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Eslabones del mundo andino. Comercio, mercados y circuitos pecuarios en el Nuevo Reino de Granada y la Audiencia de Quito 1580-1715 | Yoer Javier Castaño Pareja
Eslabones del mundo andino es una obra dedicada a demostrar los intensos intercambios que, en el siglo XVII, se presentaban al interior y entre territorios andinos del Nuevo Reino de Granada y la Audiencia de Quito, áreas que, comparadas con Nueva España o Perú, parecían no importar a la Corona española. Para tal fin, Yoer Castaño se vale del estudio de las actividades relacionadas con la producción, distribución y consumo de ganado y sus derivados. Se trata de una investigación innovadora en cuanto a sus temáticas, escalas, fuentes, explicaciones y, sobre todo, por su ruptura con supuestos historiográficos tradicionalmente aceptados. Sus aportes han sido reconocidos con anterioridad a la publicación de este libro y desde su defensa en 2015 de su tesis de doctorado en Historia en El Colegio de México. La misma institución le otorgó el premio Adrián Lajous Martínez a la mejor tesis y, en 2016, la Fundación Alejandro Ángel Escobar le concedió Mención de Honor en la categoría de Ciencias Sociales y Humanas. Por las discusiones historiográficas que puede motivar esta publicación, cabe resaltar algunas de sus contribuciones puntuales.
Primero, superando el énfasis que tradicionalmente los colonialistas han hecho en la minería y, en ocasiones, la agricultura, Castaño resalta el papel vertebral de la ganadería en la economía neogranadina, su temprana expansión por los altiplanos y valles interandinos y sus vínculos (con frecuencia no dependientes) con otras actividades económicas. En el lapso 1580-1730, aunque la conexión y flujos entre las áreas productoras y consumidoras fue dinámica, según condiciones como los auges mineros, la fluctuación de la población, las sequías y las plagas de langosta, son claros los puntos principales de origen y destino. Como áreas productoras y abastecedoras de Quito y el Nuevo Reino de Granada se destacaron el valle geográfico del río Cauca (jurisdicciones de Cali, Buga, Caloto, Cartago y Roldanillo) y el alto Magdalena (jurisdicciones de Neiva, Timaná y La Plata). Como principales ejes articuladores del intercambio y el consumo figuraron, primero, los mercados permanentes en las dos ciudades capitales, Quito y Santafé; segundo, las áreas captadoras-redistribuidoras que eran centros de acopio para abastecer a otras zonas o lugares intermedios en el tránsito pecuario, como fueron Cartago, Cali, Popayán, Pasto e Ibarra; tercero, los mercados fluctuantes, con frecuencia zonas mineras que, mientras estaban en auge, atraían comerciantes de reses y productos pecuarios. Leia Mais
El Mundo Andino. Población, Medio Ambiente y Economía – MURRA (C-RAC)
MURRA, John V. El Mundo Andino. Población, Medio Ambiente y Economía. Lima: Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú e Instituto de Estudios Peruanos IEP, 2002, 511p. Resenha de: PETERS, Ann; SANTORO, Calogero. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.36 n.1, p. 241-245, ene., 2004.
Comentado por Ann Peters*
Esta nueva edición de los ensayos principales de John Murra, publicada por el Instituto de Estudios Peruanos en conjunto con la Pontificia Universidad Católica del Perú, es un tesoro. No solamente porque reúne su obra en una forma hermosa, duradera y legible, sino porque nunca antes se ha podido apreciar bien la dialéctica de su desarrollo a través de cincuenta años de investigación.
Murra nunca ha tenido paciencia por quienes toman su planteamiento, por ejemplo, acerca del manejo Inka de poblaciones mitimaes o acerca de la estrategia productiva del “archipiélago vertical”, para criticarlo, al demostrar que el modelo publicado no encuadra precisamente con los detalles de un nuevo caso. Cada planteamiento, modelo o corrección del modelo en la obra de Murra, surge del encuentro con un conjunto específico de textos y evidencias. Habrá que esperar siempre, al encontrar un nuevo texto o al estudiar la historia de otro lugar, un planteamiento modificado acerca de la organización social andina. Este principio de la especificidad de cada análisis es básico al estudio “sustantivo” de formaciones económicas particulares a cada tiempo, lugar y sociedad. Por lo mismo, los trabajos de Murra se consideran entre los más contundentes de la escuela de Karl Polanyi. Al repasar los trabajos reunidos en El Mundo Andino, es notorio el constante proceso de considerar nuevas evidencias en que Murra prueba y modifica sus conceptos acerca de la sociedad Inka y las sociedades andinas.
Cuando quise seguir antropología al nivel de posgrado, vivía en Lima. Estaba estudiando español, arqueología y métodos de investigación textil. Para mis amigos, en su mayoría estudiantes de San Marcos, solamente había un antropólogo en Norteamérica que valía la pena. Sus trabajos sobre la historia Inka tuvieron relevancia tanto para los etnógrafos como para los arqueólogos, tanto para quienes profundizaron en aspectos ideológicos como para los que buscaban entender las relaciones económicas andinas. Y era de los pocos investigadores extranjeros que publicaban sus análisis en la letra chica y papel gris entonces accesibles a los estudiosos en el Perú.
Así fue que postulé a ser estudiante de John Murra. Al escuchar su conferencia pública en Lima en 1980 y las discusiones apasionadas que siguieron después, me sentí contenta con ese compromiso. Al llegar a Cornell, supe recién de su origen rumano, emigrante joven a Chicago, y voluntario en la guerra civil española. Supe que vivió lo duro y contradictorio de las Brigadas Internacionales, así como la persecución anticomunista en EE.UU. Aunque aquellas experiencias lo marcaron en personalidad y en perspectiva, el factor más importante en su práctica como investigador y como profesor era su compromiso apasionado con “lo andino”.
