El Pucara del Cerro La Muralla: Mapuches, Incas y Espanoles en el Valle del Cachapoal – SEPÚLVEDA et al (RCA)

SEPÚLVEDA, Jairo; SAN FRANCISCO, Alex; JIMÉNEZ, Bruno; PÉREZ, Sebastián. El Pucara del Cerro La Muralla: Mapuches, Incas y Espanoles en el Valle del Cachapoal. Santiago: Mutante Editores, 2014. 250p. Resenha de: FAULBAUM, Felipe Vargas. Revista Chilena de Antropología, n.31, p. 127-128, ene./jun., 2015.

Con una prosa ágil, coloquial y resuelta, considerada para privilegiar su lectura por un público masivo, este libro publicado por Mutante Editores nos adentra en los múltiples recovecos de una investigación que busca aclarar uno de los mayores misterios de la Historia Americana. ¿Cuál es el límite meridional del Imperio de los Incas? ¿Cómo eran las poblaciones que resistieron el avance y conquista incaica en Chile Central? ¿Qué dinámicas sociales se desarrollaron en esta región fronteriza? ¿Cuáles fueron las continuidades que permitieron sostener posteriormente una heroica y cruel resistencia a la conquista hispana? Es a través de la investigación arqueológica de una olvidada construcción en la cima de un cerro en las cercanías de San Vicente de Tagua Tagua.

Desde los ruinosos muros abandonados del Cerro La Muralla, en el valle del Cachapoal, se rastrean las últimas huellas que el fabuloso y enigmático “Imperio de los Incas” o Tawantinsuyu dejo en su avance de conquista del sur de Chile.

Las excavaciones arqueológicas realizadas, por los autores, en el Pucará del Cerro La Muralla durante la realización del Proyecto FONDART 18.291 “Por la senda del Inca en el valle del Cachapoal”.

Junto a la revisión erudita de los demás vestigios materiales del período incaico de la IV Región de O’Higgins y Chile Central, son hábilmente utilizadas como una certera herramienta para visibilizar la tenaz lucha de resistencia de las poblaciones mapuche frente a las campañas de conquista inca y su posterior continuidad en la resistencia anti hispana.

Con una copiosa y muy actualizada bibliografía histórica y arqueológica se presentan los distintos procesos que enfrentaron las poblaciones de la región. A partir de una acabada síntesis de largo alcance, que nos adentra a la prehistoria regional, los autores recorren la cronología precolombina y los elementos claves del cambio cultural, resaltando en este sentido, el proceso de andinización preincaico de Los Andes Meridionales. Finalizan presentando con detalles los prolijos documentos y vestigios atribuidos al período incaico.

Luego del desempolvo de los jarrones, sitios y construcciones del lejano tiempo inca la investigación avanza en el esclarecimiento de los procesos históricos y dinámicas sociales acontecidas por los habitantes locales. Clarifican la denominación promaucaes o “gente salvaje” como una definición incaica, reflejo de su incapacidad política en una coyuntura histórica particular, por sobre una realidad cultural y étnica en sí misma. Reforzando así las fuertes conexiones culturales de las poblaciones locales o “promaucaes” con el mundo mapuche.

Con el correr curioso de las páginas se va visualizando el rostro histórico de los mapuches o picunches, que habitaron esta convulsionada región durante los siglos XV y XVI. Las dinámicas que permitieron el levantamiento frente a los distintos invasores, las frágiles alianzas que sostuvieron con los conquistadores cuzqueños y españoles durante la vida de frontera, la derrota y sometimiento luego del fracaso de las estrategias de resistencia.

Revista Chilena de Antropología 31/1er Semestre 2015 127-128 128/ Dione da Rocha Bandeira La continuidad fragmentada del mundo mapuche de Chile Central en las reducciones indígenas y pueblos de indios de la colonia, junto a las sobrevivencias de esos fragmentos en la vida del mestizo chileno hasta la actualidad presionan por la necesidad de visibilizar y reavivar en la memoria social esas continuidades presentes en distintas actividades comunitarias contemporáneas. Tal como la actual procesión y celebración a la Virgen Nuestra Señora de Fátima anualmente realizada entre las murallas derruidas del pasado incaico.

Situado en el valle del Cachapoal.

Observando minuciosamente los acontecimientos desde los antiguos ayllus y tribus del valle, el arribo del Tawantinsuyu a la región y posterior debacle del Imperio Inca por las huestes españolas, este libro es un real aporte al dar cuenta de la riqueza histórica y cultural del valle del Cachapoal. Situando con justicia al valle del Cachapoal en una de los más importantes problemáticas y enigmas de la gran historia americana.

Felipe Vargas Faulbaum – Licenciado en Arqueologia, Universidad de Chile. E-mail: feliperplexo@gmail.com.

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Qaraqara-Charka. Mallku, Inka y Rey en la Provincia de Charcas (Siglos XV-XVII) – PLATT et al (C-RAC)

PLATT, Tristan; BOUYSSE-CASSAGNE, Thérèse; HARIS, Olivia. Qaraqara-Charka. Mallku, Inka y Rey en la Provincia de Charcas (Siglos XV-XVII). Historia Antropológica de una Confederación Aymara. La Paz: Instituto Francés de Estudios Andinos, Plural Editores, University of St. Andrews, University of London, ínter American Foundation, Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, 2006. 1088p. Resenha de: ORÍAS, Paola Revilla. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.41, n.2, p.309-311, dic. 2009.

En abril del año 2006 apareció: Qaraqara-Charka. Mallku, Inka y Rey en la provincia de Charcas (siglos XV-XVII). Historia antropológica de una confederación aymara [en adelante QQCH]. Se trata de la cristalización de un proyecto de investigación emprendido por Tristan Platt, Thérése Bouysse-Casagne y Olivia Harris [en adelante TTO], antropólogos e historiadores comprometidos en la indagación del pasado andino, quienes durante años recopilaron, estudiaron e interpretaron el material que presentan en este volumen.

El sólido análisis crítico propuesto se centra en las manifestaciones políticas, económicas, sociales y culturales del territorio Qaraqara-Charka -confederación de etnias regionales y señoríos prehispánicos de América del Sur que se fue constituyendo en conjunto político después del eclipse de Tiwanaku (Platt et al. 2006:25)-, durante las épocas prehispánica y colonial, atendiendo particularmente al papel y desenvolvimiento de los señores naturales en los diferentes contextos en que ejercieron su autoridad. La idea parece haber sido gestada en Sucre (Bolivia) en los años ochenta, con el aliento de intelectuales como John Murra, Thierry Saig-nes y Gunnar Mendoza.

En el propósito colaboraron estudiosos como Thomas Abercrombie, Mercedes del Río, Roger Ras-nake, Carlos S. Assadourian, Teresa Gisbert, Rossana Barragán, Jorge Hidalgo, Martti Parssinen, Ana María Presta y Nathan Wachtel entre otros, lo que junto a la amplia covertura institucional internacional de que fue objeto la publicación, nos señala la envergadura del proyecto acometido. Hasta aquí, ningún investigador o grupo de investigadores se había enfrentado a un reto historiográfico de tal magnitud sobre las raíces profundas de Charcas.

Tres son los momentos y escenarios cuyos pormenores analiza este libro: el mundo prehispánico, la incorporación de la Confederación Qaraqara-Charka al Estado Inca y posteriormente al Imperio español sobre la base de una alianza de intercambio recíproco.

