas – muita atenção é dedicada aos grandes protagonistas do pensamento grego e latino. Viaja-se do Orfismo aos Pré-socráticos, de Platão a Aristóteles a Epicuro, a Lucrécio, Plotino, Séneca, Agostinho, nos quais a inspiração filosófica se entrelaça com a inclinação para tratar temáticas ligadas ao mundo das ciências. Em especial, as fichas que dizem respeito a Platão (L. Rossetti e P. Tarantino, pp. 836-43), Arist ó teles (L. Rossetti, F. Marcacci e M. Vegetti, pp. 185-92), e também a Tales (L. Radici, F. Marcacci e L. Rossetti, pp. 961-6) e Zen ão (L. Rossetti e F. Marcacci), dividem-se numa série de subsecções organizadas por autores diversos e, longe de serem um mero seco repropor, à maneira dos manuais, dados biográficos, conceitos que são o fundamento das doutrinas dos citados filósofos, ou um elenco esquemático dos contributos que deram ao desenvolvimento das ciências, como seria de esperar de um Dicionário, representam uma releitura do significado completo da investigação destes mestres antigos, reconstruída pari passu, sector por sector, segundo várias angulações e diferentes pontos de vista. A estrutura ‘coral’ (usada com sucesso também nas entradas não filosóficas como, por exemplo, na já citada Farmacologia) parece-nos uma carta bem jogada. De facto, finalizada a leitura da ficha inteira, não se sente nenhuma desarmonia entre as partes, tem-se antes pelo contrário a impressão de estar no centro de um debate vasto e aceso – do qual se fornecem as coordenadas textuais e críticas –, em que nenhum conhecimento pode ser tomado como definitivo; além do mais, toma-se consciência de que algo de novo, que afasta dos costumeiros clichés, se pode ainda descobrir e dizer acerca de personagens tão estudadas.
Uma prova do sucesso de tal abordagem metodológica é, em especial, a entrada Aristóteles, já antes referida, onde o Estagirita é apresentado num modo que não encontra igual na literatura corrente. O relevo dado à sua metodologia e à organização dos âmbitos de pesquisa; a identificação dos antecedentes e dos objetivos do seu trabalho; o papel central que o filósofo atribui ao Direito comparado e à matemática; a atenção aos seus escritos de carácter jurídico; a inserção das investigações lógicas e científicas num plano de compreensão global do mundo humano e natural, são só alguns dos momentos de um exame do pensamento aristotélico levado a cabo de maneira problemática e crítica. O discurso dos autores, que passa por momentos de grande originalidade, está particularmente atento a não desarticular as reflexões de Aristóteles do ambiente em que se formou e a descontaminá-lo também das revisitações dos seus discípulos diretos ou daqueles imediatamente sucessivos.
Neste caso, como em outros em que a disciplina tratada se distribui por diversos especialistas, percebe-se a peculiaridade da organização do Dizionario, que pretende harmonizar a sensibilidade científica de cada autor e, ao mesmo tempo, salvaguardar a coerência interna das entradas. Empresa não fácil, que pediu a direção atenta dos quatro estudiosos que orientaram os trabalhos; todos, tecelões críticos e perspicazes, conseguiram fazer convergir estrategicamente no Dizionario os resultados de anos de pesquisa de uma fecunda équipe de connaisseurs da literatura técnica e científica grega e romana; hábeis também na construção balanceada dos lemas e na sua uniformização ao projeto comum inspirador: apresentar o saber científico greco-romano na sua totalidade, unidade e progressiva diferenciação em disciplinas propedêuticas à s que nós hoje encontramos como possuidoras de um estatuto e de uma identidade próprias, “construir um quadro do desenvolvimento integrado do pensamento científico e técnico”(p. 10). Integração que não quer dizer dissolvência das ciências na cultura geral dos antigos, devida à precariedade e à imprecisão dos seus confins, mas sim religação a essas relações que se fundam em novas bases, abrir o caminho a novas investigações, vencer a preguiça intelectual que encontra conforto e sossega com o já dado, no já dito, nos esquemas impostos por uma tradição que no fundo já não tem sentido.