En sus clases, nos introdujo al gremio de andinistas, por referir a todos los últimos estudios como si nosotros, por supuesto, hubiésemos ya leído todo. “Como recordarán, por lo que nos dice Olivia…”, declaró Murra, y nosotros fuimos buscando entre revistas y libros (aún no existía internet) para saber de Olivia Harris y de sus trabajos entre los Laymi de Bolivia, publicados en Bolivia o en Francia. Coleccionamos grises fotocopias, entre ellos los ensayos que el mismo Murra había publicado en fuentes diversas, casi todos en los países andinos y casi todos en español.
Para mi trabajo final de su clase de etnohistoria andina, Murra me hizo un tremendo favor. Me pasó las fotocopias de sus fichas originales de todas las fuentes históricas en las cuales basó el capítulo de su tesis doctoral acerca del tejido en el estado Inka, con la sugerencia que yo las usara para escribir sobre otro aspecto o argumento distinto de lo que él había desarrollado. Entusiasmada, empecé la tarea. Descubrí que no pude encontrar ningún aspecto de las fuentes que había quedado fuera de su discusión, ni argumento bien fundado por una conclusión distinta. El análisis de la tesis de Murra corresponde nítidamente a las fuentes existentes en el momento que él la escribió. Sentí su favor como una trampa y me avergoncé del ensayo poco novedoso que pude escribir para la clase. Me costó un tiempo darme cuenta que él, en ese momento, me dio la oportunidad de aprender la base de su método y el principio de su trabajo meticuloso de incorporar cada dato, y visión realmente nueva al esfuerzo constantemente renovado y renovador de comprender el mundo andino.
Comentado por Calogero M. Santoro*
El Mundo Andino, Población, Medio Ambiente y Economía, de John V. Murra, es una obra largamente esperada por el propio autor, quien por varios años trabajó junto a Franklin Pease, para conseguir una edición corregida y aumentada del libro Formaciones Económicas y Políticas del Mundo Andino, que se publicó, igualmente, en el IEP (Matos 1975; Murra 1975; Pease 1975). Esta edición, sin embargo, se debe al esfuerzo final de Mariana Mould de Pease, Carlos Contreras, director de publicaciones del mencionado Instituto y Heather Lechtman (presidenta del Instituto de Investigaciones Andinas de New York; Mould de Pease 2003:17).
El libro Formaciones fue comentado por Jorge Hidalgo (1975) en el volumen 5 de Chungara, lo que hace propicio reseñar esta nueva versión ampliada y actualizada del libro, publicado por el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú y el Instituto de Estudios Peruanos. John Murra ha acompañado a esta revista desde sus comienzos y ha sido un visitante permanente de este rincón de la costa centro sur de los Andes, donde hasta hace poco tiempo tuvo la ilusión de establecer un refugio temporal, en un esquema de “verticalidad transcontinental”. En cualquier caso, su presencia en Arica y, en particular, en el Departamento de Arqueología y Museología en San Miguel de Azapa, fue siempre un encuentro estimulante. A través de este comentario, quiero agradecer al autor por el envío de un ejemplar del libro desde su departamento del tercer piso de un edificio en la calle Bufallo en Ithaca, New York, hace menos de un año.
Esta obra representa uno de los pilares más importantes para los estudios de la organización económica, social y política andina y por esta razón: “Murra es reconocido como uno de los etnohistoriadores más importantes, quien iniciara una `una nueva era’ en el estudio de los incas” (Pärssinen 2003:29). Murra prefiere hablar de historia andina lo que define como “una disciplina que trata de juntar en una misma actividad tanto el logro precolombino, a través de la arqueología, la lingüística y la etnografía, en estrecha colaboración con el estudio de los textos escritos durante los siglos coloniales” (Murra 2002:438).
La preocupación por las instituciones sociales andinas se perfila en el autor, desde los años cuarenta cuando trabajaba en su tesis doctoral. Durante este período reconoce la influencia de la etnología de grupos africanos como los barotse (estudiados por Gluckman) cuyo manejo social de excedentes de producción se corresponden con el concepto de “redistribución” de Polanyi. En este marco Murra define una de las instituciones que caracterizan el sistema político-económico andino, la m’ita (Murra 1978:11-12) y el fenómeno de la redistribución a nivel del estado Inka, que explica el bienestar social destacado por los cronistas y que atribuyeron a señores generosos preocupados de todos los miembros de la comunidad. La propuesta de Polanyi (1957) de una antropología económica se cruza con el empeño de Murra de desarrollar la “táctica” de la etnohistoria para tratar de entender la organización económica del estado Inka, plasmado primero en su tesis doctoral, defendida en el año 1955, publicada en inglés el año 1980 y en castellano el año 1978.
En el libro Formaciones se compilaron doce ensayos publicados entre 1958 y 1973, en diferentes revistas, o leídas en distantes reuniones antropológicas, tanto en inglés como en español, pero tienen como hilo conductor la preocupación “por comprender la organización económica y política del Tawantinsuyu” (Murra 1975:19). Esta nueva compilación es mucho más contundente, puesto que encierra un total de 26 obras escritas y publicadas entre 1958 y 1998, donde más de una tercera parte se escribió con posterioridad al año 1975. Además tres de los artículos de la edición del año 1975 fueron revisados por el autor. Por lo tanto se trata de una obra renovada que revitaliza su vigor intelectual original.
El “Mundo Andino”, consecuentemente, mantiene una tremenda coherencia interna, puesto que profundiza en la línea argumental desarrollada por el autor, definida en el título del primer libro, vale decir, las formas de organización económica y política propias de los Andes. Instituciones sociales que permitieron el funcionamiento del macrosistema del Tawantinsuyu que integraba importantes soportes tecnológicos para el manejo de la agricultura, los metales, la textilería y todo un sistema de organización social que articuló el trabajo productivo, con el fin de obtener las rentas necesarias para mantener la operación del estado. En esta oportunidad Murra no agregó un nuevo prólogo y deja que los lectores descubran los avances de los años posteriores a 1975.