Al inicio encontramos un rico, puntual y breve ensayo de interpretación antropológica de conjunto, pero no estamos aquí ante una historia monográfica concluyente sobre Charcas, sino ante una mirada indagatoria y reflexiva en torno a las manifestaciones socio-culturales, similitudes, diferencias, trato e interacción que se estableció entre los señoríos Qaraqara y Charka, de éstos con las demás federaciones de Charcas y con otras regiones.

La obra está dividida en cinco capítulos principales: Culto, Encomienda, Tasa, Tierra y Mallku, cada uno con un conciso ensayo de interpretación que introduce el contexto específico de la documentación transcrita en extenso al final del libro. Muchos de los documentos presentados, hasta aquí inéditos, nos llegan por primera vez reunidos y con un sólido aparato crítico.

Atendiendo a la subjetividad inmanente a cada texto y los criterios de verdad de la época, el análisis crítico documental le da especial relieve a la indagación en las condiciones de producción, en lo que dicen y parecen callar las voces interactuantes, sumergiendo la atención del lector en diferentes procesos de construcción de la memoria. No olvidemos que hay historiadores y antropólogos envueltos en una empresa que combina técnica y método de archivo con trabajo de campo, además de algunos acercamientos arqueológicos e incluso climatológicos. La práctica interdisciplinaria ciertamente enriquece el trabajo y suscita interrogantes desde diferentes ángulos. Estamos ante una moderna exégesis de fuentes que deja entrever formas alternativas de integración y análisis de datos, y que permite la (deReconstrucción de la vida prehispánica y colonial en Charcas. Diferentes lecturas parecen posibles. No podía ser de otra manera al tratarse de la historia de una sociedad en esencia polifónica y multicultural, donde las voces de los sujetos históricos parecen yuxtaponerse.

El capítulo “Culto” presenta dos probanzas de méritos, una de un cura vasco de la diócesis de Charcas y otra de un párroco de Chayanta. El valor de estos textos está en relación con la poca documentación que hay al respecto para Charcas. En el capítulo “Encomienda”, encontramos tres cédulas bastante tempranas que permiten entender la organización de Qaraqara y de Charka, así como la constitución de los centros de poder de la zona. “Tasa” por su parte remite a documentos sobre pleitos entre indios y encomenderos, así como a cálculos oficiales que, elaborados en diferentes momentos, proporcionan valiosos datos sobre contabilidad y monetización colonial, aclarando el panorama tributario. En “Tierra”, los autores seleccionan y abordan el estudio de algunos casos individuales documentados, los mismos que, ampliando el lente analítico, permiten comprender la realidad política local y regional de las fronteras entre ayllus.

Dada la variedad de los problemas planteados y la dinámica de su estructura, los capítulos suelen entrecruzarse y complementarse en su contenido, lo que a su vez indica que diferentes recorridos son posibles dependiendo del interés del lector.

El marco temporal abarca a grandes rasgos los siglos XV-XVII, aunque hay documentos que sobrepasan estos límites. Por otro lado, algunos textos podrían pasar como piezas de microhistoria, ya que, si bien toman en cuenta la coyuntura individual, con un cambio de lente permiten identificar un contexto más amplio. En otros casos, en un mismo texto se entrecruzan varias temporalidades relacionadas por cierto lugar común, el mismo que permite reconocer elementos de larga duración dentro de una visión braudeliana. Y es que, antes que buscar huellas prehispánicas en el tiempo diacrónico, el afán de contextualización de TTO busca entender cómo prácticas culturales concretas lograron ir cobrando nuevos sentidos por medio de la interacción de los actores.

El territorio de la Confederación Qaraqara-Charka se presenta como un espacio diferenciado -política y culturalmente hablando- del Collao, cuya tendencia hegemónica en la zona antes de la llegada de los Inca se debió a su privilegiada posición económica, política y geográfica estratégica dentro del Qullasuyu (Platt et al. 2006:28). No obstante, fuera de todo presentismo concluyente, los mapas presentados se anuncian sólo referenciales, dando prioridad al estudio de las personas en relación al de los territorios. Así, los autores nos dejan sospechar el dinámico contacto que hubo entre grupos de puna y de valle, sobre la base de obligaciones de reciprocidad política, religiosa y militar entre comunidades, trayéndonos a la mente aquel modelo de autosuficiencia estudiado por Murra y Condarco Morales para la zona andina (Condarco Morales y Murra 1987). La postura es más cautelosa a la hora de reflexionar sobre la posible tradición dual de gobierno, pero llega a proponer que se trató de una confederación formada por Charka vila y Charka hanco: “Así se justificaría que, más tarde, los Qaraqara siguiesen clasificándosejunto con los Charka” (Platt et al. 2006:47).

Una de las reflexiones más interesantes que nos ofrece QQCH gira en torno al estudio de la autoridad indígena en Charcas. Esta es presentada como una fuerza dinámica y transformadora de sí y de su entorno en el contacto y la convivencia diaria en el escenario colonial. Precisamente, el último capítulo “Mallku”, presenta probanzas de méritos y servicios de señores naturales, relatos personales sobre el linaje de algunas familias que, en la larga duración, permiten descubrir ciertos objetivos de encumbramiento y de poder escondidos entre líneas dentro de un escenario más amplio que el individual. En este sentido una pieza clave es el “Memorial de Charcas”, pronunciamiento de los mallku de la zona en que instan al Rey a proveer los remedios necesarios en diferentes aspectos concernientes a la situación del indígena después de las reformas toledanas; pero, particularmente, buscando el restablecimiento de sus derechos y estatus de altas autoridades prehispánicas, enumerando los servicios hechos a los Inca y al Rey y pidiendo ser tratados como nobles españoles. Resalta aquí el acusioso análisis del papel y estrategias de los mallku de Charcas para acomodarse en contexto colonial. Este documento reúne los puntos esenciales abordados en los diferentes capítulos, y cuya preocupación de transcripción y reedición parece haber sido una de las motivaciones principales de la gestación de QQCH.

En pos de comprender mejor la posición, relación e influencia de los señores naturales de Qaraqara y Charka, así como la transformación diacrónica de las sociedades andinas, TTO proponen una aproximación rigurosa a dos momentos ineludibles: La llegada del Inca Wayna Qhapaq, y el posterior reordenamiento del Estado Inca por Gonzalo y Hernando Pizarro en 1538.

Por los datos expuestos evidenciamos que lejos de rebelarse, los aymarás habrían optado por una política de alianzas con Pachakuti y Wayna Qhapaq, la misma que les ayudó a garantizar ciertos privilegios y una notable autonomía dentro de su territorio. Teniendo en cuenta que los Inca dependían bastante de Charcas en su empresa de conquista, el sometimiento habría sido más bien una especié de pacto de intercambios recíprocos (Murra 1975:IV). Bouysse-Casagne sostiene incluso que los Inca no sólo dejaron su impronta en Charcas, sino que éstos tomaron muchos elementos sociales y culturales de esta región del Sur para el gobierno del Estado multiétnico.

A pesar de la innegable dificultad que implica reconocer la superposición de derechos y obligaciones en este escenario de reciprocidad y rivalidades entre mallku, la perspectiva antropológica de este estudio nos muestra la importancia que conservaron los señoríos de Charcas en la vida política del Tawantinsuyu o Estado multiétnico andino, a partir de la relación de sus autoridades con el Inca.

