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La Historiografia de Latino America en la Primera Mitad del Siglo XX / Expedições / 2017
Durante la primera mitad del siglo XX se configuraron en América Latina los campos historiográficos nacionales [2]. Los criterios decimonónicos de la “literatura histórica” fueron sustituidos por paradigmas teórico-metodológicos que normalizaron la indagatoria del pretérito y consolidaron la autonomía disciplinaria. Este proceso ha sido escasamente estudiado. Intentaré glosar brevemente, y sin pretensiones de inventario, algunas de las contribuciones más significativas con el propósito de calibrar el estado de los conocimientos sobre el tema [3].
Uno de los aportes más recientes los realizó Felipe Soza. En el capítulo X del libro Comprender el pasado. Una historia de la escritura y el pensamiento histórico (AURELL; BALMACEDA; BURKE; SOZA, 2013), el investigador chileno brinda un panorama sobre “La historiografía latinoamericana”, desde los tiempos precolombinos hasta nuestros días. Es un interesante estudio de carácter descriptivo, acorde a la naturaleza didáctica de la obra en la que está inserto.
En el opúsculo Las grandes corrientes de la historiografía latinoamericana, Sergio Guerra Vilaboy (GUERRA VILABOY, 2003) revisa con solvencia – en un estilo panorámico similar al del Soza – la evolución del conocimiento histórico en el subcontinente. Lo hace siguiendo el itinerario de autores, temas y tendencias hegemónicas.
El tomo IX de la Historia general de América Latina, dedicado a la Teoría y metodología de la Historia de América Latina (REZENDE MARTINS; PÉREZ BRIGNOLI, 2006), incluye ensayos sobre la epistemología de la disciplina y sus vinculaciones con otras ciencias sociales. No contiene aportes sustanciales sobre las condiciones de producción, corrientes, tendencias, articulación y transformación diacrónica de los relatos.
Además de los estudios panorámicos reseñados, existe una abundante producción sobre historiografías nacionales o regionales. La consideración de la misma trasciende los objetivos de esta presentación. Destaco, como aportes más significativos, los artículos del volumen IV de The Oxford History of Historical Writing (MACINTYRE; MAIGUASHCA; PÓK, 2011), en especial los de D. A. Brading (“Historical Writing in Mexico: Three Cycles”), Ciro Flamarion Cardoso (“Brazilian Historical Writing and the Building of a Nation”) y Juan Maiguashca (“Spanish South American Historians: Centre and Periphery, 1840s-1940s”).
Las funciones de los historiadores latinoamericanos cambiaron a comienzos del siglo XX. Debieron responder, en su calidad de miembros de las oligarquías dirigentes y de funcionarios de Estados en transformación, a nuevos requerimientos sociales y gubernamentales. A su rol primigenio de productores de “ficciones orientadoras” de cuño nacionalista, adicionaron la tarea de creación de relatos pretéritos legitimadores de nuevas realidades políticas, como la República (1889) y el Estado Novo (1937) en Brasil; o de movimientos con pretensiones de implementar trasformaciones estructurales, al estilo de la Revolución Mexicana (1910).
Las mutaciones socioeconómicas, políticas y culturales plantearon problemas e interrogantes sobre la esencia de las identidades locales, regionales y nacionales. Surgieron sendos movimientos intelectuales en procura de respuestas, uno de los más representativos fue el de los “intérpretes de Brasil”, en la década de 1930. Fue necesario incluir en los relatos a actores sociales que hasta entonces habían sido relativizados, demonizados o invisibilizados (campesinos, indígenas, afrodescendientes, mestizos).
A las élites dirigentes se les planteó el desafío de reconfigurar los imaginarios nacionalistas con el propósito de cohesionar a las masas de inmigrantes con las poblaciones criollas. Para “disciplinar” comportamientos y prácticas potencialmente dispersivas se debió operar sobre los sistemas educativos. La enseñanza de la historia se transformó en un instrumento privilegiado para “nacionalizar” a naturales y extranjeros. Planes, programas y manuales de “historia patria” se utilizaron en las escuelas para convertir conductas atávicas en hábitos “civilizados”. Historiadores y maestros fueron, respectivamente, los encargados de elaborar y transmitir los “valores” de laboriosidad, honradez e higiene. Apelaron para ello, entre otros recursos, a la “ejemplaridad” de los grandes hombres, los “héroes”.
El labor de los investigadores comenzó a especializarse. Surgieron condiciones favorables para una relativa autonomización epistemológica. Mojones fundamentales de ese itinerario fueron: la fundación o consolidación de corporaciones intelectuales de perfil asociativo consagradas al cultivo de la Historia, como los Institutos Históricos y Geográficos y las Academias Nacionales; la creación de centros superiores de estudio dedicados a la formación de investigadores profesionales; la renovación técnica motivada por la divulgación de manuales metodológicos elaborados en Europa. Estos factores contribuyeron a transformar las estructuras de funcionamiento de las antiguas redes intelectuales y dinamizaron el proceso de configuración de los campos historiográficos nacionales.