Los 26 artículos se separan en ocho capítulos, referido el primero a poner de relieve las primeras impresiones de los conquistadores europeos, sorprendidos y admirados por los logros andinos, que grafica con la expresión “nos hazen mucha ventaja”, atribuida a Pedro Cieza de León (Murra 2002:32). Con estos términos titula el artículo de apertura de la obra. Murra ha insistido en esta y otras circunstancias que la búsqueda y estudio de los primeros documentos generados por la administración europea es clave para mejorar la comprensión acerca de la historia andina (ver Pärssinen 2003:29, quien reconoce la influencia de Murra en esta materia). El segundo capítulo encierra tres artículos dedicados al sistema de organización política del estado Inka, sus estrategias de expansión y funcionamiento. Destaca los principios fundamentales de la mit’a, un sistema que, aunque tiene parangones en otros estados preindus-triales, como se menciona anteriormente, Murra la define como una institución típicamente andina y un factor clave en la operación del estado, lo que ha sido reconocido por varios autores (D’Altroy 1992:10; Morris y Thompson 1985:93-95; Moseley 1992:67-69). El sistema no impuso impuestos en especie a los comuneros como ocurre en otros estados preindustriales. Éstos debieron entregar, en cambio, una cuota de fuerza de trabajo que el Estado utilizaba para obtener “las rentas públicas que permitieran la existencia del ejército, la burocracia, una corte y demás funciones estatales” (Murra 2002:153).
El tercer capítulo encierra tres artículos relacionados con el modelo de verticalidad desde su versión clásica publicada en 1972 (Murra 1972) y sus propias reconsideraciones para darle un contexto geográfico más limitado al modelo original. El modelo evidentemente ha influido fuertemente en las interpretaciones arqueológicas de los Andes del sur (ver, por ejemplo, Covey 2000; Santoro et al. 2003ms; Schiappacasse et al. 1989; Stanish 1992), como así también estudios etnohistóricos provinciales (Durston e Hidalgo 1997; Hidalgo y Durston 1998). En particular, estudios arqueológicos realizados en el valle de Lluta permiten sostener un posible caso de verticalidad manejado por poblaciones de los valles costeros asimilable al “tercer caso: etnias pequeñas, con núcleos en la costa central” (Murra 2002:101; Santoro et al. 2003ms).
El cuarto capítulo encierra tres artículos destinados a describir la función política, económica e ideológica de la producción, distribución e intercambio de sistemas de producción agrícola relacionada con tubérculos y maíz, la producción de tejidos y tráfico del mullu. El sistema de producción de tubérculos, realizado en el ámbito de las propias comunidades y orientado básicamente a la subsistencia, se contrapone al sistema de producción del maíz que cumplió funciones principalmente ceremoniales. Estos dos sistemas no habrían alcanzado a integrarse en un sistema único estatal al ser interrumpido el proceso por la invasión europea (Murra 2002:151-152). Después de la producción agrícola, la segunda mayor preocupación del estado fue la producción textil a través, igualmente, de la mit’a. Los tejidos fueron un elemento clave en la reproducción de la vida cotidiana como así también en ceremonias funerarias y en ropajes vinculados a personajes del aparato religioso y gobernante Inka. El Estado necesitaba de gran cantidad de tejidos para funciones políticas e ideológicas, por lo que mantenía reservas de lana, derivadas de hatos de camélidos controlados por el Estado, que proveían a las tejedoras de cada comunidad. Los kurakas locales habrían jugado un rol fundamental en la producción textil, lo que les habría permitido adquirir ciertos privilegios en el proceso de la redistribución y reciprocidad involucrados en este circuito productivo estatal. El último artículo de este capítulo esta dedicado al tráfico del mullu desde la costa sur del Ecuador. El mullu tiene una gran demanda ritual al considerarse alimento de los dioses. Además, fue un elemento clave en ceremonias para la lluvia, en comunidades que dependían fuertemente de la agricultura, en los Andes centrales. Este capítulo deja abiertas una serie de preguntas con desafíos importantes hacia la arqueología, para encontrar no sólo las huellas de los que procesaban las conchas en la costa de Ecuador, sino también obtener ciertos indicios respecto de los clientes que demandaban estas conchas (Murra 2002:173).
El capítulo quinto integra tres artículos sobre autoridades étnicas tradicionales, referidos a las estructuras políticas anteriores al Inka. Se trata de grupos étnicos como los lupaca que representan uno de los ejemplos clásicos del sistema de manejo espacial andino, en su relación con el Estado. Se trata de casos donde los documentos muestran procesos dinámicos de cambio antes, durante y después de los Inka. Como en los capítulos anteriores, Murra tiene una serie de preguntas para la arqueología, como la relación entre los reinos lacustres y el Tawantinsuyu, cuestión que ha sido revisada por varios autores (Covey 2000; Pärssinen y Siiriäinen 1997; Stanish 1992, 1997).
El sexto capítulo encierra la mayor cantidad de artículos vinculados con la organización económica andina. Seis de los nueve artículos fueron publicados el año 1975. Destaca en la nueva versión la profundización en el tema de la mit’a (Murra 1983), una de las instituciones que distinguen el sistema político-económico andino y traspasa gran parte del análisis de los distintos aspectos de la organización del Estado. La discusión se centra en la ausencia de tributo y mercado en los Andes, rasgo consustancial a otras formaciones estatales de América y otros continentes. La búsqueda de Murra por descubrir las particularidades del sistema se cruza con los conceptos de redistribución y reciprocidad propuestos por Polanyi (1968 [1944] citado por van Buren 1998:340; Polanyi 1957).
Tanto en sus escritos y presentaciones orales, Murra ha insistido en que no se puede entender el sistema andino con los principios de la economía capitalista. La búsqueda por identificar diferencias fundamentales del sistema andino (“lo andino”; van Buren 1998:340) ha sido el foco central de sus críticos, que insisten que la preocupación por la especificidad inhibe la identificación de principios generales comunes a otros sistemas estatales. Murra insistirá en que no se pueden explicar los sistemas de organización económica a base de los principios de la economía capitalista y junto con Polanyi (1957) insistirá en la necesidad de estudiar los sistemas preca-pitalistas para entender sus principios fundamentales. El análisis de Murra, como se puede ver en casi todos los capítulos, está lejos de quedarse exclusivamente en la particularización ciega del sistema andino.