En lo que a la imposición del dominio hispano se refiere, éste no habría sido el resultado del enfrentamiento entre dos bandos opuestos, pero de un combate desde varios frentes rivales (dos Inca, dos sacerdotes, varios mallku, los españoles). Para TTO, la capacidad de negociación del príncipe Pawllu con los señores naturales locales lo convierten sin duda en: “el que conquistó el Qullasuyu para el Rey de España” (Platt et al. 2007:111).

Sea como fuere, QQCH muestra mediante estas reflexiones cómo desde los primeros años de convivencia entre españoles e indígenas, pero particularmente después de 1569, se puso en marcha todo un proceso de desestructuración que sufrieron las sociedades andinas, en el que el Virrey Toledo dejó una fuerte impronta. La documentación expuesta y la lectura propuesta traza el desarrollo de las interacciones entre los actores, las mismas que llevaron a la organización paulatina de una nueva sociedad en Charcas. TTO sugieren incluso que en este período se habría ido organizando poco a poco en Potosí un “archipiélago colonial”, con una lógica radial en torno al mercado naciente integrado por la minería, la agricultura, el trabajo artesanal y una serie de nuevas tareas dentro de una red comercial inédita en la zona1. La coyuntura política posterior a la llegada del Virrey, así como el accionar de los señores naturales, habrían sido desde esta perspectiva fundamentales para consolidar los cambios. Toledo habría motivado por ejemplo que el mallku tradicional se convirtiera intermediario entre el indígena y la Corona, intentando dar fin a la antigua organización dual, y distanciándose sustancialmente de la autoridad tradicional.

No obstante, y considerando que la historia está llena de matices, como bien muestran TTO es necesario destacar que muchos de los documentos presentados en esta obra dejan ver que ciertas reglas internas de sociabilidad andina tradicional perduraron -aunque no intactas- en diferentes aspectos dentro de celebraciones o en muestras de generosidad (Platt et al. 2006:659). El interés de este libro radica precisamente en ver cómo, en qué medida y bajo qué circunstancias fueron cambiando estas prácticas y sus referentes dentro del imaginario cultural de Charcas, para articularse dentro de la nueva sociedad colonial.

La contribución de este volumen a la historiografía andina es sin duda sumamente rica y sólida. Su lectura es absolutamente recomendable y necesaria para los estudiosos del pasado andino.

Agradecimientos: Comprometo especialmente mi gratitud el Doctor Jorge Hidalgo L. cuyas acertadas recomendaciones fueron de gran ayuda. Asimismo, agradezco los valiosos comentarios de los evaluadores que ayudaron a mejorar la calidad de este trabajo.

Notas

1 Aunque hubo algunos lugares como Macha, donde Platt argumenta que la organización vertical logró subsistir marcando una continuidad en la larga duración (cf. Platt et al. 2006:538).

Referencias

Condarco Morales, R. y J. Murra 1987 La Teoría de la Complementariedad Vertical Eco-Simbiótica. HISBOL, La Paz.         [ Links ]

Murra, J. 1975 Formaciones Económicas y Políticas del Mundo Andino. IEP, Lima.        [ Links ]

Platt, T., T. Bouysse-Cassagne y O. Harris 2006 Qaraqara-Charka Mallku, Inka y Rey en la Provincia de Charcas (siglos XV-XVII) Historia Antropológica de una Confederación Aymara. IFEA, Plural, University of St. Andrews, University of London, ínter AmericanFoundation, Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, La Paz.        [ Links ]

Paola Revilla Orías – Magíster Historia. Mención América, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, Santiago. E-mail: paorevi@gmail.com

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Variations in the expression of Inka power – BURGER; MORRIS; MATOS (A-RAA)

BURGER, Richard L.; MORRIS, Craig; MATOS, Ramiro (Org.). Variations in the expression of Inka power. [Sn]: Dumbarton Oaks, 2007. Resenha de: HERRERA, Alexander. Antípoda – Revista de Antropolgía y Arqueología, Bogotán.7 Bogotá jul./dez. 2008.

La adveridad de formas en las que se manifiesta el poder político, militar y religioso a lo largo y ancho del Tawantinsuyu —una de las más sofisticadas y complejas formaciones socio-políticas indígenas del continente americano— es una de las características que más inquietudes investigativas ha despertado en las últimas décadas. Otrora considerado como un imperio despótico y monolítico, las investigaciones de los historiadores John Howland Rowe y María Rostworowski Tovar de Diez Canseco, y los antropólogos John Victor Murra y Reiner Tom Zuidema —homenajeados con la dedicatoria del evento y del volumen— no solo han permitido revaluar el imperialismo inca, sino que han abierto las puertas a múltiples acercamientos teóricos y metodológicos.

El impecable volumen editado por Burger, Morris y Matos, ofrece una visión panorámica de las investigaciones arqueológicas de fines del siglo XX que permite evaluar la influencia de los cuatro pensadores mencionados, a la vez que demuestra el creciente dinamismo de los estudios inca. Su publicación diez años después del evento se debe, en parte, a una serie de sensibles fallecimientos que anuncian el fin de una era —John Rowe en Mayo de 2004, Craig Morris en Junio y John Murra en Octubre de 2006. La presencia de notables trabajos de síntesis regionales para la sierra y costa central de Perú, el oriente boliviano y el noroeste argentino, así como sobre la producción social y simbolismo de objetos y artefactos textiles, metálicos y de piedra hace que este volumen mantenga una vigencia que probablemente perdurará por décadas, tal y como ha sucedido con otros volúmenes andinos editados por la Universidad de Harvard y Dumbarton Oaks.

A modo de introducción, Craig Morris presenta un sucinto ensayo bibliográfico que resume los aportes centrales de Murra, Rostworowski, Rowe y Zuidema en el contexto de la interfase entre arqueología e historia. Propone una agenda para la arqueología andina que articule la independencia de los testimonios materiales con el análisis crítico de las fuentes históricas, integrando así el estudio etnográfico. Aunque esto es lo que la mayoría de investigadores del fenómeno inca buscan hacer, cabe resaltar la falta de consenso en torno a cómo integrar la investigación arqueológica, etnográfica, lingüística e histórica.

Arellano y Matos, por ejemplo, reconstruyen la historia cultural de una provincia inca en la sierra central del Perú combinando el estudio pormenorizado de fuentes etnohistóricas con décadas de estudio arqueológico en los alrededores del centro administrativo inca de Pumpu (Brown 1992, Matos 1994). Al igual que en otras partes del Tawantinsuyu el patrón de asentamiento inca se distingue con facilidad del patrón local. Destaca la diversidad de estrategias para la fundación de asentamientos sobre pueblos o santuarios locales (acaso destruidos intencionalmente) cercanos a ellos (acaso respetando su importancia simbólica) o en lugares previamente deshabitados. El encuadre de la distribución de sitios inca, de los sitios locales, de los diversos estilos de cerámica tardíos existentes en la región y de la información etnohistórica es una tarea que no solo requiere trabajo de campo y archivo, sino también una reflexión teórica sustentada en torno a la relación entre la cultura material y las identidades del momento.

Charles Stanish y Brian Bauer, en cambio, ponen en relieve los centros de peregrinaje inca, específicamente el camino desde la Península de Yunguyu hasta la Isla del Sol, en el lago Titicaca. Según los autores, el imperio “alteró el paisaje en la región sur del Titicaca para crear un amplio centro de peregrinaje en el cual conceptos ideológicamente útiles eran reforzados mediante la participación de la élite y la gente del común”. Esta propuesta se inclina a favor de una interpretación de la ideología materializada en la Isla del Sol —registrada durante la prospección arqueológica de la isla— como herramienta de las élites, haciendo paralelos con imperios de la tradición eurásica. La separación analítica de sentimientos religiosos y materialidad, sin embargo, sugiere un modelo en el cual los peregrinos habrían sido cooptados por la monumentalidad de los templos inca de manera automática.

