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Más allá del territorio: la historia regional y local como problema. Discusiones, balances y proyecciones – Sandra Fernandez
Desde hace poco más de dos décadas, la historiografía argentina ha sido testigo de acaloradas discusiones que, tanto desde el campo de la teoría como desde estudios concretos, fueron demarcando sendas novedosas que no han sido del todo transitadas ni agotadas. Las numerosas inquietudes desplegadas desde algunos espacios académicos, la entrada incontenible –y por cierto bienvenida– de nuevos problemas y miradas que modificaron impetuosamente las agendas de discusión, así como los intentos por revisitar desde posturas complejizantes un relato histórico “nacional” plagado de mitos e invisibilidades, cimentaron el terreno para el desarrollo de la historia regional y local en nuestro país. Aunque su llegada a la arena historiográfica argentina puede evidenciar un cierto “rezago”, especialmente si se la compara con sus tempranos desarrollos en Europa y América Latina, los tópicos y conclusiones en torno a los cuales giró la reflexión –y que tuvieron como marco jornadas, simposios y congresos en distintos puntos del país– no pueden concebirse en términos de “ecos” de lo que se acontecía en otras latitudes. Más bien, un grupo de cientistas sociales se nutrió de ellos y los puso en tensión tomando como referente el acontecer del campo disciplinar local.
Así, desde mediados de la década de 1980 se fueron conformando grupos de investigación con el objetivo de iniciar indagaciones de corte regional que se enfocaran sobre cuestiones que, hasta ese momento, habían quedado relativamente marginadas de las grandes líneas de interés. En esta tarea, se destacaron los centros universitarios de Rosario, Tucumán y Comahue, los que resaltaron las particularidades regionales que atravesaban las formas de organización del mercado y del Estado Central en la inserción de la Argentina en la división internacional del trabajo que proponía el modo de producción capitalista. Años más tarde, estos proyectos impulsarían a varios investigadores a ensayar intentos de conceptualización de la “región” y su significado para la Historia.[2] Sin embargo, y por más de que ya ha corrido mucha tinta sobre la vigencia y pertinencia de esta práctica historiográfica, la historia regional y local parece tener todavía un buen número de detractores en los espacios académicos quienes, apelando a justificaciones que no siempre poseen fundamentos sólidos, muestran cierto resquemor ante su innegable, creciente y bien merecido lugar en la investigación y enseñanza de la historia en distintos niveles.
En este contexto, Más allá del territorio… aparece como un aporte fundamental para insertarse en la discusión tanto desde la teoría como desde la empiria, aunando los esfuerzos y experiencias de reconocidos historiadores e historiadoras cuyos intereses puntuales, no siempre coincidentes, están guiados aquí por un enfoque y por una forma particular de abordar los problemas históricos que desarrollan. Lejos de ser una barrera a la comprensión y coherencia interna del libro, esta diversidad de preocupaciones abre un horizonte que, si bien es fragmentado y no agota la totalidad de la riqueza temática y temporal de los trabajos desde el enfoque regional y local, permite al lector aventurarse en muchas líneas de investigación desplegadas y aún vigentes.
A su turno, los autores de los nueve capítulos que dan cuerpo a la obra proponen un recorrido por los espacios particulares del saber a los que han dedicado años de su formación académica, rescatando el accionar de diversos actores en los escenarios y momentos más disímiles y tomando al recorte regional y local ora como objeto de reflexión en sí mismo, ora como propuesta metodológica para repensar algunos postulados más o menos asentados y aceptados en el quehacer de la disciplina. Pero más allá de las especificidades temáticas de cada contribución, se pueden destacar algunas líneas comunes que, aunque no estén explicitadas directamente, sobrevuelan a todas las intervenciones.
En primer lugar, el carácter de la región en tanto construcción y recorte analítico es realizado por el investigador en función de sus intereses concretos.