Se procuramos as provas de como uma tal atitude dá concretamente frutos preciosos e duradouros, basta considerar uma das mais importantes conquistas epistemológicas do Dizionario, ou seja, a revalorização, bem documentada, da dimensão científica contida na filosofia pré-socrática muito frequentemente marginalizada pelos historiadores da ciência. De Tales (L. Radici, F. Marcacci, L. Rossetti, pp. 961-6), unilateralmente apresentado pelos filósofos como o archegos sophos (Arist. Metaph. A, 3983 b20) que identifica na matéria os princípios de todas as coisas (b7) e pelos cientistas como astrónomo e matemático, graças a uma recognição meticulosa das fontes até ao corrente pouco analisadas, foca-se o alcance filosófico e o sentido global de uma investigação com múltiplos aspetos, de um saber complexo que se desenvolve num ambiente que ainda não tem ideia das especializações disciplinares. Discurso análogo vale para Anaximandro, Anaxímenes, Empédocles, Anaxágoras, Demócrito e para todos os Pré- socráticos, intelectuais com interesses variados, que estudam cosmologia e astronomia, meteorologia, medicina, matemática, que são inventores e defensores de teorias destinadas a sobreviver por muito tempo, mas sobretudo são sophoi, que progressivamente irão idear técnicas lógico-retóricas e estratégias de comunicação idóneas à defesa da validade do modelo interpretativo da realidade que propõem.
Embora corram o risco de suscitar perplexidade naqueles leitores não participantes do trabalho, que se formaram com a ideia do escasso peso científico das teorias dos Eleatas, o lugar relevante que os autores do Dizionario atribuem a estes filósofos é amplamente justificado pelos interesses que estes tiveram em relação a temáticas que concernem ao mundo da natureza, à matemática, à medicina, à astronomia, à cosmologia, à meteorologia, que foram para os antigos aspetos plenamente integrantes da cultura de um sophos, tal como o é a construção de um discurso que pretende apresentar-se como científico. De facto, os Eleatas começaram a definir estruturas argumentativas e artifícios lógico-retóricos finalizados à demonstração da validade/ verdade das próprias teses e a torná -las inatacáveis. O poeta e filosofo Xenófanes (D. Panchenko, pp. 917- 9), observador perspicaz da realidade natural e dos fenómenos celestes, pressupõe, com base em dados evidentes, que a arché – isto é, aquilo de onde tudo provém e para onde tudo regressa – é a terra; procura encontrar explicações plausíveis para a sua grandeza e posição, esforça-se por dar conta dos eclipses, do nascer e do pôr do sol, das fases lunares, da formação das nuvens. Parm é nides (L. Rossetti, F. Marcacci, pp. 779-82), recordado como o primeiro filósofo que raciocina sobre o ser e como pai do princípio de não-contradição, escreve o seu poema Sobre a natureza usando uma concatenação de deduções e conclusões, prelúdio de um pensamento demonstrativo de tipo apodíctico. Como se pode verificar por uma leitura direta do que ficou da sua obra e de uma tradição de segunda m ã o, o Eleata não desdenha ocupar-se de cosmologia: de facto, cria a hipótese de uma terra no centro do universo, procura explicações sobre como esta é iluminada e aquecida pelo sol, deteta faixas climáticas, interroga-se sobre o fenómeno da luz lunar e, em geral, sobre quais são as relações existentes entre o nosso planeta e os outros corpos celestes. Parménides, como se verifica por uma inscrição encontrada durante as escavações de Eleia em que ele é indicado como o ouliades physikos, é também m é dico – o epíteto oulis iatros é atribuído a outros médicos da mesma cidade que viveram em épocas sucessivas, algo que até poderia induzir a pensar que fora precisamente Parménides o primeiro a introduzir na sua comunidade tal disciplina – e sente particular interesse pelos problemas ligados à reprodução humana e às condições que predispõem a ter, ou não, uma caracterização sexual bem definida. Poder-se-ia, talvez, considerá-lo pioneiro daquela especialização médica que hoje chamamos de genética, como sugere L. Rossetti? Zenão (L. Rossetti, F. Marcacci, pp. 1028-30), inventor da dialética segundo Hegel, cujos paradoxos encontraram lugar na história da matemática, porque com base numa certa leitura levantam dificuldades ligadas quer à noção pitagórica de número quer à de pluralidade, parece ter dado início a uma perda de fisicalidade de tal disciplina e a uma reflexão sobre as grandezas infinitesimais. Melisso (F. Marcacci, p. 683) usa de maneira consciente e controlada “regras de inferência para uma argumentação apodíctica”, como se deduz dos fragmentos 7 e 8. Para provar a absoluta indivisibilidade e unicidade do ser, em cujo domínio faz reentrar também a natureza, serve-se de um tipo inovador de raciocínio fundado em teses contra a evidência dos factos, que não encontrará decerto a aceitação de Aristóteles.
Mesmo os três ensaios que encerram o Dizionario s ã o dignos de nota. A estes é confiada uma função ‘arquitectónica’, no sentido que têm a tarefa de ligar criticamente o conjunto de informações apresentadas.