Durante el siglo XIX surgieron, en distintas partes de América, corporaciones letradas organizadas por los estudiosos del pasado. Tenían el propósito de generar condiciones favorables para la investigación y divulgación de conocimientos. Una de las más prestigiosas fue el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño (en adelante IHGB), fundado en 1838.
El IHGB perduró en el siglo XX y sirvió de modelo para el establecimiento de centros regionales en Pernambuco, Ceará y Bahía. Lo mismo sucedió con la Academia Nacional de la Historia de Venezuela (1888) y con la Junta de Historia y Numismática Americana (Buenos Aires, 1893), base de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina (1938). Además, se crearon nuevas asociaciones como la Academia Colombiana de la Historia (1902), la Academia de Historia de México (1919) y el Instituto Paraguayo de Investigaciones Históricas (1937) (que se transformaría en 1965 en Academia Paraguaya de la Historia).
Eran instituciones privadas o semioficiales que estaban al servicio de los respectivos Estados y desempeñaban la función de reguladoras de la administración del pasado. Asesoraban a los gobiernos en cuestiones relacionadas con nomenclatura, efemérides y enseñanza de la Historia. Detentaron el monopolio de la gestión del pretérito hasta que surgieron otras instituciones que disputaron esa hegemonía.
A partir de la década de 1890 nacieron en distintos países [4], centros universitarios destinados a la formación de los aprendices de Clío. Ofrecían cursos panorámicos, seminarios sobre temas concretos e instrucción teórico-metodológica. Algunos de los más importantes fueron la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1896) y la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (1920), en Argentina; la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (1924); la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de San Pablo (1934), en Brasil; la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República (1945) en Uruguay; la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos (1945) en Guatemala; la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción (1948) en Paraguay. La institucionalidad universitaria, generalmente munida de un estatuto autónomo que facilitaba el libre tránsito de ideas y de corrientes intelectuales, contribuyó a superar los enfoques estrechamente nacionalistas imperantes hasta entonces.
Los nuevos centros se nutrieron del aporte de intelectuales extranjeros (europeos o de países vecinos) que por razones diversas recalaban en ellos. Impartieron un fecundo magisterio que aggiornó las prácticas y las tendencias historiográficas.
Hubo varios humanistas europeos refugiados en América por motivos políticos, que realizaron contribuciones significativas. Los ejemplos más notorios fueron los de los españoles Rafael Altamira, Pedro Bosch-Gimpera y José Gaos emigrados a México en la década de 1930, y el de su compatriota Claudio Sánchez-Albornoz que lo hizo a Argentina en la década de 1940 (SOZA, 2013, pp. 418-419). También existió la concurrencia de investigadores contratados por universidades americanas, las experiencias más importantes fueron las de Rafael Altamira (que entre 1909 y 1910 realizó un periplo por diversos centros de estudios en Uruguay, Chile, Perú, México, Cuba y fundamentalmente Argentina [5] ) y la de Fernand Braudel (en la Universidad de San Pablo, Brasil, entre 1935 y 1937).
Asimismo, debe consignarse el tránsito de historiadores americanos contratados con similares propósitos. Algunas experiencias interesantes en este sentido fueron las del brasileño Guy de Hollanda (desde 1948) en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción y la de los argentinos Emilio Ravignani (1947 a 1954) y José Luis Romero (a partir de 1949) en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República en Montevideo.
El aporte de los centros universitarios fue decisivo para transformar las prácticas. Se impuso la reflexión crítica y autocrítica, tanto sobre las técnicas del oficio como sobre sus fundamentos epistemológicos. Se superó la mera narración de acontecimientos en pro de relatos sujetos a normas metodológicas rigurosas. La titulación se convirtió en requisito sine qua non de legitimación profesional y sustituyó la tradición decimonónica basada en la inclusión en asociaciones letradas por el mero – y en ocasiones caprichoso- reconocimiento de los pares (“conciudadanos” de una etérea “república de las letras”).
El período de transición entre la práctica amateur y el ejercicio profesional de la labor historiográfica no puede fecharse de manera unívoca. Varió de acuerdo a los ritmos de cada país. El proceso estuvo mediado por un elemento esencial que tendría, a su vez, un influjo decisivo en la formación de los historiadores profesionales: la circulación y rápida recepción, a comienzos del siglo XX, de una serie de manuales metodológicos, elaborados por investigadores europeos, que reglaron y normalizaron la práctica investigativa. Me refiero a las obras de Ernst Bernheim (Introducción al estudio de la Historia, 1889), Rafael Altamira (La enseñanza de la Historia, 1891), Charles Victor Langlois – Charles Seignobos (Introduction aux études historiques, 18 98) y Alexandru Xenopol (Los principios fundamentales de la historia, 1899, y La teoría de la historia, 1908). Estos tratados se utilizaron en los cursos superiores de formación. Contribuyeron a establecer cánones técnicos y de rigurosidad heurística como requisitos para acceder a la titulación universitaria.