El capítulo siete contiene dos artículos dedicados a autores de época colonial, como Guamán Poma de Ayala, a quien Murra destaca como el autor que representa una visión indígena más interna del sistema. Luego está un personaje de origen español, el doctor Barros, y otros oidores o juristas, como Polo de Ondegardo y Matienzo. Murra estima que las “opiniones y gestiones pro-indígenas” del doctor Barros permiten “ampliar nuestra visión del debate que acompaña la temprana instalación colonial” (Murra 2002:426). Principalmente, porque su posición insistía en que era necesario “comprender la organización autóctona”, cuestión que desaparece con la reforma de Toledo (Murra 2002:428). El doctor Barros, dice Murra, merece la atención de los estudiosos de la historia andina, que debiera integrar a arqueólogos, lingüistas y etnógrafos.
Los dos artículos del capítulo ocho y final del libro reflejan el espíritu multidisciplinario que debieran tener los estudios andinos. En este contexto aparece la figura del ingeniero Kosok dedicado a documentar los sistemas de riego en los Andes, una de las tecnologías que sostuvieron una base económica sólida para el funcionamiento de las sociedades prehispánicas. “El estudio de la etnología contemporánea y de la lingüística debería complementarse con los resultados de las excava-ciones y con el examen crítico de las fuentes escritas.
Para ello es necesario crear equipos interdisciplinarios que integren las tres tácticas; de lo contrario, los esfuerzos aislados seguirán siendo marginales e inadecuados al gran tema del desarrollo de las civilizaciones americanas” (Murra 2002:172). La discusión final se centra en la necesidad de realizar estudios comparativos con otras sociedades de complejidad similar en otras partes del mundo, como lo sugiriera Cunow (1981, 1896 citado por Murra 2002:460). Para llegar a estas comparaciones generales, es necesario tener una comprensión equivalente de las distintas instituciones y sistema de organización política, económica e ideológica desarrollados en los Andes con una perspectiva diacrónica que integre las tácticas disciplinarias señaladas antes.
El libro está lleno de referencias complementarias referidas a la arqueología que puede entregar nexos importantes para tratar temas de continuidad y transformación social. En este contexto, cabe destacar la manera como Murra construye sus argumentos en los que integra una amplia diversidad de fuentes. Éstas no son sólo documentales, sino también literatura del ámbito arqueológico, buscando evidencias y expresiones materiales del funcionamiento de las instituciones andinas de organización social, política y económica. Sorprende su búsqueda, por ejemplo, en reportes arqueológicos del siglo XIX, para la zona de Arica (Safford 1887, citado por Murra 2002:97), la utilización de manuscritos que nunca se publicaron formalmente, reconociendo las ideas y datos de cada uno de los consultados, agregando incluso comunicaciones personales, ponencias o debates en congresos y seminarios. Este estilo tiende a desaparecer en la práctica profesional más reciente, donde la proposición de nuevos argumentos se construye a partir de señalar los vacíos o falencias de estudios previos. Esto forma parte de la lógica del método científico normativo, que no prescribe, sin embargo, que se desconozca el aporte de datos, ideas y proposiciones fundacionales de los mismos autores a los que se cita, principalmente, por sus falencias. La construcción del conocimiento se sustenta no sólo en los aciertos, sino también en los desaciertos. La literatura sobre la historia andina presenta omisiones de este tipo y afectan a Murra y otros autores que han sido fundamentales en la consolidación de la disciplina.
Agradecimientos: Proyecto Fondecyt 1030312 y a los estudiantes del seminario Complejización Social en Zonas Marginales del programa de Magíster en Antropología de la Universidad Católica del Norte y Universidad de Tarapacá, realizado entre noviembre 2003 y marzo 2004, con quienes discutimos algunos de los temas tratados en este comentario.
Referencias
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D’Altroy, T. N. 1992 Provincial Power in the Inka Empire. Smithsonian Institution Press, Washington and London. [ Links ]
Durston, A. y J. Hidalgo 1997 La Presencia Andina en los Valles de Arica, Siglos XVI-XVIII: Casos de regeneración Colonial de Estructuras Archipielágicas. Chungara 29:249-273. [ Links ]
Hidalgo, J. 1975 Formaciones Económicas y Políticas del Mundo Andino, John V. Murra. Chungara 5:144-151. [ Links ]
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Morris, C. y D. E. Thompson 1985 Huánuco Pampa an Inca City and its Hinterland. Thames and Hudson, London. [ Links ]
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Ann Peters – Latin American Studies Program. Cornell University. Etno-Arqueología andina 119 First St. Ithaca, Ny 14850. mundocomun@lightlink.com
Calogero M. Santoro – Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto, Departamento de Arqueología y Museología, Universidad de Tarapacá, Casilla 6-D, Arica, Chile. csantoro@uta.cl
[IF]
Religión, Ritual y Vida Cotidiana en los Andes: Los Diez Géneros de Amarete; Segundo Ciclo ANKARI: Rituales Colectivos en la Región Kallawaya, Bolivia; Mundo ANKARI – RÖSING (C-RAC)
RÖSING, Ina. Religión, Ritual y Vida Cotidiana en los Andes: Los Diez Géneros de Amarete; Segundo Ciclo ANKARI: Rituales Colectivos en la Región Kallawaya, Bolivia; Mundo ANKARI, Vol. 6. Madrid: Iberoamericana – Vervuert, 2003. Resenha de: Van KESSEL, Juan. Chungara – Revista de Antropología Chilena, Arica, v.36, n.1, p.246-247, ene. 2004.