En este sentido, la región no supone una territorialidad más o menos naturalizada y solamente perceptible a través de los sentidos, sino que tiene que ver con una trama social y relacional que la va configurando temporalmente, a la vez que se presenta como un espacio de interacción dinámico, en constante cambio y redefinición. Esto implica considerar que las fronteras o delimitaciones de la región no se corresponden necesariamente con los límites jurídico-administrativos que la historiografía más tradicional tomaba como principales referentes; y que la propia temporalidad de estos espacios, así como los ritmos de las continuidades y cambios, ameritan un tratamiento particular que no se condice mecánicamente con las cronologías admitidas para otros recortes espaciales.
En segundo lugar, la alusión a lo regional y lo local no tiene como meta la búsqueda de ejemplos que ratifiquen los supuestos de la historia general, sino que más bien se trata de detectar la singularidad y particularidad de los problemas históricos en un espacio más acotado y, a partir de ahí, revisar críticamente las grandes “verdades” de la historia general, evitando a su vez caer en lo meramente anecdótico o pintoresco. De allí se desprende que, tal como afirma categóricamente Fernández, “su eje no es temático sino analítico. Dicho con otras palabras, la historia regional no propone un nuevo tema, un nuevo objeto, sino una nueva mirada, un nuevo acercamiento, un nuevo abordaje analítico” (p. 39).
Los primeros dos capítulos se destacan por una fuerte impronta teórica y por los esfuerzos de sus autores en dar cuenta de la polifonía que rodea a las categorías de lugar y región. Anaclet Pons y Justo Serna resaltan la flexibilidad y artificialidad de la noción de “lugar” en tanto constructo del cientista social.
Asimismo, se detienen en algunas metáforas (de la lente y de la red) que son desglosadas y leídas en su relación con la historia local y con otras corrientes como la microhistoria. Por su parte, Sandra Fernández nos sitúa en el contexto argentino para trazar el recorrido de esta práctica desde las variables y concepcionesmás tradicionales de la región hasta las nuevas búsquedas. En este sentido, convoca a la realización de estudios comparativos que permitan una incorporación de la producción generada hasta el momento, apostando no simplemente a la indagación de la localidad, la comarca o la región sino a estudiar “localmente” elementos que hacen a la densidad de la trama social, por ejemplo las formas de construcción y percepción identitarias.
Partiendo del establecimiento de relaciones –y diferenciaciones– entre la historia regional y local y otros modelos interpretativos que, como la microhistoria italiana, tuvieron un muy considerable impacto en el mundo académico argentino, Susana Bandieri nos introduce en la génesis, puntos de partida y resultados de una experiencia de investigación particular en el año 1995, que reunió bajo expectativas comunes a docentes y alumnos de historia de la Universidad Nacional de Comahue (Argentina) y de la Universidad de la Frontera de Temuco (Chile). Por un lado, ilustra el modo en que la conformación de una región –la Norpatagonia– rompía con las divisiones administrativas de las provincias y con las actuales fronteras internacionales, develando continuidades, flujos y contactos constantes entre actores de los países a ambos lados de la cordillera. Por otro, logra demostrar con creses no sólo que ciertos presupuestos e hipótesis que se barajaban desde la historia general –como el tan mentado éxito de la penetración del Estado Nacional en el espacio patagónico– debían ser modificados o, al menos, matizados; sino que la realidad actual de los estudios regionales y locales es más vasta de lo que usualmente se cree.
El capítulo confeccionado por Andrea Reguera, vinculado a los estudios rurales y a las dinámicas de los procesos regionales, se aboca a dar cuenta de las articulaciones del accionar de los actores entre sí y con la comunidad –en este caso, en el marco del poblado de Tandil al sur de la provincia de Buenos Aires–, en un proceso que admite ser explorado desde la perspectiva local.
Tomando las observaciones y planteos de viajeros, aventureros, científicos, cronistas locales e historiadores, se recrea una urdimbre de relaciones en ese otrora espacio de frontera en constante ebullición, operación intelectual en la cual la comunidad y el espacio local se erigen en unidades de análisis pertinentes a la hora de reconsiderar numerosos temas y aseveraciones.