- Rossetti, no seu Nas origens da ideia ocidental de ciência e técnica (pp. 1291-315), afastando-se por alguns aspetos da communis opinio, que atribui a Platão e a Aristóteles a distinção entre ciência e técnica e a organização do saber em âmbitos específicos com margens metodologicamente bem nítidas, encontra na reflexão dos Pré-socráticos “os núcleos originários da formação das ciências”. Exemplar é o caso de Demócrito, autor de muitíssimos tratados, que vão da geografia, à medicina, à música, à pintura, etc., cuja composição certamente requereu “competência especializada e uma ideia de ciência precisa”. Se andarmos um pouco para trás no tempo, encontramos Hecateu, discípulo de Anaximandro que, embora tivesse herdado conhecimentos dos predecessores, tende a marcar as distâncias entre o seu saber especializado e as narrações ridículas dos Helenos (fr. A 1.1 Jacoby), e ainda Anaximandro, Anaxímenes, “especializados em fornecer um saber sobre o mundo no seu conjunto”e sobre os seus variados aspetos particulares.
Não só. Daquelas fontes que nos legaram um Tales amante da geometria, que trabalha com ângulos, retas e triângulos, um Parménides que fala de esfera, um Anaximandro que cria uma terra de forma cilíndrica, deduz-se claramente como “uma matemática, uma geometria, começaram a constituir-se já durante o século vi a.C.”. Dentro de uma construção bem articulada e precisa do ponto de vista histórico e crítico, Rossetti encontra e passa pelo crivo todos aqueles indícios que levam a pensar que “a ideia de ciência e de técnica ganha forma na época dos Pré-socráticos”. De facto, isso seria provado pela invenção da prosa e a publicação de textos em que se procura dar conta do próprio saber e/ou de habilidades profissionais especiais, pela valorização da escrita no couro, recurso seguro para a construção de uma comunidade científica, pela tendência a certificar as próprias teorias ou a invalidar as de outrem, pela afirmação de um pensamento abstrato, pela produção de doxai em conflito. Fora do terreno batido é também o percurso que o nosso estudioso faz da chamada passagem do mito ao logos e a discussão sobre as relações entre as ciências egípcia, babilónica e grega.
- Radici Colace, em Metáforas da ciência e da técnica (pp. 1317-22), detém-se brevemente sobre a função das metáforas e do falar por meio de imagens que, nascidas no seio da linguagem comum ou das artes pobres, refluem para a científica. Carregada de valências epistemológicas e técnicas, desta última escorrem depois, com significados análogos ou diferentes, para os vários âmbitos da cultura grega e romana, sobrevivendo por vezes em época cristã. Quase de relance, a estudiosa enfrenta o problema espinhoso do uso metafórico do vocabulário médico a nível político e de como esse pode representar uma chave hermenêutica segura para a compreensão de passagens cruciais de algumas tragédias. Exemplos paradigmáticos de vocábulos que são colonizados pelos mais diversos âmbitos do saber, destinados, sem quererem, a unir “mundos incrivelmente distantes”, são pithos, chalcheus, demiurgos, originariamente pertencentes ao mundo “do artesão e do trabalhador braçal”; mas pode-se pensar também no termo diktuon, rede de pesca, inserido até na “macrometáfora da conquista das almas no Evangelho”.
Da transmissão e fortuna da ciência e da técnica grega e latina ocupa-se V. Tavernese, em Fortuna e valorização da ciência e das técnicas antigas no pensamento medieval, moderno e contemporâneo (pp. 1323-43). Nas suas páginas o estudioso empenha-se num trabalho complexo de reconstrução do percurso feito pelas ciências e pelas técnicas antigas, passando pela cultura árabe até aos nossos dias, através da menção de posições de alguns filósofos e cientistas. A multiplicidade e parcialidade dos modos de entender e avaliar as conquistas técnico-científicas dos antigos depende, a seu ver, de métodos interpretativos viciados pela ideologia e pelos “nexos especulativos”; obstáculos, estes, superáveis pelo “desenvolvimento do conhecimento histórico-crítico da literatura científica e técnica antiga”e pelos principais problemas teoréticos, necessários “a uma melhor compreensão do papel da técnica no mundo moderno e contemporâneo”. Seguramente lúcida, finamente articulada e de clara matriz filosófica é a análise levada a cabo por Tavernese, embora não contemple um aprofundamento daquela relação interessante que se tem entre a técnica antiga, as suas descobertas e os usos que deles se fizeram em laboratórios científicos e nas oficinas de épocas sucessivas. Além disso, é indubitavelmente suportado e partilhável no seu incipit o juízo, acima citado, acerca da necessidade de potenciar os conhecimentos relativos à literatura técnico-científica; todavia, a asserção peremptória, como coda ao ensaio sobre a utilidade de tais conhecimentos para uma melhor compreensão do mundo moderno e contemporâneo, talvez necessitasse de alguns esclarecimentos pois poderia ser entendida por um leitor pouco experiente como o reflexo de um modo de pensar anti-histórico, há muito superado, que acaba por privar o pensamento científico antigo da própria autonomia e unicidade. De outros lugares, e há mais tempo (Momigliano, Finley, Lloyd, Cambiano), convida-se a receber uma perspetiva de investigação que visa compreender e valorizar o saber científico dos antigos pelo que era por si mesmo, irredutivelmente outro em relação à ciência e à técnica do mundo moderno e contemporâneo.