Los cambios referidos ut supra influyeron en el funcionamiento de las redes intelectuales latinoamericanas. Estas mantuvieron las pautas de comunicación interpersonal privada, pero adicionaron otras de tipo oficial, público e interinstitucional. Se reconfiguraron los circuitos de circulación bibliográfica y documental, así como las estrategias de difusión e internacionalización de las producciones de sus miembros. Surgieron tramas vinculares convalidadas no sólo por el “prestigio” de los intelectuales involucrados, sino por la pertenencia a instituciones referenciales, universitarias o de otro tenor.
Las nuevas promociones de historiadores profesionales latinoamericanos estaban integradas, en su mayoría, por egresados universitarios. Tenían una sólida preparación metodológica y eran proclives a implementar enfoques interdisciplinarios. Necesariamente entraron en competencia con los cultores amateurs de la disciplina. Las disputas fueron por reconocimiento funcional, acceso a cargos docentes, financiamiento de proyectos, obtención de espacios editoriales.
Los “agentes profesionales” establecieron nuevas “reglas de juego”, acordes al habitus compartido. Regularon la “competencia” por hegemonía epistemológica, en función del “capital” y del “peso funcional” detentado. Impusieron una dinámica que transformó las estructuras de producción de conocimiento histórico y que coadyuvó a la definición de los campos historiográficos nacionales. La consolidación de los mismos evolucionó a diversos ritmos en función de los recursos y posibilidades de cada país.
La dinámica general del proceso estuvo animada, entre otros factores, por la interacción de diversas tendencias o escuelas historiográficas en las que estaban adscriptos los historiadores.
En el tránsito del siglo XIX al XX, surgió una vertiente “positivista” que continuó la obra de los autores “romántico-nacionalistas” [6] del siglo XIX. Sus principales exponentes fueron Joao Capistrano de Abreu en Brasil, Alfonso Toro en México, Gustavo Arboleda en Colombia, Domingo Amunátegui en Chile, Paul Groussac en Argentina, Clemente L. Fregeiro (Uruguay) (GUERRA VILABOY, 2003, p. 156-159).
A partir de la década de 1920, se perfila una nueva generación de historiadores de orientación “neopositivisa”, que rechazaban la idea de “seguir haciendo la historia como una simple recolección de datos y [estaban] decididos a entenderla como un proceso de carácter objetivo, regido por ciertas leyes generales y no por la casualidad”. Pusieron énfasis en “la importancia de los hechos económicos o sociales en el desarrollo histórico, superando el estrecho prisma de muchos de sus contemporáneos, dedicados exclusivamente a la historia institucional y política” (GUERRA VILABOY, 2003, p. 165-166). Su ubican en este grupo: Ramiro Guerra (Cuba), Jesús Silva Herzog y Luis González y González (México), Juan Friede (Colombia), Jorge Basadre (Perú), Eduardo Acevedo (Uruguay), Sérgio Buarque Holanda y Nelson Werneck Sodré (Brasil) (GUERRA VILABOY, 2003, p. 165).
Paralelamente, surgió el “revisionismo histórico”, movimiento historiográfico de matices ideológicos diversos, que cuestionaba las historias oficiales, proponía interpretaciones alternativas, reivindicaba personajes y acontecimientos tabuizados. Tuvo un importante desarrollo en Argentina (Ernesto Quesada, Adolfo Saldías, Carlos Ibarguren, Ernesto Palacio, Julio Irazusta, Juan Alvarez) y se proyectó a otros países como Uruguay (Luis Alberto de Herrera, Alberto Methol Ferré), Colombia (Indalecio Liévano Aguirre), Chile (Luis Vitale) y México (Adolfo Gilly) (GUERRA VILABOY, 2003, p. 168-174).
Los aportes de la historiografía marxista fueron muy importantes para relativizar la “historia del gran personaje” e imponer nuevas categorías interpretativas (modos de producción, lucha de clases…). Fueron pioneros de esta tendencia: Caio Prado Júnior (Evolución política del Brasil, 1933) y Rafael Ramos Pedrueza (La lucha de clases a través de la Historia de México, 1934). Entre sus cultores más importantes se ubican los mexicanos Luis Chávez Orozco, Agustín Cué Cánovas; el cubano Sergio Aguirre, los argentinos Rodolfo Puiggrós y Sergio Bagú; los venezolanos Salvador de la Plaza, Miguel Acosta Saignés y Federico Brito Figueroa; el chileno Julio César Jobet y el uruguayo Francisco Pintos (GUERRA VILABOY, 2003, p. 175-177).