“Los incas en el sur” es el título del sintético aporte de Terence D’Altroy, Verónica Williams y Ana María Lorandi, un trabajo que resume años de investigaciones en el noroeste argentino. Acompañado de mapas originales regionales y de sitios, los autores dan cuenta de los significativos avances, a la vez que proponen una reinterpretación de la historia inca a partir de los resultados de las investigaciones en el valle norte de Calchaquí, en el Bolsón de Andagalá y en las docenas de santuarios de gran altura. La intensidad de las transformaciones para intensificar la producción agrícola y el hecho de que los fechados por radiocarbono indiquen la presencia inca antes de lo señalado por las fuentes históricas, les induce a replantear la profundidad estructural del impacto inca sobre las sociedades locales, abriendo las puertas para repensar su interrelación desde la arqueología.

Chincha fue un señorío de orientación marítima que, según las fuentes históricas, se benefició con la expansión del Tawantinsuyu. Las investigaciones realizadas desde la década de 198 0 en Huaca La Centinela, revisten considerable interés pues si bien confirman la alianza entre ambas formaciones, los resultados no sustentan los modelos de dominación tradicionales, centrados en el control del tráfico de conchas marinas y otras mercancías. Craig Morris e Idilio Santillana analizaron la arquitectura pública y de élite para determinar el impacto de las remodelaciones asociadas a la construcción de templos y palacios inca sobre los espacios públicos Chincha, incluyendo el oráculo de Chinchaycamac. La imposición de principios de organización duales materializa jerarquías en la arquitectura pública que van de la mano con un mayor énfasis en los espacios públicos abiertos. Las estrategias de integración, vistas desde la arquitectura, constituyen así un vehículo para acercarse a la complejidad de las negociaciones políticas, articuladas en el plano religioso, y les sugieren a los autores una configuración de poder compartido.

El trabajo de Lucy Salazar corta de raíz con uno de los mitos más difundidos en torno a la población de Machu Picchu. Los restos mortuorios recuperados por la Expedición Yale de 1912 constan de 174 individuos hallados en 104 abrigos rocosos; hombres, mujeres, niños y fetos. Muchos de ellos murieron viejos y enfermos, aunque sus momias se hallaban acompañadas de objetos suntuarios de cerámica y metal. La interpretación de estos hallazgos —publicados en un detallado catálogo (Burger y Salazar 2004)— a la luz de una visión de Machu Picchu como la hacienda real (royal estate) dedicada al culto de la momia del inca Pachacuti Yupanqui, le sugiere a Salazar un complejo mapa de la composición étnica, entre los que destaca la presencia de metalurgos y orfebres chimú. Así, una parte importante de los habitantes de Machu Picchu serían especialistas camayoq, sirvientes yana del culto al inca difunto, es decir, de Iñaca Panaca Ayllo. Las implicancias para entender las estrategias de poder de los grupos de descendencia reales son sugerentes y remiten al estudio comparativo de la arquitectura palaciega.

En un trabajo deliciosamente detallado, Susan Niles y Robert Bateson reconstruyen el palacio de Quispiwanka, construido para el inca Huayna Capac en su “hacienda real” de Yucay, en el valle del Urubamba. El minucioso registro y análisis de los restos de una docena de estructuras visibles en superficie, no solo les permite estudiar las particularidades de este palacio —los torreones y el acceso, la plaza con roca wanka central, los canales y el lago artificial, entre otras—, sino determinar las características de un estilo arquitectónico que, a la vez que se ajusta a los cánones inca, buscaba un efecto arquitectónico distintivo. Según los autores transmitiría el sello personal del inca Huayna Capac y de su arquitecto Sinchi Roca.

La propuesta de Albert Meyers de repensar la historia inca a partir de la arqueología, se basa en la comparación de Cochasquí y Samaipata, sitios inca ubicados en los confines norte y suroriental del Tawantinsuyu, en la interpretación de la sucesión de estratos de remodelación asociados a la ocupación inca y, en especial, en las evidencias de planes de construcción “malintencionados”, pensados para alterar radicalmente espacios ceremoniales anteriores. En línea con el trabajo de Meyers, María de los Angeles Muñoz describe la kallanka de Samaipata y discute las implicancias de la distribución de los huecos de poste para reconstruir la forma del techo. A la vez que hace uso de la analogía etnográfica para sustentar una relación con el oriente a partir de este rasgo arquitectónico, interpreta las diferentes fases de ocupación en términos de las fuentes históricas. Meyers, en cambio, deja de lado de manera consistente las fuentes históricas, los fechados directos y las analogías como parte de una estrategia metodológica que pone sobre el tapete los orígenes de los estilos inca —en cerámica, escultura y arquitectura.

Desde la historia del arte Tom Cummins se acerca a la manera en la cual los vasos, tejidos y tumbas decorados con motivos inca expresan el poder, recordando la trascendencia de los estudios iconográficos para la arqueología Moche y Nazca, por ejemplo. Las imágenes y en especial los dibujos de Guaman Poma en un manuscrito inédito de la “Historia del origen y genealogía real de los reyes incas del Perú” de Fray Martín de Murúa, ilustran un argumento claro: los objetos y sus atributos solo se entienden en su relación con otros objetos y con cuerpos (a lo cual agregaría lugares y tiempos). El acercamiento relacional al contenido simbólico de los vasos keru akilla y a los textiles kum-pi decorados, unido al estudio de fuentes inéditas —incluyendo el inventario de bienes de Felipe II— da lugar a una interpretación —ricamente comentada en extensas notas— de las túnicas, objetos y estructuras con motivos tokapu como emblemas que, en un contexto ceremonial, constituyen el poderío inca a nivel simbólico. El acercamiento de Cummins, resuena con el trabajo de Rebecca Stone sobre una de las más complejas túnicas inca en existencia: el unku de la colección de Dumbarton Oaks. Decorada con 312 tokapu que alternan 23 motivos básicos —y variantes— el desorden resultante contrasta con la idea del inca como “ordenador del mundo”. Distanciándose de las interpretaciones que proponen un sistema de escritura basado en tokapu, Stone sugiere que la distribución de diseños “equiparaba etnicidades visualmente [y] mitigaba la heterogeneidad, en un mensaje aparentemente propagandístico que buscaba persuadir a los sujetos en potencia que podrían caber dentro de los dictámenes inca” (p. 404). La variabilidad en los coloridos motivos abstractos, evita elementos narrativos para construir una jerarquía elaborada y a la vez flexible, ligada a proyectos a futuro.

Las décadas de estudio que Heather Lechtman ha dedicado a la metalurgia andina se hallan plasmadas en una impecable síntesis de la arqueometalurgia inca. Prescindiendo largamente de las fuentes etnohistóricas, sesgadas por las ansias de hallar —y fundir— los objetos de oro y la plata, Lechtman se pregunta por el uso que el Tawantinsuyu hace del sistema metalúrgico trimetálico andino. Destaca, por un lado, las incrustaciones de metales —de diferente color— y por el otro la creación del bronce estañífero, acaso la aleación imperial por excelencia. Pese al volumen de producción, a lo amplio del área de distribución y a la presencia de dos tipos de cabezas de estandarte o insignias de esta aleación, similares a las hachas de guerra europeas, Lechtman sostiene que el rol de los metales continuó siendo esencialmente el mismo. Su uso principal era como arma política y diplomática, antes que militar.