O Dizionario é acompanhado por um índice completo das entradas (pp. 17-20), um Glossário (organizado por P. Radici Colace, pp. 1187-274, de cuja utilidade e função se falou), uma vasta bibliografia de cerca de 4000 títulos, que inclui muitos dos mais recentes estudos sobre o pensamento científico antigo (pp. 1039-185) e uma apresentação sintética dos autores, dos seus interesses e dos lemas que cada um escreveu (pp. 1275-88).
Para terminar, é verdade que por vezes se sente uma espécie de desequilíbrio entre certas entradas, no que diz respeito aos conteúdos e às modalidades da análise, mas é também verdade que a grande maioria delas corresponde plenamente às linhas programáticas do Dizionario. Alguns lemas de um certo relevo, como se disse, não foram tomados em consideração, outros foram enfrentados de maneira sintética, outros ainda poderiam até fazer surgir dúvidas acerca da pertinência da sua inserção na obra. Por outro lado, o Dizionario deixa-se apreciar por toda uma série de características, sobretudo pelo fatigante e preciso trabalho de arranjo, recolha e discussão crítica de fontes dificilmente identificáveis ou adequadamente valorizadas noutros lugares, pela riqueza e complexidade dos temas tratados, pela distância de quaisquer formas de esquematismo expositivo rígido sem pathos, que nos trabalhos científicos costuma levar a tratamentos pouco empáticos. Talvez não encontremos definições nítidas e precisas, que são o estigma da matriz à ‘dicionário’; talvez devamos procurar, consultando mais do que uma entrada, detalhes técnicos ou aprofundamentos que não sobressaem no lema destinado; faltará também aquela descrição simples e linear das descobertas e dos instrumentos de teor positivista que tanto agrada a alguns leitores. Facto está que, pelo contrário, teremos ampla liberdade de ação na pesquisa, seremos solicitados a ir além do que se pode encontrar no Dizionario, que mentaliza e educa a interpretar a ciência e a técnica como uma atividade entre tantas outras, teóricas e práticas, às quais os antigos se dedicavam e que se podem redescobrir e compreender só se não forem setorizadas e se não realizarem abstrações e extrapolações deletérias e anti-históricas; seremos encorajados a seguir um método de investigação histórico e crítico que, permanecendo ancorado na experiência vivida pelos Gregos e Romanos, na sua cultura geral, proceda pelo percurso acidentado de constituições e transmissões, em várias formas, de ‘saberes’ originariamente destituídos de quaisquer pretensões de cientificidade, até chegarem ao estatuto de ciência. Por todos estes aspetos e por aqueles evidenciados anteriormente, o Dizionario pode considerar-se um reference-work imprescindível no que diz respeito à ciência e à técnica antigas, válido seja qual for a formação, o interesse específico ou a intenção de quem o usa.
Notas
- Para Herófilo, cf. frag. 211, H. von Staden, Herophilus: The Art of Medicine in Early Alexandria, New Haven 1989. Díocles fala expressamente de frenite, melancolia e mania, cf. frag.s 38, 39, 40, 41, 42, 43, 96, 110, M. Welmann, Die fragmente der sizilischen Aerzte, Berlin, 1901. Cf. também Ph. van der Eijk, Diocles of Carystus: a Collection of the Fragments with Translation and Commentary, 2 voll., Leiden 2000-2001, n. 72 vol. 1 e vol. 2, pp. 144-148.
- Em Herófilo encontra-se uma bem precisa e detalhada teoria dos sonhos. Cf., Diels, Doxographi Graeci = Aet. Plac. V, p. 416. Para Díocles de Caristo, veja-se frag. 141 Welmann.