Comentado por Juan van Kessel*
Se trata de la edición en castellano del sexto volumen de la obra MUNDO ANKARI, sobre rituales de los Kallawayas de Bolivia. Recordemos: los 4 volúmenes del primer ciclo de la serie aparecidos entre 1987 y 1991 tratan de manera clásica y absolutamente definitiva sobre los rituales curativos de los Kallawayas en el círculo de la familia (1). El segundo ciclo investiga sus rituales colectivos y pretende “superar los déficit en el tratamiento de estos rituales”. El volumen 5 trata de los rituales para llamar la lluvia, y el actual volumen, con el extraño título “Los diez géneros de Amarete”, trata de los rituales colectivos en Amarete, una comunidad particular de la región Kallawaya, que merece atención especial por la curiosa organización social en que se basan sus ceremonias: “los diez géneros”. Son géneros simbólicos de las personas con amplias repercusiones prácticas en la vida cotidiana, la religión y el ritual. Su fundamento es el género de la chacra que cada comunero, tanto hombre como mujer, posee y transmite a sus hijos (pp. 106-107). Así se encuentran: hombres masculinos, hombres masculinos-masculinos, hombres masculinos-femeninos, hombres femeninos-masculinos, hombres femeninos-femeninos, mujeres masculinas-masculinas, etc. Curioso es también que los amareteños pueden cambiar su género simbólico, de manera que entonces deben sentarse, caminar, bailar, actuar y ofrecer sacrificios de una manera diferente a la de antes. Es el caso de algunos cargos de representación comunal con género propio. Al asumir un cargo con género, se deja a un lado el propio género de chacra por el tiempo que dura el cargo. En última instancia, el género simbólico es determinado por el sol (salida/ocaso) y el cuerpo humano (derecha/izquierda) y sus dos indicadores resultan ser hanan/hurin (arriba/abajo) y kuraq/sullk’a (mayor/menor).
La pregunta impaciente del lector es: El sistema de los múltiples géneros simbólicos, ¿es algo más que una simple curiosidad? ¿Tiene un real sentido transcendental para el mundo amareteño? Sin duda es este el caso. El género (biológico y simbólico) es el principio de la organización social y del orden cosmológico (cf. p. 636). La máxima es que “todo debe estar pareado, casado” -cada cosa con su contraparte: ofrendas, chacras, aguas, rituales, dirigentes, etc.- para que sea completa, estable y equilibrada, operativa, eficiente y fértil. Sin su contraparte, las cosas no tienen sentido y no SON realmente. Me atrevo a interpretar el argumento así: en la cosmo-visión del amareteño, y del andino en general (y prefiero decir: “en su pacha-vivencia”) todo tiene vida, es ser viviente y debe ser alimentado, criado, regenerado a la manera de los seres vivientes. Todos los seres vivientes participan de la vida universal del pacha, el megaorga-nismo. En los grandes rituales colectivos -como verdadera tecnología simbólica- se regenera, alimenta, cría y fortalece la vida del pacha, del triple mundo de los humanos, la naturaleza y las divinidades. En síntesis, el ritual colectivo de Amarete basado en sus 10 géneros pretende juntar las cosas con su contraparte y casarlas para su regeneración, fuerza y duración. Así se asegura la vida del pacha: divinidades, naturaleza y runa (la comunidad humana). El ritual colectivo de Amarete basado en los 10 géneros simbólicos es para reafirmar el orden existencial. El género que se recibe de la chacra expresa, a la vez, una sorprendente relación co-existencial hombre-tierra, concretamente del comunero con su chacra.
La autora confiesa (p. 640) que el descubrimiento y la explicación de los diez géneros simbólicos y de los principios en adjudicar el género simbólico le tomó seis años con largas estadías en terreno. El principio de los géneros simbólicos echa una luz particular sobre el ritual colectivo de Amarete, una luz indispensable para ver y entender el sentido émico? de los rituales. La autora los describe e interpreta bajo esta luz. Ina Rösing (en adelante: IR) cumple con este propósito y logra una verdadera obra maestra: inédita y de mayor relevancia en la producción antropológica contemporánea. Veamos la estructura de la obra.
El libro con sus 878 páginas está articulado en tres secciones. Encontramos dos capítulos introductorios, que describen la geografía y el contexto social de la región, definen el objeto de la investigación y señalan sus premisas metodológicas, las que por su carácter innovador en la investigación sociocultural merecen que las destaquemos más abajo. Se señala también la impresionante base de datos de este volumen registrada en decenas de libros con apuntes de campo, en centenas de cintas grabadas y transcritos en varios miles de páginas, y en muchas centenas de excelentes fotografías. Luego la autora presenta sin más preámbulos el tema mismo de los diez géneros y su notable importancia en la vida de la comunidad. IR agrega amplia información sobre la historia de su investigación y su insólita odisea como investigadora. Con esta información previa, la autora describe (cap. 3) la vida en Amarete, a partir de su geografía sagrada, articulada, y de su concepto del tiempo con un calendario festivo extraordinariamente rico en que a cada paso se encuentran las reglas relativas a los géneros. Con un ejemplo -la labor familiar cotidiana del cultivo de la papa- IR muestra que es imposible cotidianizar el trabajo aparentemente profano y que el tiempo y el espacio siempre son especiales y de carácter sagrado. ¡Elocuente ejemplo! que le vale como un previo teórico muy significativo, porque enseña que las ocupaciones de cada día, el carácter sagrado del espacio y la articulación festiva del tiempo “sólo son tres polos de un mismo centro: la religión andina”.
En la segunda sección (cap. 4-8), la parte principal del libro, la autora trata del ritualismo colectivo en que el tema de los diez géneros es el hilo conductor que atraviesa los cuatro rituales agrícolas cíclicos que ella describe: La papa en el ritual Irwi (cap. 4), el ritual Q’owa con el baile y la labranza de los varones másculinos y femeninos (cap. 5), la labranza ritual en el Jach’ana (cap. 6) y la huilancha en la cumbre de una montaña sagrada (cap. 7). Como complemento, describe un ritual amare-teño de emergencia para llamar la lluvia (cap. 8).