Los khipu constituyen uno de los más antiguos y discutidos campos para el estudio de la cultura material inca. Gary Urton y Carrie Brezine utilizan el hallazgo arqueológico, en 1956 , de 21 khipu depositados en una vasija en el sitio administrativo inca de Puruchuco, ubicado en los confnes orientales de la ciudad de Lima, para demostrar un acercamiento basado en el paradigma que los khipu representan un archivo. Es decir, se trataría de un registro “censal” de lugares y personas —en el sentido de la Historia general del Perú de Murúa— según el paradigma dominante en este campo (aunque véase: Salomón 2006). El detallado estudio de las correlaciones numéricas, de color, torsión y posición de los diferentes nudos, anclado a un sólido análisis de las fuentes en torno al sistema inca decimal de organización política, a la vez bipartito y jerarquizado, le sugieren a los autores la existencia de tres niveles jerárquicos de contabilidad. Aunque la significación de objetos, lugares, personas y animales en los nudos por parte de los khipukamayuq aún no se ha esclarecido, los avances en el entendimiento de su estructura son evidentes.

En resumen, el volumen pone en evidencia la magnitud y diversidad de los aportes de la arqueología para el estudio del Tawantinsuyu. Tal y como Burger señala en su reflexión final, este estudio de lo inca obliga a repensar la noción de poder, o al menos a utilizarla con mayor discernimiento para empezar a entender la gigantesca capacidad de congregación coordinada que atestiguan los templos, terrazas, caminos, canales y pueblos construidos en los albores de la conquista.

Referências

Brown, David 1992 Administration and Planning in the Inka Empire: A Perspective from the Provincial Capital of Pumpu,Central Peru. Ph.D. Department of Anthropology, University of Texas.        [ Links ]

Burger, Richard y Lucy Salazar 2004 Machu Picchu: Unveiling the mysteries of the Incas. Yale University Press, New Haven y Londres.        [ Links ]

Matos, Ramiro 1994 Pumpu: Centro administrativo Inka en la puna de Junín. Editorial Horizonte, Lima.        [ Links ]

Salomón, Frank 2006 Los quipocamayos: El antiguo arte del khipuen una comunidad campesina moderna. IFEA/IEP, Lima.        [ Links ]

Alexander Herrera

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Historia Andina en Chile – HIDALGO (C-RAC)

HIDALGO L, Jorge. Historia Andina en Chile. Santiago:
Editorial Universitaria, 2004. 705p. Resenha de: MARTÍNEZ C, José Luis. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.36, n.2, p. 525-530, jul. 2004.

Comentado por José Luis Martínez C.*

Cuando se reseña un libro, pocas veces se tiene el extraño privilegio de reseñar simultáneamente una vida intelectual y hacer, además, un recuento sobre la historia de una disciplina. No sé si estaré a la altura de las circunstancias, dado que no sólo se trata de un libro muy especial, sino de que soy deudor de varios de los hitos que marcan la trayectoria del pensamiento de su autor. Y si a eso se le agrega que se trata, también, un poco de historiarnos a nosotros mismos, la pequeña cofradía de etnohistoriadores e historiadores indígenas en Chile, se comprenderá que la tarea no es pequeña.

Este volumen reúne algunas de las investigaciones -no todas-que Jorge Hidalgo fue realizando, solo y acompañado con otras y otros investigadores, y que se tradujeron en diversos artículos entre los años 1971 y 2003. Sus treinta capítulos son, claramente, expresión de toda una vida intelectual, de las pasiones, las búsquedas, los debates (por qué no) que marcaron a Jorge Hidalgo y que, también, nos influyeron a muchos de nosotros. En esos primeros años de las décadas de los años setenta y ochenta la tarea parecía aún más titánica que ahora. No sólo había que investigar y publicar sobre temas en su gran mayoría inéditos para una disciplina como la historia, sino que había que hacerlo al amparo de los grandes debates que cruzaban a todos nuestros países. ¿Era (y sigue siendo) posible construir una historia andina o debemos restringirnos a las historias nacionales, que cortan, segregan a partir de fronteras construidas recién en el siglo XIX? y que incorporara a los colectivos indígenas, usualmente silenciados en las historiografías nacionales? ¿Una historia que fuera en parte común a varios países (más allá del hecho colonial)? ¿No era eso también parte del esfuerzo colectivo de una América latina que quería entenderse a partir de sus propios procesos, elaborando sus propias categorías analíticas? Cada uno de estos capítulos se encuentra íntimamente ligado a alguno de esos momentos de debate y representa una propuesta. Me parece interesante destacar que, a pesar del tiempo transcurrido y del evidente desarrollo de los estudios sobre las sociedades indígenas en los países andinos así como en Chile, esas continúan siendo tareas pendientes y los enfoques permanecen vigentes. Los invito a leerlos agregándoles esa perspectiva, a reconocerlos como parte de un proceso mayor que les da unidad y que les proporciona nuevos sentidos.

Este es un libro que ha sido largamente esperado por generaciones de alumnos. La dispersión en la publicación de los trabajos de Jorge Hidalgo (muchos de ellos editados en Inglaterra, Estados Unidos o Perú, por nombrar algunos) hacía que -a ratos- la tarea de los y las estudiantes por conocerlos fuera en sí misma un verdadero trabajo de investigación, cuando no significaba que -como profesores- teníamos que abrir nuestras bibliotecas personales para que ellos pudieran leerlos. Y es que tenían que leerlos, porque, como lo verán los lectores de este volumen, se reúnen en éste muchos artículos que, en un determinado momento, fueron pioneros: “Incidencia de los patrones de poblamiento en el cálculo de la población del Partido de Atacama desde 1752 a 1804” (publicado en 19781), por ejemplo, fue el primer trabajo publicado en Chile que planteaba que las dinámicas sociales y culturales de las poblaciones atacameñas, acostumbradas a movilizarse a lejanos lugares para asegurar el acceso a recursos remotos, habían incidido de manera determinante en la realización de los padrones de revisita coloniales (los censos de la época) y que era necesario, entonces, replantear completamente el análisis demográfico de esas comunidades. “Algunos datos sobre la organización dual en las sociedades protohistóricas del Norte Chico de Chile” (escrito en 19712) fue, tal vez, uno de los primeros trabajos que plantearon, en Chile, la posibilidad de que algunas estructuras sociales y políticas indígenas fueran más complejas que lo percibido hasta entonces y que propuso una manera diferente de analizar los datos de los cronistas del siglo XVI, línea de reflexión que fue continuada en un análisis posterior (Culturas y etnias protohistóricas: área Andina Meridional, 19823) en el que Jorge Hidalgo elaboró una primera mirada desde la etnohistoria sobre América andina meridional y que apareció en la “Historia de América Latina” de la Universidad de Cambridge4. Los trabajos recién citados son tan solo algunos de los muchos que abrieron camino a nuevas investigaciones y que impulsaron a varias generaciones de investigadores a interesarse por esos temas.