- No que diz respeito aos conhecimentos de Galeno nestes campos, cf. K. Kalbfleisch (ed.), Galen. Institutio logica, Leipzig, 1896; De usu part., C. G. Kühn, Claudi Galeni opera omnia, Leipzig 1821-1833 (reed. anastática Hildesheim 1997), III, 830; De med. meth., Kühn, X, 36; De opt. corp. nostr. const., Kühn, IV 743- 745; De Plac. Hipp. et Plat., Kühn, V, 449, 2-3.
Tonia D’Alessandro – Università di Bari.
Brasil arcaico, Escola Nova: ciência, técnica e utopia nos anos 1920-1930 – MONARCHA (RBHE)
MONARCHA, Carlos. Brasil arcaico, Escola Nova: ciência, técnica e utopia nos anos 1920-1930. São Paulo: Editora Unesp, 2009. Resenha de: PEREIRA, Lucas Carvalho Soares de Aguiar. Revista Brasileira de História da Educação, Campinas, v. 12, n. 2 (29), p. 267-280, maio/ago. 2012.
Carlos Monarcha é professor titular na Faculdade de Ciências e Letras da Universidade Estadual Paulista “Júlio de Mesquita Filho”, campus de Araraquara. Autor dos livros A reinvenção da cidade e da multidão: dimensões da modernidade brasileira (1990), Escola Normal da Praça: o lado noturno das luzes (1999) e Lourenço Filho e a organização da psicologia aplicada à educação (2001). Atualmente coordena pesquisas sobre as “figurações da infância deficiente”, interrogando as estruturas teórico-metodológicas da produção científica sobre o “problema do anormal”.
O livro em epígrafe consiste um ensaio dividido em cinco partes: “A caminho”, “Melancolia e mal-estar”, “Torvelinho da vida moderna”, “À procura do indivíduo perdido e solitário” e “O discurso do inconsciente”. Além de um belo epílogo intitulado “Por um bravo novo mundo”. A primeira parte trata de novos projetos pedagógicos no século XIX, desde a Europa até sua circulação mundial. Na segunda, encontramos interrogações sobre os projetos da Escola Nova no Brasil republicano. Já na terceira parte, os leitores se deparam com uma reflexão sobre o tempo moderno e as idealizações de modelos cognitivos para as massas. E, finalmente, na quarta e na quinta partes, o autor deteve-se sobre os processos de medidas e classificações corporais e mentais e de difusão da psicanálise, respectivamente, observando a construção da normalização dos sujeitos, bem como de seus desvios.
Brasil arcaico, Escola Nova poderia ser só mais uma leitura entre as inúmeras que temos à nossa disposição sobre o tema da Escola Nova, não fosse a capacidade de o autor construir uma representação sensível e arguta desse tema, além de apresentar uma visão de conjunto, conferindo-lhe outro sentido e contribuindo para o debate acadêmico e para os interessados em geral. É uma leitura cujo ritmo é lento, detalhado e refletido, tal como o autor anuncia em seu prefácio (p. 16). Justamente pela polifonia de sua narrativa, que incorpora diversos discursos, sonhos e desejos do período, mas que ainda nos são caros. Monarcha escreve um “ensaio documentado” (p. 16) de uma história de sensibilidades, de formas de conferir sentido ao mundo, de sonhos postos em práticas, fundidos a instituições, corpos e personalidades de várias gerações. Mas antes de tudo é uma história de um problema, o da Escola Nova. Não simplesmente um problema de pesquisa sobre o qual ele se debruçou, teceu, desmanchou e refez outros pontos com destreza. Mas sim uma história que procurou compreender como esse problema foi construído, proposto e revisto ao longo da primeira metade do século XX, especialmente no decorrer das décadas de 1920-1930.
O autor traça inicialmente um panorama das transformações ocorridas no pensamento pedagógico ao longo do século XIX e no início do XX, que teriam uma forte relação com o desenvolvimento técnico e científico e com as transformações econômicas e sociais daquele tempo. A chamada Escola Nova “armou-se com o rigor epistemológico próprio da ciência analítica, ou seja, observação dos fatos, manejo do método experimental, quantificação e generalização da experiência” (p. 32). Essa hipótese é apresentada no primeiro capítulo da primeira parte do livro e se desdobra ao longo desse ensaio, sem que o autor se refira a ela o tempo todo, pois ele o faz na própria narrativa, carregada dos discursos de diferentes atores.