En la tercera sección (cap. 9-10) la autora intenta descifrar la lógica de las temáticas de género y espacio, una lógica flexible, variable y llena de improvisación, que permite la innovación y la evolución del ritual conforme las circunstancias y contextos cambiantes (cap. 9). En el último capítulo ella compara el ritual amareteño basado en los diez géneros, con el de las otras comunidades kallawayas, demostrando así su absoluta peculiaridad. Luego revisa toda la literatura andina para reforzar esta conclusión y termina con un listado de las cuestiones que siguen abiertas y que muestran la urgencia de una investigación etnohistórica para entender el proceso enigmático de la formación y transformación del ritual kallawaya (cap. 10).
Ina Rösing (IR) tiene un estilo de escribir agradable y entretenido; sabe presentar la investigación como un desafío y la descripción de los hechos culturales como una aventura. Por otra parte, pareciera que la traducción desde el alemán ha sido tan cuidadosa y detallada, tan cercana al texto original, que a ratos afecta a la fluidez y la fácil comprensibilidad del texto español. La autora rechaza enérgicamente y con buenas razones la “antropología muda” de Wachtel, Rivière, Platt, y otros (p. 80). (“El yachac masculla una oración y procede a…” ¿Qué oración? No se sabe). Grato efecto de la “antropología hablada” de IR es la inclusión de gran número de oraciones andinas (transcritas en quechwa y castellano), extensas, hermosas, fuertes, que acompañan e interpretan los rituales irradiando andinidad y haciendo brillar la pacha-vivencia de los ritualistas andinos (ver: pp. 250-257, 402-406, 442-449, 555-559, etc.). El libro contiene también 75 excelentes fotografías etnográficas que son más ilustrativas que largas descripciones verbales. Además de ello, IR logra facilitar considerablemente la comprensión del tema y el discurso, de por sí complejos, por el recurso de “cajas de sinopsis”, 54 en total. Finalmente encontramos amplios y valiosos anexos de vocabulario, bibliografía e índice de autores citados, y un apéndice de 43 “reglas relativas a los 10 géneros de Amarete”. Aparecen pocos errores de imprenta. El libro lleva también 15 croquis fotocopiados del cuaderno de apuntes de la investigadora, que le confieren la grata fragancia del campo y situaciones complejas y confusas, pero es lamentable que, en tan prestigiosa edición, estos croquis son difíciles de leer y, al menos en parte, casi imposibles de descifrar. Otra observación sería que en la base de datos, tan completa en su registro de los rituales, se echaría de menos -como rica vena no aprovechada- que no quedaron registrados y analizados la música y la textilería en el contexto del ritual colectivo. Para el antropólogo, éstas dos son también elocuentes portadoras de información cultural. Lo mismo vale decir también sobre la dieta y la gastronomía en el contexto ritual, que interpretaría el significado de la presencia y la actividad ritual de la mujer, y con mayor razón por cuanto IR lamenta el papel ritual demasiado pobre de la mujer amareteña. Se supone que la música de conjunto producida en Amarete (mal llamada “folklórica”) nunca es simple diversión, sino expresión ritual propia y orgánica; los tejidos, como las vestimentas llevadas en los rituales, las prendas y manteles usados para la mesa ritual, son también expresión de identidad y rol social, de cosmovisión y estructura religiosa.
Vale ir a una discusión crítica sobre la metodología investigativa que IR maneja en todas sus pesquisas kallawayas, pero que en este volumen ella aplica con mayor rigor y llegando hasta sus consecuencias. Como investigadora, IR se ubica entre los revolucionarios de la epistemología del saber científico que no aceptan el objetivismo clásico y con mayor razón rechazan el positivismo en ciencias socioculturales. En cambio, apuestan no al subjetivismo ni al personalismo, sino a la dialéctica y la intersubjetividad como base de la confiabilidad y la veracidad del conocimiento científico generado en la aventura de la investigación antropológica (2). De ahí también el interés de IR por una “antropología hablada”, es decir, por los investigados tales como son: no objetos de estudio, sino seres humanos e interlocutores. La dialéctica y la intersubjetividad es la postura casi inevitable de todo investigador que adopta en forma consecuente las técnicas de la observación y la investigación `participante’. La exigencia de neutralidad valórica y la pretensión de la objetividad más absoluta eran las características de la postura del positivismo clásico y la conditio sine qua non para `generar conocimiento científico’. En cambio, en el ambiente de una epistemología de la dialéctica y en un proceso interactivo entre investigador e investigado que ha de generar el conocimiento científico, la postura intersubjetiva es la que garantiza la veracidad y la confiabilidad del saber científico en ciencias socioculturales. De ahí también que IR como investigadora participante incluye su presencia activa en el registro de los rituales colectivos. Ella nunca pretende un registro simplemente objetivo y anónimo; nunca disimula su presencia, tal como lo exigía en tiempos pasados el código de objetividad y cientificidad positiva. La vemos continuamente presente en el proscenio de la investigación. Ella participa en la acción registrada (p.ej. p. 336) y sus colaboradores participan en la investigación en calidad de verdaderos coinvestigadores de su propia realidad, y ya no como simples informantes locales (pp. 68 ss). Es la observación (e investigación) participativa llevada a sus consecuencias. Cuando IR presenta sus tres coinvestigadores indígenas como muy apreciados amigos de confianza y compadres (p. ej. las pp. 648 y ss.), es ésta la actitud consecuente de la observación (e investigación) participativa. IR, la investigadora académica, es al mismo tiempo la portavoz de confianza de los investigados, donde ellos como coinvestigadores no saben expresarse en el lenguaje académico: ella los interpreta. Atención: la posición de los “coinvestigadores” no es la misma que la del(a) investigador(a) académico(a). Además, aparece otra piedra en el camino: en el informe final, la investigadora asume el papel de traductora del lenguaje popular al académico. En la investigación participativa (la que en sus consecuencias llega a ser “investigación interactiva“; nada lo prohíbe), la perspectiva de la investigación depende, en parte, de la posición que ocupa la investigadora en el proscenio y de la postura valórica que ella lleva.