Los aportes de Darío Barriera y Diego Roldán se ubican en el mundo urbano, aunque cada uno está signado por especificidades temáticas y registros argumentativos propios que es útiles desplegar. El primero apela a una estrategia narrativa original que toma como excusa el comentario a un texto de Rodolfo González Lebrero para ir abriendo un abanico de posibilidades de pesquisa de fenómenos espaciales en el área rioplatense colonial. A esto añade la búsqueda de precisiones conceptuales referidas a la “espacialidad” en los procesos históricos a nivel regional y local. Por su parte, Roldan se sumerge en las formas en que se han llevado adelante los acercamientos a la historia cultural de las ciudades y en la historia de los imaginarios urbanos desde mediados del siglo XX, pensando en la actualidad de buena parte de las imágenes conformadas a lo largo de esos años así como en la vitalidad de algunas de las hipótesis esbozadas en diversos contextos de producción científica. Con la prosa ágil y amena que suele caracterizar a su producción, pasa revista a los modelos de arribo a estas problemáticas desde variadas perspectivas de trabajo, entre las que se destacan la planificación y sociología urbanas y la geografía económica, pasando por las teorías del desarrollo y la dependencia hasta llegar a las aproximaciones intelectuales que abogaban por diversas entradas a las densas realidades urbanas desde la economía, lo social, lo cultural y lo político. Concluye con algunas referencias a los denominados nuevos estudios urbanos de las últimas décadas.
Por su parte, las contribuciones desde la historia reciente y las iniciativas de recuperación de memorias a la luz todo un universo de acontecimientos, sentidos y significaciones novedosos, conectados a problemas históricos no demasiado distantes temporalmente, en interacción con la propuesta del libro, han sido encaradas por Débora Cerio y Gabriela Águila. El mundo de la conflictividad social en la Argentina de las décadas de 1960 y 1970 considerado por Cerio en clave regional abre la arista de la construcción de identidades sociales y de la complejización de la realidad histórica. No obstante, y como plantea acertadamente, puede verse una ausencia considerable de indagaciones regionales sobre las modalidades de organización y lucha de las clases subalternas. El desafío propuesto no es sólo sanear esta situación sino también propugnar una construcción pluridisciplinar de la categoría de región que capitalice los desarrollos antropológicos y los esfuerzos por dotar de sentido a las luchas e identidades políticas en una nueva clave. En el caso del trabajo de Águila, se salda la brecha entre la enunciación de postulados teórico-metodológicos y la aplicación práctica de los mismos en problemáticas históricas concretas, en este caso, la represión, la resistencia y el consenso generados en relación a la dictadura militar en Argentina entre 1976 y 1983. Lejos de circunscribirse a Rosario, la historiadora reconstruye el accionar de los actores sociales en un espacio como es el Gran Rosario, que necesariamente escapa a los límites de la ciudad para incluir a otras localidades adyacentes de la provincia de Santa Fe, revelando la riqueza de las contribuciones regionales a la hora de plantear una historia más densa y comprometida.
El cierre de esta obra colectiva queda a cargo de Elvira Scalona, quien rescata y trae a primer plano la relevancia didáctica y los modos pedagógicos de implementación de la enseñanza de la historia en clave regional y local en las escuelas argentinas a partir de la sanción y puesta en marcha de la Ley Federal de Educación. La estrategia narrativa la lleva a recuperar las líneas argumentativas que implican su inclusión –muchas veces ilusoria o vaciada de sentido y contenido– en los programas de la educación formal así como a ponderar su injerencia en la conformación de identidades ciudadanas críticas en el contexto de globalización actual.