Assim, Monarcha busca compreender como se pôde constituir uma série de saberes sobre a infância, atravessados e atravessando os saberes pedagógicos desde fins do século XIX. Dessa forma, é fácil entender sua preferência por perseguir discursos dos precursores de uma pedagogia de massa, e pelos autores e atores que, ao firmarem uma “concepção de educação como atividade pessoal, espontânea e ativa, mas também, e sobretudo, como alento necessário para reerguer o mundo” (p. 46), acabaram por promover e participar de uma expansão planetária dos ideais, sonhos, desejos e sensibilidades próprios do movimento da Escola Nova.
Falamos de sonhos, desejos, sensibilidades, pois não é disso que se trata quando grupos humanos se mobilizam por alguma causa? Os exemplos descritos pelo autor indicam que grupos de intelectuais brasileiros se organizaram com base em uma sensibilidade que foi construída e retroalimentada pelo próprio movimento de sua constituição. E a formação de uma sensibilidade política atenta à infância e à formação das futuras gerações é um dos pontos que pretende ser explicado pelo livro. Se a educação das sensibilidades não é exatamente o foco desse estudo, ela toma parte importante em sua constituição. Ao procurar entender como foi possível a formação de inúmeros saberes científicos sobre a formação ética, psíquica e física da infância, o autor aponta para as possibilidades da educação de um tipo específico de sensibilidades para as crianças, nos idos das décadas de 1920 e 1930. Essa é a leitura que Monarcha faz da inúmeras reformas e propostas de reformas da educação que surgiram diante da “I Grande Guerra” e suas repercussões mundiais; reformas essas que compuseram importantes realizações na constituição da escola de massa.
É assim que somos introduzidos às propostas de intelectuais envolvidos num chamado “mercado planetário de ideias” (p. 57), quando da criação da Liga Internacional pela Educação Nova, que se apresentava como um movimento cumpridor do seu dever histórico na trama teleológica do progresso. Desse panorama internacional e geral, mesclado com observações de processos ocorridos no Brasil, que é apresentado nos quatro primeiros capítulos da primeira parte, somos conduzidos ao “Espírito novo no redemoinhar brasileiro”, capítulo cinco dessa seção. Nele o autor constrói a hipótese de que a geração de 1920, composta por produtores de bens simbólicos preocupados com uma revolução cultural, amparados numa clássica luta entre o antigo e o moderno, possuía uma dívida significativa com a geração de 1870. Essa hipótese reforça outros trabalhos que indicam essa mesma dívida intelectual, mas sua importância deve-se à indicação das tensões observadas pelos próprios escolanovistas no projeto de passagem de um imaginado Brasil arcaico e atrasado para um tão sonhado Brasil renovado e desenvolvido. Tensões explicitadas por reiteradas propostas de mudanças que reatualizavam os desejos da geração progressista e liberal do final do século XIX.
Na segunda parte, “Melancolia e mal-estar”, o historiador analisa o mal-estar das elites políticas e intelectuais diante das ruínas históricas de uma “República desfigurada”, título do primeiro capítulo dessa seção. As frustrações dos republicanos acabaram alimentando incertezas e um chamado “horror moral” desses grupos sociais diante da “população brasileira”, que ocupava uma vasta e confusa região denominada sertão. O autor (p. 92) define essa noção, baseado em relatos originais, como “terra de ninguém, habitada por homens e mulheres dotados de força rude, porém, inconscientes de si, confins subjugados pelo caos da natureza e afastados da ordem nacional”. O sertão aparece, nos discursos analisados, como signo de doença, um grande desejo de construir a nação por meio da educação, que regeneraria e curaria o corpo doente do país, que se disseminou no campo político e pedagógico. O sanitarismo, como processo de intervenção médica no corpo social, passa a ser tomado pela pedagogia e por projetos pedagógicos brasileiros.
Essa seria uma das bases para formação de uma “ficção científica”, que percebia a sociedade humana como um organismo vivo, constituindo-se uma ambiência capaz de desenvolver uma sensibilidade intelectual e política que orientou novos projetos políticos e propostas pedagógicas. Para o autor (p. 112), “o clima mental dos anos 1920 pôs em movimento a mística de regeneração dos costumes do governo e do povo”, que seria um pressuposto geral das movimentações sociais e políticas dos anos de 1910-1920 e da chamada Era Getuliana. A consciência nacional, para diferentes grupos escolanovistas, “seria construída por esforço concentrado de cultura” (p. 119). E esses grupos acreditaram ser preciso tocar e verificar os corpos, “esclarecer a alma coletiva e formar o espírito nacional” (p. 121). Era o princípio de elaboração de uma formação discursiva totalizante, que procurava constituir um Estado forte. Essa incursão do autor nos discursos de diferentes intelectuais brasileiros é importante para revermos algumas construções historiográficas míticas do caráter totalitário do governo Vargas, pois suas reflexões indicam que a formação de um espírito nacional pautado numa ideia de um Estado forte, ainda que reforçando certo tipo de liberalismo, é anterior à consagrada era totalitária dos anos de 1930.