Jorge explica, en su Introducción, tanto la organización del libro como algunos de los temas abordados en sus trabajos y nos entrega, así, un primer marco de comprensión de su libro. Pero quiero decir que su trabajo va mucho más allá de lo que él, con humildad, no se atreve a destacar. Por esos años (comienzo de los setenta), por ejemplo, por primera vez teníamos una visión etnohistórica más o menos de conjunto sobre esa América Andina meridional a la que me acabo de referir, con una propuesta que vinculaba la problemática de una sociedad con otras, que se atrevía a incursionar en análisis de datos estadísticos y demográficos proporcionando materiales para una discusión -por ejemplo- de la gran crisis demográfica de los siglos XVI y XVII. No sólo eso, Jorge, destacado discípulo de John Murra, generó este análisis sobre América a partir de los modelos teóricos más actualizados en ese momento, los que proporcionaban los estudios sobre las sociedades andinas centrales, abandonando viejos esquemas descriptivos que clasificaban a las sociedades prehispánicas en más o menos primitivas, más o menos civilizadas, para adentrarse en un intento de comprensión de sus estructuras sociales y políticas, o en sus dinámicas culturales. Podemos discutir hoy día la validez o aplicabilidad de varios de los conceptos o del modelo general, pero no me cabe duda que abrió nuevas perspectivas.

Y los artículos sobre Atacama de los siglos XVII y XVIII son clásicos en el más amplio sentido de la palabra. Fue el primero en constituir a Atacama en una unidad de estudio, en plantearse la pregunta por sus singularidades y lo hizo no desde la simple descripción de una región o de sus poblaciones, sino desde el análisis de sus estrategias de vida, de sus formas de resistencia ante la dominación colonial y las presiones tributarias, de sus huidas hacia otros territorios aprovechando viejas pautas culturales y antiguos lazos sociales, así como, también, desde el análisis de los efectos e impactos del dominio colonial, de la desestructuración que significó en las estructuras políticas, sociales y culturales indígenas la dominación española, sin dejar afuera el estudio de los cambios culturales y de la emergencia de nuevas estructuras políticas.

Posteriormente yo también me dediqué al estudio de las sociedades indígenas en Atacama y con los años se han ido incorporando varias y varios colegas. Personalmente estoy convencido de que fue Jorge Hidalgo, con los artículos que ahora se publican reunidos en este libro, el que nos abrió el camino para hacerlo. Y valga aquí una mención adicional: no se trata de reconocer únicamente el impacto académico y científico de sus trabajos. Jorge ha sido siempre extraordinariamente generoso para facilitar sus materiales, para permitir que otros los conociéramos y trabajáramos con ellos. Aprovecho esta tribuna para agradecérselo públicamente.

Hace ya tiempo que todos sabemos que Jorge puso a Atacama, Tarapacá y Arica en el mapa de las rebeliones antiespañolas del siglo XVIII. No sólo las tupamaristas, las más conocidas, sino también contribuyó a hacer visible la inestabilidad anterior, que precedió a las grandes revueltas. Y lo hizo en muchos casos con una finura que provoca el placer de la lectura. El rastreo de los pasos de Tomás Paniri (uno de los líderes de la rebelión en Aiquina y el río Loa) o el análisis de los aspectos mesiánicos de las rebeliones que permiten entender parte del marco ideológico que las rodeó; la descripción de las vinculaciones entre una y otra localidad durante y después de alguna rebelión (el caso de Ingahuasi), son trabajos que trascienden lo anecdótico y local para permitirnos pensar situaciones similares ocurridas más allá de los bordes de la región atacameña o de los Altos de Arica.

No quiero resumir ni describir todos los capítulos, sería largo y para eso ya el mismo Jorge hizo un agrupamiento analítico en su Introducción. Quiero más bien señalar -en mi caso personal- cómo mi propia reflexión y la de algunos y algunas de mis colegas fue siendo impactada y alentada por estos trabajos. Y en esta línea de conversación, hay una dimensión del trabajo intelectual y disciplinario de Jorge, que está en los artículos presentados en este libro, que quiero destacar: es la que resulta de una colaboración interdisciplinaria (tan cara y central a la etnohistoria andina) sobre todo con los arqueólogos. Los intentos de correlacionar datos documentales con arqueológicos no siempre terminan siendo felices. Muchas veces -las más- son mayores las objeciones que destacan las dificultades metodológicas que subyacen a una u otra proposición, o al uso acrítico de materiales arqueológicos y documentales, en fin… Y así es frecuente que uno termine siendo su propio “interdisciplinario”, si se me permite la expresión, porque resulta más fácil trabajar con uno mismo, usando los materiales arqueológicos, etnolingüísticos o antropológicos de los otros en su propio análisis, que trabajando directamente con los otros. Pero Jorge intentó un camino más difícil: escribir con los amigos arqueólogos, estar en terreno con ellos para hacer allí la reflexión común. A mí siempre me han resultado interesantes su trabajos con Focacci sobre la multietnicidad en Arica y los trabajos sobre el período incaico (que lamentablemente no fueron incluidos en este volumen, ¿podemos esperar el tomo 2?).

¿Y qué hay con los desafíos intelectuales y éticos? Hay aquí varios envites que quiero destacar. El primero es el que se anuncia en el título: Historia andina en Chile. En un país que con frecuencia olvida su carácter latinoamericano y que fija sus ojos -a veces con obstinación- en otros mundos como el europeo y el norteamericano, se olvida aun con más frecuencia nuestro carácter -también- de país andino. Lo andino ha quedado relegado a “los otros”, los “indios”, los que están más allá de nuestras fronteras y que, a ratos, incomodan; o a lo folclórico en la música, en algún carnaval o en lo exótico.

Y Jorge viene a desafiar esas miradas para recordar, para insistir, para impedir negar que hay una historia andina en Chile. Que no es únicamente la historia de los otros que un grupo de locos hace desde Chile (como podría ser si entre nosotros hubiera un grupo de africanistas, por ejemplo), sino en su sentido más profundo y perturbador, de señalar que en Chile hay una parte de nosotros que es historia andina, que algunos pueden intentar seguir negando pero que forma parte de nuestros procesos humanos y que no se restringe al norte de Chile anexado después de la guerra de 1879, sino que tiene que ver también con el periodo prehispánico del valle central y que durante el período colonial y el siglo XIX impactó también en la historia -al menos- del norte chico.

Usualmente, entre los historiadores chilenos más tradicionales, se suele pensar, representar y describir a las sociedades indígenas como parte de “los otros”, los que están o estuvieron “más allá”, siempre en unas fronteras y al lado de afuera de ellas. No nos olvidemos que la historiografía oficial, la más difundida, ha señalado majaderamente que “en Chile” se produjo un pronto mestizaje y que los indios, los “verdaderos” indios quedaron más allá de los ríos o en los desiertos, siempre distintos a nosotros. O, también, se nos señala que es necesario estudiar a las sociedades indígenas en tanto nuestras “raíces”, parte de un pasado en el que podemos -más o menos y nunca tanto- reconocernos, pero que son, por lo mismo, objeto del estudio no de los historiadores, sino ante todo de los arqueólogos. Y lo que Jorge ha venido planteando desde hace ya 30 años es que eso no es cierto. Que durante todo el período colonial y el republicano nuestro país y toda América fueron un espacio de convivencias y confrontaciones (nada de espacios de refugio). Que las economías coloniales no pueden ser entendidas sin considerar la participación indígena en mercados, haciendas, obrajes y minería; que no se pueden dejar al margen los espacios de ruralidad en los cuales operaron y tuvieron una vida propia tantas instituciones coloniales y republicanas; que las haciendas y los hacendados (una de las estructuras más relevantes en la formación de naciones como las nuestras como lo han destacado tantos historiadores) no pueden ser entendidas, o lo serían muy mal, si olvidamos que en muchísimas de ellas fueron los encomendados, los habitantes de los pueblos de indios, los fugados antitributarios, los que las hicieron funcionar. Pero no sólo como mano de obra, sino que en muchos casos manteniendo estructuras políticas, sociales y culturales que permearon la misma vida colonial y republicana. Consecuentemente, este es, también, un libro de historia colonial.