Vislumbramos en el libro de IR el supuesto que a los kallawayas -los coinvestigadores, sujetos de la investigación- corresponde también garantizar la confiabilidad y la veracidad del saber científico generado en la investigación intersubjetiva interactiva. De ser así, la autodefinición de los investigados, la autointer-pretación de su propia realidad cultural, tiene cierta prioridad sobre la visión del académico que es una visión externa y desde fuera. La primera no reemplaza ni degrada la segunda, sino que ambas se complementan en el proceso de la investigación intersubjetiva, interactiva. Pero los mismos kallawayas pasan a ser la primera autoridad moral para sustentar la veracidad y por eso la cientificidad del saber generado en la odisea de la investigación. Al final, y como exigencia propia del método, encontramos que el ritualista de Amarete y los comuneros en general -los sujetos de la investigación, y ya no simplemente su objetivo- han de reconocerse en la interpretación de su ritual y autorizarla de algún modo, como sello y garantía de veracidad. Es lógico que IR no se conforma con interpretaciones de tipo ético (pp. 759ss), que sólo representan la visión académica del investigador. Ella presenta una interpretación compartida. Efectivamente, la interpretación debe ser de alguna manera reconocida, adoptada y autorizada por los investigados.
Puntualizamos que -aparte de una epistemología dialéctica- este método participativo-interactivo llevado por IR está basado en dos componentes especiales: 1. la presencia y actuación de la investigadora en el proscenio de la investigación, y 2. la participación de los kallawayas en calidad de coinvestigadores.
Sin embargo, esta metodología y la epistemología subyacente llegan necesariamente a su punto crítico. En la discusión al respecto, la consecuencia de su rigor es un punto criticable y criticado, pero también un punto justificable y sostenible.
- La actitud y postura del investigador respecto a su objeto de estudio puede llegar a un punto crítico. IR no escapa a esta `crisis’. Consecuente con su principio metodológico, ella se identifica `émicamente’, en visión y criterio, con sus coinvestigadores kallawayas. ¡CASI siempre! Ella asume desde la primera página una actitud de admiración por la organización social y ritual kallawaya, pero alguna vez abandona esta posición, p. ej. cuando se refiere a la interpretación de los ritualistas con respecto a catástrofes y desgracias naturales, explicándolas como castigo por errores en el ritual y por la deuda sacrificial. Entonces IR se expresa necesariamente en forma neutral, objetiva, distante, reservada; “En la opinión de los amare-teños…”; “Según ellos…” (pp. 514-519).
- Otro efecto inevitable del método participativo-intersubjetivo (digamos ya: interactivo) es que la investigadora influye en el proceso formativo del ritual que ella investiga. IR lo reconoce (p. 678). Esta es una real consecuencia del método. El rechazo de la interpretación científica objetiva y valóricamente neutra en ciencias socioculturales, y la adopción del principio de la intersubjetividad como base del conocimiento generado, abren la posibilidad de la intervención del investigador en su objeto de estudio. Es más: la justifican dentro de exigencias estrictamente éticas. Esto es un elemento totalmente nuevo en el discurso sobre el conocimiento científico y en la metodología de la investigación socio-cultural, postmoderna.
- Otro efecto del método es que ya no se niega ni se disimula la relación emocional y afectiva entre el investigador y la comunidad investigada. IR lo reconoce y ella asume este compromiso. Tocando el tema del futuro incierto y la fe en la fuerza de la tradición amareteña, ella suspira: “…solo cabe compartir con los amareteños esta esperanza” (p. 681). Por lo mismo se explican y se justifican las expresiones dramáticas y nostálgicas de la autora (pp. 781ss.), haciéndose eco de la denuncia del “etnocidio del desarrollo (de la modernización, del inevitable cambio)”, llamado también “holocausto al progreso”. Impresiona también la frase final del libro donde IR pone de hecho su firma autográfica bajo la obra (3): “Irrefutablemente Amarete va a cambiar. Pero lo que Amarete hasta ahora ha realizado y creado, lo que ha configurado y desplegado constituye en todo caso una hazaña cultural fascinante a la que, con este mi libro, le quisiera levantar un monumento” (p. 785). Es la `antropología de compromiso’. Efectivamente, en la metodología de IR no hay rastro de la pretención de la `neutralidad valórica de la investigación’, pero ella demuestra que en ciencias socio-culturales se trata de una cienti-ficidad diferente.
Lo anterior no significa de ninguna manera dar paso a cierta permisividad en los códigos de la metodología, ni una falta de rigor científico. La prueba está en el capítulo 10 del libro donde alguien podría reprocharle un excesivo rigor del método, un perfeccionismo irritante, una odisea casi absurda y masoquista. En los párrafos 3 y 4 (pp. 694-780) se trata de demostrar que la estructura social y ritual de Amarete basada en los 10 géneros es un caso único en la región de los kallawayas, en todo el mundo andino y en el mundo tout court. Sabemos que el desafío más difícil siempre es demostrar empíricamente que no existe un segundo caso; parece una misión imposible. Sin embargo, IR la asume, provocando en el lector más pragmático no solo admiración, sino también irritación, cuando se siente llevado por 85 largas páginas de sofisticados senderos para demostrar que “Amarete es único”. El pragmático diría que este párrafo es sólo para el metodólogo y para el fiscalizador crítico. Para él, esta parte del libro vale como pieza digna del archivo. Nótese que, mientras el pragmático se irrita, el Prinzipienreiter entre los metodólogos quedaría insatisfecho, porque la prueba empírica de IR referente a la unicidad de Amarete no es (y nunca podrá serlo) totalmente impermeable y hermética.
Sin embargo, aun sin meterse en esta discusión queda la pregunta: ¿Se trata en estos párrafos “sofisticados” de un juego personal de IR, fascinada por el misterio de Amarete? ¡No! Los conceptos de los géneros simbólicos, sus principios y sus indicadores resultan ser definiciones y comparaciones salidas de la concepción de los amareteños, de su modo de concebir la realidad (ritual y social) local, no de la imaginación creadora de IR. Los conceptos relacionados de los 10 géneros de Amarete son, irrefutablemente, conceptos “émicos” (pp. 759ss.).