Ao apontar os grupos envolvidos nesses projetos, o autor lança mão da noção de intelligentsia sem, entretanto, explicitar seu entendimento a respeito desse conceito. Na historiografia, é comum nos depararmos com o uso dessa noção funcionando mais como uma simples adjetivação do que como conceituação, mas dificilmente encontramos uma definição mais precisa do termo, tampouco sua importância para os objetos em análise, o que contribuiria para o debate historiográfico – especialmente na obra em questão, uma vez que o autor se propôs, num desafio heurístico, a trilhar outros caminhos e indicar novas abordagens sobre o tema da Escola Nova. A despeito disso, o trabalho deixa uma forte contribuição para a historiografia, indicando um fértil caminho de problematização das propostas escolanovistas, entendidas como integrantes de uma ampla rede política e social – com variadas manifestações culturais – que teria integrado intelectuais diversos e estimulado a elaboração de diferentes projetos político-pedagógicos para a população brasileira, que se espalharam tanto nas relações escolares quanto nas dinâmicas urbanas, as mais diversas.
Um exemplo disso pode ser observado na argumentação que se segue na terceira parte, “Torvelinho da vida moderna”. Esse é o conjunto de capítulos que mais se aproxima da recente produção em história da educação preocupada com a educação das sensibilidades e dos sentidos. O autor (p. 128) traça um percurso dos modernistas, que criaram uma espécie de fé no futuro e supunham “ter a percepção da transitoriedade da duração das coisas e das ideias” em meio a uma propagada era da velocidade. A “superação do Brasil arcaico” teria se dado por meio da conjugação de “aspectos do organicismo medieval com a energia e racionalidade moderna”, o que, para o autor (p. 136), configurou-se como uma ideologia do conhecimento. A “confiança na educação para a criação de um ser humano dotado de um código de sentimentos e interesses à cultura de seu tempo” (p. 139), por meio da ciência e da técnica, assumiu função ideológica de modernização, com um caráter de formação de representações e sentimentos em comum.
A tríade ação, prática e experiência tornou-se importante para o desenvolvimento da educação dos sentidos, via lição de coisas. Assim, diversos autores passavam a ter a convicção de que os sentidos e as sensibilidades são educados e poderiam ser mais bem orientados por meio de projetos pedagógicos. Nada de novo no campo da educação se pensarmos na tradição das lições de coisas mas essa postura tomou outra configuração no início do século XX. A ânsia de unir escola, vida e trabalho levou à consagração do “modelo formativo destinado a imprimir nas massas um jeito de ser e viver feito de experimentação e realismo por estar envolvido com os afazeres do mundo” (p. 179). Apresentando essas originalidades, em virtude também do ritmo da cidade industrial – que criava “novo estados de consciência e de alma” (p. 180) –, Monarcha (p. 173) revê os feitos dos escolanovistas, defendendo a tese de que o “chamado ‘movimento do Estado Novo’ não iniciou, mas fechou um ciclo de especulações e realizações aberto pela geração ilustrada de 1870”.
Nas duas últimas partes, “À procura do indivíduo perdido e solitário” e “O discurso do inconsciente”, é retomada uma série de saberes que mediram, diagnosticaram, examinaram, testaram, nomearam e classificaram os corpos e a psique de milhões de pessoas, adultos e crianças. Concomitante ao desejo de “aumentar a eficiência e o rendimento da ‘machina escholar’”, havia um esforço de fazer com que as pessoas fossem “transmutadas em documentos vivos para extração de dados caracteriológicos” (p. 218). As enquetes disseminadas naquele momento serviram de base para identificação de uma variedade de tipos mentais, como avançados, atrasados pedagógicos, retardados físicos médios, indisciplinados natos e débeis orgânicos para constituir as classes homogêneas.
O autor argumenta que os diferentes trabalhadores da pedagogia atuaram ativamente na sociedade por terem suas sensibilidades educadas pela grandeza da razão científica; tida como chave para o sucesso na criação de mecanismos efetivos para educação dos sentidos e sensibilidades das crianças, já que poderia transformá-las em um eficiente tipo racial, mental e social de um tão sonhado Brasil. Esse seria o “sintoma da certeza que acometia os peritos-funcionários dispostos a transpor muros e operar nos meios sociais e reorganizá-los com critérios de ordem de grandeza” (p. 236), preparando os jovens para suas respectivas funções sociais e econômicas, uma vez que cada tipo mental constituiria um tipo de trabalhador.