Pero lo relevante, finalmente, es que Jorge Hidalgo ha sabido mostrarnos a las sociedades andinas en Chile como sujetos históricos (que a ratos fueron incluso sujetos de su propia historia) y en esa dimensión el desafío que sigue ahí, latente, es el de construir análisis históricos que los incluyan como parte de una historia social que será incompleta si no los considera. Tengo la convicción de que todas estas son razones más que poderosas para leer Historia Andina en Chile.

Comentado por Celia L. Cussen*

Diego Barros Arana, en el primer tomo de Historia General de Chile, describió el viaje de regreso de Chile al Perú que hizo Diego de Almagro en la primavera de 1536. El viejo español se negó a volver por el difícil camino de la cordillera que había recorrido para llegar a Chile, y prefirió atravesar los desconocidos desiertos de Atacama y Tarapacá. Barros Arana, basando su versión de los sucesos en los cronistas de la Conquista, nos dice que al salir de Copiapó el valiente militar “se halló en el desierto” donde “redobló su paso” hasta llegar, a mediados de octubre, al pequeño pueblo de Atacama. “Allí fue reuniéndose todo el ejército para renovar sus provisiones antes de penetrar en las llanuras desiertas de Tarapacá. Sus caballos estaban tan flacos y extenuados que tuvieron que darles dieciocho días de descanso en Atacama para poder proseguir la marcha”5. Este relato de la temprana estadía de un grupo de españoles en un pueblo atacameño es bastante curioso, sobre todo porque habla del poblado sin mencionar a sus habitantes, quienes, se puede suponer, tuvieron algo que ver con el reabastecimiento de la fuerza expedicionaria. Barros Arana no se detiene para averiguar la reacción de los indígenas del lugar a la forma de ser del bando de españoles, ni siquiera para comentar su evidente buena disposición para cobijar y alimentar a estos europeos sedientos y sus caballos extenuados. El historiador chileno estaba limitado por sus fuentes, por cierto, y también por una visión de la historia que tiende a pasar por alto el punto de vista indígena, una actitud que compartía con los demás historiadores del siglo diecinueve y de la mayor parte del siglo veinte. Hasta hoy se observa que el ninguneo del indígena mantiene su vigencia entre aquellos que prefieren fijar su mirada en la experiencia hispana de los sucesos, y que ubican las raíces culturales de esta nación mestiza en los valores ibéricos del honor, el prestigio y la dominación a la fuerza. Esta visión del indígena inerte vencido por el astuto y ambicioso español fue puesta a prueba por un grupo de investigadores hace ya tres décadas. El reciente libro de Jorge Hidalgo, Historia Andina en Chile, demuestra el desarrollo y el alcance del desafío historiográfico a esa perspectiva.

Historia Andina en Chile contiene capítulos de la historia del norte de Chile escritos por Jorge Hidalgo a lo largo de más de treinta años. Algunos estaban inéditos hasta ahora, otros habían aparecido en diversas revistas especializadas, incluyendo Estudios Atacameños y Chungara. Varios de estos artículos son frecuentemente citados por los especialistas de la historia andina, pero otros estaban prácticamente perdidos para el mundo académico chileno e internacional. Juntos, forman un cuadro de la historia de los pueblos originarios de Arica, Tarapacá y Atacama desde los primeros años de la época colonial hasta avanzado el siglo 18. También encarnan la revolución en la manera de escribir la historia en que participó Jorge Hidalgo.

Jorge Hidalgo forma parte de un grupo internacional y cosmopolita de historiadores que, en los años 60 y 70, se comprometieron a cuestionar la visión tradicional de la historia colonial como herencia hispana y emprendieron la difícil tarea de reconstruir el pasado de las comunidades indígenas de América Latina desde otra perspectiva. En este grupo figuran hombres y mujeres de Latinoamérica, Europa, y los Estados Unidos, entre ellos Enrique Tandeter, Brook Larson, Thierry Saignes y Nancy Farriss, un grupo formidable de historiadores quienes han dejado un legado intelectual que inspira a sus muchos alumnos.

Algunos de estos investigadores se encontraron a mediados de los años sesenta en el Centro de Historia Americana de la Universidad de Chile, con Rolando Mellafe y John Murra como sus maestros. Allí, Jorge Hidalgo, Karen Spalding, Osvaldo Silva y Luis Millones, entre otros, compartieron ideas y formaron grandes lazos de amistad, haciendo de la solitaria disciplina de la investigación histórica un proyecto compartido. Después partieron a las mayores universidades de Europa y Estados Unidos para perfeccionarse y luego emprender la imponente y, para ellos, urgente tarea de reconstituir las historias de los grupos étnicos que sobrellevaron el dominio hispano6.

La dificultad de percibir la reacción indígena al régimen colonial era inmensa. Había que crear nuevos métodos y buscar más allá de los cronistas que formaban la fuente principal de las generaciones precedentes. Había también que mirar más allá de su propia disciplina, y así estos historiadores echaron mano de las técnicas de otros campos académicos. Participaron en excavaciones con colegas de arqueología para descubrir patrones precoloniales del comportamiento indígena, y estudiaron las técnicas de antropólogos emergentes, como Clifford Geertz, quienes se dedicaron a descifrar los códigos culturales de las sociedades no-occidentales de Oceanía y África. Estos antropólogos daban pistas que ayudaron a ver cómo una sociedad entiende su mundo y cómo crea estructuras de poder sostenidas en el tiempo por soportes ideológicos y simbólicos. Los nuevos historiadores aplicaron estas herramientas al estudio del pasado indígena, en un método que ellos llamaban la etnohistoria, y que Jorge Hidalgo ha definido como una “disciplina que combina las preguntas, las hipótesis y modelos desarrollados por los antropólogos con las técnicas documentales de los historiadores” (p. 651).

Con la sensibilidad por la cultura material del arqueólogo y la preocupación por el contexto sociocultural del antropólogo, Jorge Hidalgo, como sus colegas, empezó a trabajar con las herramientas imprescindibles de nuestra disciplina, los documentos escritos. Este libro da cuenta de los múltiples viajes de Jorge Hidalgo a los archivos coloniales fuera de Chile, incluyendo el Archivo de Indias por cierto, pero también a los depósitos documentales de Argentina, Bolivia y Perú. Como la zona desértica del norte de Chile carecía de los grandes recursos humanos y naturales que solían atraer a los españoles, los documentos sobre la región eran relativamente escasos. Más encima, casi siempre habían sido producidos por los españoles para sus propios propósitos, con conceptos y categorías mentales que poco o nada tenían que ver con la forma indígena de sobrellevar en términos económicos, sociales y culturales la pesada realidad colonial. Por lo tanto, había que leerlos de soslayo, buscando en títulos, procesos judiciales y visitas, las referencias a los diferentes grupos originarios de la zona. En estos documentos Jorge Hidalgo logró encontrar la voluntad y acción del indígena, opacadas y deformadas por el idioma y la jerga notarial de los españoles.