Teniendo en cuenta lo expuesto, la alusión a los estudios regionales y locales que hace la compiladora en la introducción como un gran mosaico es más que acertada. Planteos diversos, temáticas plurales todavía abiertas y fructíferas se amalgaman en cada uno de los recorridos sugeridos, más no definitivos. De esta manera, y parafraseando a Barriera, Más allá del territorio… se convierte en una obra relevante y provocativa en tanto abre más problemas de los que cierra. Esto, lejos de ser una falencia, debe entenderse como el corolario de uno de los principales objetivos que persigue la obra: alentar deliberadamente la discusión y la reflexión en pos de la consiguiente ampliación de preguntas, dudas y posibles respuestas que toda historia, como ciencia social, debe provocar.
Notas
1. Auxiliar Docente de 2a Categoría “Ad Honorem” Universidad Nacional de Rosario (UNR) leosimonetta@hotmail.com Calle San Martin 519, 5º piso, departamento “5” Rosario – Provincia de Santa Fe 2000 Argentina.
2. FERNANDEZ, Sandra. “El revés de la trama. Contexto y problemas de la historia regional y local”. In BANDIERI, Susana; BLANCO, Graciela y BLANCO, Mónica (coords.). Las escalas de la historia comparada. Tomo 2: Empresas y empresarios. La cuestión regional. Buenos Aires: Miño y Dávila, 2008, pp. 238-240.
FERNÁNDEZ, Sandra R. (Comp.). Más allá del territorio: la historia regional y local como problema. Discusiones, balances y proyecciones. Rosario (Argentina): Prohistoria ediciones, 2007, 182 pp. Resenha de : SIMONETTA, Leonardo C.[1] Tras las huellas de lo local y lo regional: notas críticas y tendencias de la análisis en la historiografía argentina. História da Historiografia, Ouro Preto, n.3, p.161-166, set. 2009.
Salvar la Nación. Intelectuales, cultura y política en los años veinte latinoamericanos – FUNES et. al (AN)
FUNES, Patricia. Salvar la Nación. Intelectuales, cultura y política en los años veinte latinoamericanos. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2006, 440 p. Resenha de: MANSILLA, María Liz; ZAPATAT, M. H.; SIMONETTA, Leonardo C. Anos 90, Porto Alegre, v. 16, n. 29, p. 357-364, jul. 2009.
La década abierta en 1920 es sumamente rica en lo que respecta a procesos y problemas de singular relevancia que no sólo merecen ser estudiados por su importancia coyuntural sino también porque su fuerte impronta repercutirá en etapas posteriores a lo largo de la centuria. Es esta, además, una década prolífica en lo que a debates y generación de nuevas propuestas se refiere. Así, la doctora Patricia Funes ha decidido transitar estos diez años eligiendo uno de los tantos senderos posibles.
Salvar la Nación. Intelectuales, cultura y política en los años veinte latinoamericanos es fruto de una ardua y profunda labor investigativa concebida inicialmente bajo las características y el formato propio de una tesis de doctorado, desarrollado en la Universidad Nacional de La Plata. Ahora, devenido en libro, tienen la posibilidad de circular con mayor libertad y de invitar a sus potenciales lectores a centrar la atención en torno a los contenidos e intenciones que adoptó la reflexión acerca de la Nación entre los intelectuales latinoamericanos por aquellas épocas.
En la primera parte de las tres secciones que componen la obra, la autora asienta las premisas de su trabajo, sus ejes problemáticos y el modo de abordar los mismos, mientras se va introduciendo en el análisis de los elementos y categorías generales a partir de los cuales gravita la investigación: años veinte, intelectuales y nación.
De acuerdo a Funes, se trata de una coyuntura que, comúnmente, ha quedado subsumida e invisibilizada en periodizaciones más amplias del tipo clásico como “1880-1930” o “período de entreguerras” – que invalidan cualquier reflexión de los procesos de cambios y continuidades – pero que, no obstante, posee una entidad propia que permite dotarla de nuevos significados que hacen posible individualizarla. Desde su perspectiva, los años 20 poseen un carácter coloidal y fundacional, en el que se originan múltiples tradiciones de pensamiento culturales y políticas que atravesarían el siglo XX latinoamericano.