La conclusión de que “Amarete es único” -aunque parezca banal- levanta un problema mayor: ¿Cómo se explica que Amarete sea único? Los capítulos 9 y 10, que contienen las conclusiones del libro, son los de mayor interés para la formación de la teoría antropológica. Muestran una de las vías de un proceso de cambios rituales y de estructuras sociales. Las pp. 646-647 señalan ya el origen etno-histórico local de Amarete, y de su proceso de creciente complejidad del sistema de ordenación basado en el género. La comunidad de Amarete parece haberse aferrado tenazmente a este sistema de ordenación; lo elaboró y lo amplió constantemente conforme las nuevas situaciones. En cambio, las otras comunidades kallawayas parecen haber soltado poco a poco este principio de ordenación social y cúltico, al compás de los cambios socio-económicos y políticos. Resulta que la etno-historia puede ser muy local, conforme a: (a) los contextos locales cambiantes, y (b) las respuestas diferentes de los lugareños y sus dirigentes y ritualistas. IR habla de un proceso etno-histórico de traducción: se trata de la capacidad creativa local de traducir el ritual tradicional en un contexto nuevo, un proceso de traducción (p. 717). No parece aceptable que la aparición de un gran maestro ritualista carismático en la historia local, como Pasqual Tapia (compadre e informante principal de IR), sea un único y fantástico cometa en la historia kallawaya; debe haber una tradición ritual mayor. En una investigación etno-histórica podrían descubrirse los maestros de Don Pascual y la razón por la que precisamente en Amarete se haya desarrollado tan complicado y sofisticado, tan único e impresionante ritual colectivo basado en los 10 géneros simbólicos de los comuneros y la pacha, con sus cerros, chacras y agua.
Para explicar el extraño hecho que en todo el universo kallawaya sólo los amareteños se han organizado en base a los 10 géneros simbólicos y para conseguir más claridad en el bosque de las posibilidades e hipótesis, resulta definitivamente necesario desentrañar la dimensión etno-histórica de la investigación; una exhaustiva investigación etno-histórica para entender la formación y transformación del ritual local de Amarete. La autora es la primera en reconocerlo y sugerirlo (pp. 676, 680, 691).
Sobre la investigadora: IR, la maestra investigadora, es admirable por su asombrosa capacidad de trabajo, su inagotable energía, su absoluto rigor científico. Admirable es también por su actitud de autocrítica y su exigencia hasta el extremo con respecto a su propia investigación. Como investigadora es perfeccionista, incansable. Ciertamente no peca de falsa modestia; muestra sin reservas su propia excelencia. En las partes de su investigación bibliográfica, critica implacablemente los vacíos y las deficiencias metodológicas de insignes colegas investigadores, pero siempre reconociendo cabalmente sus valores y valorando generosamente sus logros (p.ej. el cap. 10, en que valora y critica a P. Flores, N. Wachtel, T. Platt y G. Rivière). Como colega investigadora IR es tan respetable como temible. Como maestra investigadora ella sabrá, sin duda, potenciar el todo de sus discípulos.
Sobre la investigación: En mi opinión, la obra completa del MUNDO INKARI de IR es y será siempre un clásico en creatividad científica e información antropológica; y un abre-caminos para la metodología postmoderna en ciencias socio-culturales. La obra es una digna continuación de los tomos anteriores. Una investigación de largo alcance, de gran rigor, de mayor relevancia y que descubre una realidad cultural muy profunda, jamás sospechada e imposible de descubrir con una metodología positivista: demostrando que las grandes obras nacen no del robot académico, sino de un gran amor.
Notas
(1) El primer ciclo del Mundo Ankari (los Vols. 1-4) comprende:
IR: Die Verbannung der Trauer (Llaki Wij’chuna). Nächtliche Heilungsrituale in den Hochanden Boliviens; Mundo Ankari, Band 1; Nördlingen: Greno, 1987.
IR: Dreifaltigkeit und Orte der Kraft: die Weisze Heilung. Nächtliche Heilungsrituale in den Hochanden Boliviens; Mundo Ankari, Band 2; Nördlingen: Greno, 1988.
IR: Abwehr und Verderben: die Schwarze Heilung. Nächtliche Heilungsrituale in den Hochanden Boliviens; Mundo Ankari, Band 3; Frankfurt: Zweitausendeins, 1990.
IR: Die Schlieszung des Kreises: Von der Schwarzen Heilung über Grau zum Weisz. Nächtliche Heilungsrituale in den Hochanden Boliviens; Mundo Ankari, Band 4; Frankfurt: Zweitausendeins, 1991.
El segundo ciclo del Mundo Ankari comienza con el volumen 5 de la obra, titulado:
IR: Rituale zur Rufung des Regens. Zweiter ANKARI-Zyklus: Kollektivrituale der Kallawaya-Region in den Anden Boliviens; Mundo Ankari, Band 5; Frankfurt: Zweitausendeins, 1993.
(2) Con Peter Kloos podemos considerar el conocimiento intersubjetivo como el fundamento de la epistemología dialéctica y del saber científico en las ciencias socio-culturales de la época actual, postpositivista: P. Kloos, Filosofie van de antropologie, Ed. Martinus Nijhoff, Leiden, pp. 25 ss.
(3) Este modo personal de hacerse presente el antropólogo en su informe, es lo que Peter Kloos, o.c. (defensor de la postura intersubjetiva como fundamento epistemológico del nuevo método científico en ciencias socio-culturales, y como garantía de credibilidad y veracidad) señala como “la autografía del investigador” justificándola y exigiéndola por la misma razón que el artista tiene para firmar su obra, ya que se trata de su interpretación fidedigna de la realidad observada.
Juan van Kessel – Instituto para el Estudio de la Cultura y Tecnología Andina (IECTA), Av. Diego Portales 2046, Iquique. E-mail: iecta@chilesat.net.
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