Después de pasar años revisando documentos, Jorge Hidalgo y sus colegas encontraron que había tendencias que se repetían en uno y otro lugar de la América española. El principal descubrimiento de este grupo de historiadores provocó una revolución en la forma de mirar el mundo indígena: los pueblos originarios de América demostraron una creatividad asombrosa para remendar de mil maneras las redes sociales rotas y rasgadas por las epidemias, las exigencias tributarias, y los desplazamientos producidos por el régimen colonial. Como escribe Jorge Hidalgo, “La capacidad política y creativa de los pueblos originarios, si bien sufrió por la desorganización o destrucción de sus aparatos creados en una historia milenaria, no se detuvo y dentro de los estrechos límites de la dominación colonial, fueron capaces de hacer su propia historia. Conocer estas realidades, acciones y proyectos históricos ha sido nuestro programa de investigación por varias décadas” (p. 16).

Jorge Hidalgo presenta muchos ejemplos rigurosamente documentados de estas realidades, en los cuales se aprecia “la voluntad o capacidad de los indígenas para organizarse, cambiar las tradiciones y hacer uso de los elementos coloniales favorables a sus intereses… para superar condiciones históricas críticas” (p. 381). Así, por ejemplo, nos presenta el caso notable de la formación del nuevo cacicazgo de Codpa en los altos de Arica en el siglo XVII. En el vacío político creado por el régimen colonial, diversas poblaciones étnicas removidas de sus lugares y grupos de origen se reconstituyeron en un nuevo grupo étnico.

En algunos casos, Jorge Hidalgo fija su atención sobre las grandes fisuras en la historia andina. Uno de esos momentos de ruptura se materializó en una serie de rebeliones de los grupos indígenas entre 1770 y 1781, como reacción a los esfuerzos de los Borbones de darle una vuelta más a la tuerca tributaria que ya tenía atoradas a las comunidades indígenas. Fue un movimiento que atravesó toda la zona andina sur. Sin embargo, para Jorge Hidalgo era imprescindible entender las variaciones que se daban de este gran movimiento en cada localidad, un estudio que exigía un esfuerzo historiográfico micro-regional basado en un examen minucioso de las fuentes. Así, logró demostrar que la resistencia armada de 1781, la rebelión de Tupac Amaru, afectó de manera muy diferente a las comunidades de los altos de Arica, Tarapacá y Atacama debido a variables como la capacidad de negociación y acción política que algunos caciques ejercían dentro de los marcos legales, y la calidad de las relaciones entre los pueblos y sus curas doctrineros.

En este libro, Jorge Hidalgo también realza los cambios de pequeña escala, fracturas más que fisuras en términos históricos, pero de gran relevancia para la supervivencia de las comunidades indígenas como grupos étnicos. Está, por ejemplo, el caso del corregidor de Atacama que estableció escuelas para enseñar castellano a los niños de la zona, prohibiéndoles hablar su propio idioma, el cunza, dentro o fuera de la sala, una política de profundas consecuencias para las comunidades andinas. Entre los otros impactos del régimen colonial está el abandono de sus pueblos de parte de los hombres que no podían pagar su tributo, quienes dejaban a sus familias y comunidades con una carga aún más pesada. O el caso de la curandera indígena que falló en sus esfuerzos por sanar a una española, y, como consecuencia, fue acusada de participar en un maleficio y desterrada de la provincia por bruja. Estos episodios son sintomáticos de las presiones que seriamente amenazaban cualquier capacidad de respuesta cultural de parte de los pueblos de indios.

Aquí no hay una sola narrativa, sino una variedad de temas, descubrimientos, y aportes teóricos. Tampoco vemos a los indígenas totalmente aislados de la población hispana, mestiza y negra de la zona. Jorge Hidalgo demuestra cómo los indígenas compartían el espacio urbano de Arica con los españoles, y, de alguna forma, un espacio cultural también: los indígenas que participaron en la rebelión general de 1781 sustentaron sus acciones en sueños milenaristas que incorporaron supuestas profecías de Santa Rosa y San Francisco Solano al discurso simbólico que prometía el retorno del orden moral de sus antepasados.

La publicación de Historia Andina en Chile no sólo presenta la oportunidad de resaltar los logros alcanzados por medio de herramientas interdisciplinarias para investigar el pasado. También pide que nos preguntemos acerca del propósito de escribir la historia y la relación entre la historiografía y nuestra imagen de país. En una nación democrática como Chile, la forma en que los ciudadanos piensan colectivamente sobre su pasado está en manos de sus historiadores. Jorge Hidalgo, al estudiar con herramientas renovadas las perspectivas y reacciones creativas de los grupos étnicos de la época colonial, de alguna forma desordena la narrativa heroica de corte hispánico del pasado nacional. Propone pensar en un Chile que incluye grupos indígenas cuyas experiencias históricas no son necesariamente compatibles con la forma acostumbrada de concebir el país, y pide que ampliemos nuestra mirada histórica para abarcar el pasado de una ciudadanía pluriétnica.

Esta obra de Jorge Hidalgo nos guía por el mundo colonial de los indígenas del norte de Chile, y, en el trayecto, establece una vara muy alta en la investigación de problemas de la historia. Para muchos, los métodos que él y sus contemporáneos desarrollaron para estudiar las comunidades indígenas han sido la inspiración de investigaciones centradas en otros grupos de la época colonial, tales como los indígenas radicados en los centros urbanos, los esclavos negros y castas e incluso las dueñas de casa criollas. Al igual que las comunidades indígenas, estos grupos, alejados de los centros de poder, elaboraron su visión del mundo en respuesta a las cambiantes realidades coloniales, y participaron en la formación de una sociedad colonial mucho más compleja que aquella imaginada por los historiadores en el pasado.

Los especialistas de la antropología y la historia no son los únicos beneficiados de los aportes de Jorge Hidalgo. En 2003 la comunidad indígena Aymara de Ticnamar le dirigió una carta pidiendo que les mandara en forma urgente la Revisita de los Altos de Arica de 1773, un documento que él descubrió en el Archivo Departamental de Tacna, y que forma la base de sus estudios de etnogénesis del cacicazgo de Codpa. Este documento, reza la carta, les ayudará “una enormidad” a proteger sus tierras porque les permitiría “conocer con exactitud [de] qué troncos de familias venimos, quiénes desaparecieron, y quiénes se incorporaron a través del tiempo”. Concluye la carta: “Una vez más, Sr. Hidalgo, le reiteramos nuestros infinitos agradecimientos, el habernos dado la oportunidad de leer su libro publicado el año de 1978, sobre lo que fue el pasado colonial del cacicazgo de Codpa, del cual ahora podemos decir con orgullo que tenemos un pasado histórico y [que permite] recuperar nuestra identidad aymara”7.

Notas

1 Estudios Atacameños 6:53-111.

2 Boletín del Museo de Historia Natural año XV, N° 78.

3 Chungara 8:209-253.

4 The Cambridge History of Latin America, editado por Leslie Bethell, vol. II, pp. 91-117. Cambridge University Press, Cambridge, 1984.

5 Diego Barros Arana, Historia General de Chile Tomo I (Santiago: Editorial Universitaria/Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1999), 156-157.

6 Nota de los editores. En este grupo se incluye en Chile Agustín Llagostera, arqueólogo, todos impulsados por John Murra quien insistía en la necesidad de estudios superiores.

7 Nota de los editores. Este documento y la carta en comento se publicaron en Chungara Revista de Antropología Chilena 36:103-204. Jorge Hidalgo, Nelson Castro y Soledad Gonzalez.

José Luis Martínez C. –  Universidad de Chile, Santiago. E-mail: jmartine@uchile.cljmartinez@academia.cl

Celia L. Cussen – Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile. E-mail: ccussen@uchile.cl

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