Eis que entram em cena a psicanálise e as ciências psi, que circularam por diversos setores culturais, como planos editoriais de livros científicos, colunas de jornais e revistas, romances e programas de rádio, bem como blocos carnavalescos. A discussão dessa parte nos impulsiona a pensar novos problemas e projetos de pesquisa interessados na história da educação do gênero e da sexualidade na escola, como a educação sexual defendida por Porto-Carrero e Deodato de Moraes, tanto na I Conferência Nacional de Educação, de 1927, como em publicações e cursos realizados na Associação Brasileira de Educação (ABE), mas também em pesquisas interessadas na educação da sexualidade na dinâmica cultural e social, que se desenvolveram a partir da década de 1920.
Além disso, a psicanálise foi utilizada como arma contra as afecções neuróticas e doenças mentais da criança, fracassos escolares e possibilidades de desenvolvimento de condutas criminosas. Para o autor (p. 290), “esse imaginário cientista da vida e do corpo era produzido por influentes nomencladores às voltas com ensaios de individualização de condutas incriminadas”, incrustando “a subjetividade num férreo esquema teórico ao Leito de Procusto” (p. 270). Tudo isso é realizado com base na análise de uma vasta documentação sobre clínicas escolares, testes psicológicos e outros projetos que produziram um conhecimento científico sobre a consciência a inteligência e as possibilidades de desenvolvimento das pessoas comuns.
Assim somos levados ao epílogo, “Por um bravo novo mundo”, e a rever a problemática do livro. Partindo de debates sobre Huxley, o autor percorre as experiências pedagógicas de anarquistas e comunistas, bem como as empreitadas dos desejos liberais. Somos convocados a realizar uma leitura do empreendimento da Fordilândia na Amazônia brasileira, como a realização de uma utopia moderna, intimamente ligada aos desejos de Roberto Mange (apud MONARCHA, 2009, p. 246), para quem “o operário formado é uma roda dentada que se adapta a qualquer sistema de engrenagens de formação idêntica”. Esses desejos de um mundo novo, anunciados por diversos saberes políticos, científicos e sociais, perpassaram e foram perpassados pela pedagogia.
O autor reafirma, enfim, a tese da importância da pressão da base material sobre a esfera da cultura, sem, entretanto, realizar uma análise mecanicista. Para ele, as ciências surgidas e fortalecidas nesse momento constituíram-se como possibilidades concretizadas pela política e na política (p. 302). Donde a formulação das noções de educação para o trabalho, para a vida, para o desenvolvimento moral, para a cultura e preparo da alma humana, tão disseminadas em diferentes, e por vezes antagônicas, tradições políticas. Donde a anexação pela pedagogia da “arte de explorar diferenças” (p. 303), legado ainda caro aos educadores do século XXI. Em tempos da Política nacional de educação especial na perspectiva da educação inclusiva e da Convenção sobre os direitos das pessoas com deficiência, esse livro possui um importante papel para reflexão da prática pedagógica contemporânea, uma vez que nos convida a compreender e observar problemas ainda por serem resolvidos. Pela relevância e atualidade do tema, pelo exemplo de tratamento metodológico da documentação e do problema, trata-se, pois, de importante publicação do campo da educação, da área da história da educação e, em especial, da história da educação das sensibilidades modernas, científicas e políticas.
Referências
Brasil. Convenção sobre os direitos das pessoas com deficiência. Protocolo Facultativo à Convenção sobre os direitos das pessoas com deficiência. Brasília:
Secretaria Especial dos Direitos Humanos. Coordenadoria Nacional para Integração da Pessoa Portadora de Deficiência, 2007.
______. Política nacional de educação especial na perspectiva da educação inclusiva. Brasília: MEC/SEESP, 2008. Documento elaborado pelo Grupo de
Trabalho nomeado pela Portaria Ministerial n. 555/2007, prorrogada pela portaria n. 948/2007, entregue ao Ministro da Educação em 7 de janeiro de 2008.
Lucas Carvalho Soares de Aguiar Pereira – Mestrando do Programa de Pós-Graduação: Conhecimento e Inclusão Social em Educação, na linha de pesquisa de História da Educação – FAE – UFMG. Bolsista CNPq. E-mail: lucaspereirahistoria@gmail.com