La segunda parte del libro se detiene en el tratamiento y desarrollo de los argumentos centrales. Y un tercer apartado contempla las reflexiones finales. El libro también cuenta con un apartado con bibliografía seleccionada que evidencia un intento de síntesis de lo producido acerca del período y de incorporación de diversos enfoques y disciplinas que tienen por objeto de estudio a la sociedad latinoamericana del siglo XX – con especial referencia a la década de 1920 –, lo que permite proseguir con el estudio en profundidad de las problemáticas planteadas.
En efecto, la crisis de la Gran Guerra, la relativización de Europa como faro de la cultura y la creciente oposición a las agresivas políticas militares de Estados Unidos sobre la región fueron generando dudas, rumbos significativos y un novel continente de sentidos en el mundo de las representaciones, recortando la silueta de problemas e inquietudes comunes a un grupo de hombres de distintos países de América Latina que comenzaban a construir el colectivo específico de los intelectuales. La revolución, el socialismo, el comunismo, el antiimperialismo, el corporativismo, la democracia y la ubicación de esta parte del orbe en la cartografía de la modernidad fueron tópicos que recorrieron la reflexión de estos actores que se ubicaron desde el campo de la cultura y la sociedad. Pero, especialmente, recayó sobre ellos la tarea de pensar y crear interpretaciones y lecturas en torno a la Nación, entidad de sentido conformada desde múltiples visiones y ambivalentes significados al calor de una discusión que atravesaba tanto el plano filosófico-cultural como el político.
Apelando a un registro de análisis que podría caracterizarse como político-cultural, la historiadora entrelaza con soltura y fluidez la reflexión en función de dos grandes universos semánticos. Por un lado, los contenidos y significados inherentes de los discursos y representaciones que pujan por definir qué es la nación en la arena filosófica-cultural. Y por otra parte, se hace presente la intención en el plano político de los intelectuales de cristalizar solidaridades colectivas y (re)crear una “comunidad imaginada” vinculada a la determinación de precisar inclusiones y exclusiones. A ello se suman los enfoques específicos de la historia social, incorporando sobresalientes aproximaciones sobre las sociedades y los contextos que sostienen el accionar de dichos agentes.
En concordancia con su propuesta de análisis, no se contemplan sólo la producción de los intelectuales que se autodefinen abiertamente como pertenecientes a los diversos nacionalismos y como productores de acepciones más o menos felices sobre la Nación.
Por el contrario, el elenco de hombres visitados se amplia de manera sorprendente y, a la vez, sus postulados van siendo cruzados y confrontados no en función de países o de biografías sino a partir de un conjunto de problemas que permitan un acercamiento más explicativo al conjunto de debates antes aludido. En este sentido, la ponderación hermenéutica y metodológica de tres ámbitos específicos (México, Perú y Argentina) y de los personajes escogidos (Víctor A. Belaúnde, Jorge Luis Borges, Manuel Gálvez, Manuel Gamio, Francisco García Calderón, Manuel González Prada, Víctor Raúl Haya de la Torre, Pedro Henríquez Ureña, José Ingenieros, Vicente Lombardo Toledano, Leopoldo Lugones, José Carlos Mariátegui, Andrés Molina Enríquez, Alfonso Reyes, José E. Rodó, Ricardo Rojas, Luis Alberto Sánchez, Manuel Ugarte, Luis Valcárcel, José Vasconcelos, Alberto Zum Felde, entre otros), no sólo ofrece la oportunidad para tensar al máximo las dificultades para pensar América Latina en clave regional y brindar el andamiaje necesario para ver cómo cada uno de estos tópicos son tratados en realidades nacionales bien disímiles, sino también permite romper con aquellas visiones endógenas, ufanistas y cerradamente nacionalistas que coadyuvaron a configurar los imaginarios y resortes sobre los que reposaban las historiografías nacionales y abrir canales de diálogo entre distintas tradiciones. Cabe aclarar que la preeminencia dada a estos tres espacios dominantes, que se subordinan a los ejes sobre los que se ha configurado la interpretación, no obtura la peripecia de hacer referencia a otras realidades a lo largo de la obra, recurriendo a un método comparativo que enriquece de forma significativa los planteos a través del muestreo de diferentes tramas de producción intelectual.
La segunda parte del libro se detiene en el tratamiento y desarrollo pormenorizado de los nudos centrales, desplegados en torno a cinco acápites temáticos. En un primer momento se indagan las disímiles y complejas relaciones entre Nación, crisis y modernidad. Bajo el rótulo de “Salvar la Nación” – frase que emerge con insistencia en las más heterogéneas interpretaciones de comienzos de la década –, se piensa en los ejes de cada una de las interpretaciones de la Nación (el Inkario, las mayorías nacionales, la vida civil, la fuerza o la potencia, la religión católica, la historia en común) en función de dos tradiciones clásicas de los tiempos modernos: una idiosincrásica, y la otra constructivista. La hipótesis fuerte de Funes es que la Nación ya no es considerada como un atributo o un perímetro que acompaña o completa al Estado, sino que es tomada como el espacio de condensación de las complejidades y contradicciones sociales en el contexto de una modernidad esquiva y ecléctica pero advertible a todas luces.
En “La Nación y sus otros”, se pone de manifiesto el desplazamiento de una concepción intelectual de nación a partir de las categorías que imponían la tradición liberal (cuyo énfasis recaía en la noción de ciudadanía) y la tradición positivista (acentuando la idea de morfología racial) a una concepción que abrevaba en las consideraciones sociales y culturales. La tesis central de esta sección es que en esta década, el pensamiento latinoamericano buscó una hermenéutica que no clausurara ni el pasado ni el futuro y que contuviera fórmulas para ensanchar la Nación a partir de dos variables: en el tiempo (apelando al pasado, a las tradiciones y a los orígenes) y en el volumen social (al considerar al “otro” antes excluido, encarnado en las figuras del indígena y del inmigrante).
Por ende, el desafío radicó en conciliar en el proceso de incorporación a un conjunto de alteridades complejas y de distinta entidad: étnicas, culturales, religiosas, sociales y regionales.
En tercer lugar, la autora remarca la importancia que el pensamiento antiimperialista de posguerra tuvo en la medida en que constituyó un dilema que configuró un perímetro inclusivo a escala regional y señaló destinos y estrategias comunes para América Latina. Ya no sólo eran las otredades internas los “problemas” a resolver, sino que se sumaron las fronteras culturales y económicas que se recortaron frente al “otro” externo que obligaba a tomar posiciones frente o contra la dominación imperialista pergeñada desde Estados Unidos. A lo largo de “Antiimperialismo, latinoamericanismo y Nación”, se analiza el modo en que categorías como autonomía, autodeterminación, soberanía, independencia, patriotismo y nacionalismo eran puestas en jaque al tiempo que incitaban a reforzar el pensamiento de los intelectuales frente a los desafíos de un “afuera” imperialista.
En el capítulo “Lengua y Literatura: arcanos de la Nación”, se examinan las polémicas en torno del idioma, la presencia de la literatura nacional y la edificación de un canon literario, temas que muestran los sentidos que se imprimieron sobre la Nación. En esta línea, la consideración en los años veinte de los binomios culto/popular, moral/escrito, español (o castellano)/lenguas indígenas, entrelazados con la reevaluación del canon literario, la designación de precursores de la literatura nacional, la ampliación de autoridades y precedencias, las formas de datar y compendiar las historias se conjugan en implícitos y fuertes pilares sobre los que se apoya el discurso y los fundacionales imaginarios nacionales de la década.
Finalmente, en el quinto apartado, “Ser salvados por la Nación. Las búsquedas de una nueva legitimidad”, las protagonistas del debate son las ideologías políticas. Para Funes, la problemática de la definición de la Nación se consolida en el terreno intelectual paralelamente al proceso de debilitamiento o superación del orden oligárquico como correlato de la creciente complejización social y la aparición de actores sociales en la escena pública. Esto condujo a repensar los vínculos entre Sociedad y Estado, en una línea donde nociones como república, democracia, revolución, socialismo, corporativismo son leídos en otra clave, para hallar nuevos y alternativos principios de legitimidad bajo premisa de que es posible “ser salvados” por la misma Nación que se está discutiendo.
Más allá de la unidad en la coherencia y rigurosidad desplegadas para tratar cada problema, se suma otro elemento del orden metodológico que atraviesa los capítulos reseñados: la forma de organización interna. Invirtiendo el orden clásico de la exposición, cada apartado inicia con una clara explicitación de las conclusiones para luego desandar el camino que llevó a ellas. De igual modo, cada capítulo se halla encuadrado en el abordaje de distintos materiales: históricos propiamente dichos, que sirven de soporte material para rescatar la información empírica que configura, en criterios cronológicos, un proceso; teóricos, que colaboran para la comprensión, delimitación y evaluación de los problemas presentados; y fuentes, que son de gran utilidad puesto que permiten una aproximación más estrecha a lo producido por los diferentes actores y posibilitan contar con cierto número de documentos que ofrecen un margen de evidencia de las visiones y perspectivas en la coyuntura. El libro también cuenta con un apartado con bibliografía seleccionada que evidencia un intento de síntesis de lo producido acerca del período y de incorporación de diversos enfoques y disciplinas que tienen por objeto de estudio a la sociedad latinoamericana del siglo XX – con especial referencia a la década de 1920 –, lo que permite proseguir con el estudio en profundidad de las problemáticas planteadas.
La cuidadosa reconstrucción sistemática de las lógicas de configuración de los imaginarios nacionales en América latina durante los años 20 ha sido un desafío y al afrontarlo, la autora ha realizado una muy importante contribución al conocimiento de nuestra historia latinoamericana, manifiesta en una prosa ágil y bajo un tono que es capaz de ir y venir con soltura entre los diferentes aspectos del debate intelectual sin contradecir la lógica narrativa que pretende. Convergencias e integraciones de este tenor son, por cierto, estimulantes y una vez más, se ponen de manifiesto en la aplicación del método comparativo, estableciendo similitudes y diferencias que ese proceso global presenta cuando se lo aborda a escala de cada sociedad nacional. La tarea de repensar nuestros intelectuales ha operado aquí como una excusa para desandar las peripecias de la construcción compleja de la Nación. En este sentido, otra virtud que reviste el trabajo es que ha logrado superar por un lado, los postulados esencialistas y las naturalizaciones ahistóricas y, por otro, las interpretaciones funcionales y fatalistas.
En síntesis, se trata de una obra que se escribe desde la pluma de la innovación y de la imperiosa necesidad de transitar nuevos caminos y formas de escritura histórica acordes a los tiempos que corren, conjugando en su prosa la rigurosidad científica en el sentido “tradicional” – la utilización de la documentación más diver sa y exhaustiva posible, la severidad de la crítica, la teorización apropiada y operativa y la sólida claridad interpretativa, producto de años de investigaciones en historia latinoamericana del siglo XX – y la lectura amena – propia de quien domina el oficio de escribir de manera atractiva, seductora y provocadora –, con el laudable objetivo de “repensar” cuestiones que refieren a nuestros problemas más actuales, como el hecho de que “(…) la historia no sólo no finaliza sino que en nuestros países, hace mucho que recién comienza”. Y en ese transitar, es necesario sentarse a discutir a Latinoamérica y a la Nación sin tapujos y encorsetamientos, en diálogo abierto y plural, como balance y como proyecto.
María Liz Mansilla, Horacio M. H. Zapata e Leonardo C. Simonetta – Escuela de Historia – Centro Interdisciplinarios de Estudios Sociales (CIESo) – Facultad de Humanidades y Artes – Universidad Nacional de Rosario, Argentina.