A mediados del siglo XX se manifestó una “Nueva Historia”, tributaria de los aportes del revisionismo, el marxismo, la Escuela de los Annales y de la New Economic History (GUERRA VILABOY, 2003, pp. 177). Tuvo como principales agentes a los investigadores profesionales. Emergió como resultado de cinco décadas de acumulación de masa crítica, renovación de las prácticas y transformación de paradigmas.
El dossier que presentamos intenta dar cuenta del proceso de transformaciones que hemos reseñado de forma sucinta. Los trabajos que lo integran abordan aspectos particulares, en algunos casos de escala nacional y en otros de alcance regional, del proceso historiográfico latinoamericano.
La serie se inicia con un estudio de Alexander Betancourt Mendieta sobre La escritura de la Historia en el cambio de siglo: de la revista letrada a la revista especializada. El autor explora los pormenores del proceso de transformación de la escritura de la historia en América Latina, en el tránsito del siglo XIX al XX, a partir de algunas publicaciones seriadas, en las que se reflejan los cambios generados por los nuevos contextos de producción. Son particularmente interesantes sus comprobaciones sobre el rol desempeñado por las instituciones universitarias en la creación y divulgación de nuevos saberes. Demuestra que “la creación de instituciones ha estado ligada al surgimiento de las publicaciones especializadas, independiente de los alcances de la circulación o del reconocimiento social que tales esfuerzos tuvieron”. Se trata, fundamentalmente, de revistas académicas que contribuyeron a difundir los resultados de investigaciones realizadas de acuerdo a los nuevos paradigmas.
A continuación, Inés Quintero analiza los Propósitos, límites y contenidos del conocimiento histórico: La Academia Nacional de la Historia (Venezuela 1888-1958). Es un estudio sobre el rol desempeñado por la Academia como gestora oficial del conocimiento histórico en Venezuela, entre su fundación en 1888 y la creación de las primeras escuelas universitarias en 1958. La autora elabora un relato sugerente, de carácter dialéctico, en el que desmenuza tanto la función patriótica de la corporación en cuanto custodia y transmisora del culto a Simón Bolívar, como su dimensión de ámbito privilegiado para generar investigaciones y debates. Este contrapunto entre la conservación y la innovación le permite identificar las dinámicas (teórico-metodológicas) y los condicionamientos (políticoideológicos) que coadyuvarían a la configuración del campo historiográfico venezolano.
María Silvia Leoni y María Gabriela Quiñonez examinan las Articulaciones y tensiones en torno a la conformación del campo historiográfico argentino en la primera mitad del siglo XX. Exploran la labor de Emilio Ravignani y de Ricardo Levene en favor de un modelo de historia erudita que “buscó integrar, con distintas perspectivas y resultados, las historias provinciales”. Repasan las estrategias institucionales y las redes entretejidas por ambos autores para concretar sus objetivos. Hacen un estudio particular de la Provincia de Corrientes con el propósito de identificar los factores que inciden y explica los ritmos y características de los procesos de profesionalización y de institucionalización del conocimiento histórico en los espacios provinciales.
María Gabriela Micheletti profundiza en el problema de Las tensiones nación / provincias en la configuración de la historiografía argentina. La escritura de la historia en Santa Fe (1850-1950). La autora plantea una interesante revisión de la evolución de la historiografía santafesina. Lo hace desde una perspectiva de larga duración en la que explicita los elementos estructurales – ubicación geográfica, factores económicos, caudillismo, autonomismo político y coyunturales – generaciones intelectuales, historiadores referenciales, ciclos del mercado editorial que pautaron la consolidación del espacio historiográfico provincial y su paulatina inserción en el nacional.
El historiador Herib Caballero Campos examina la trayectoria bio-bibliográfica de uno de los miembros menos estudiados del novecentismo paraguayo. En el artículo Escritor idealista y patriota, los aportes historiográficos de Silvano Mosqueira, contextualiza la acción del letrado en el seno de una generación de intelectuales de posguerra que contribuyeron de manera significativa al despegue de la cultura nacional. Caballero desmenuza la producción de Mosqueira, reconstruye la red epistolar que estableció con intelectuales paraguayos y de la región y brinda pistas para conocer la proyección y recepción de su obra en el país y en el exterior.
José Cal Montoya realiza un aporte muy interesante sobre los derroteros del conocimiento histórico en Centroamérica en el artículo La indagatoria del pasado de Virgilio Rodríguez Beteta (1885-1967): un acercamiento a su contribución en la historiografía guatemalteca de inicios del siglo XX. Se trata de un análisis erudito de la producción de un historiador referencial. Brinda abundante información para comprender la evolución de la indagatoria del pretérito en Guatemala y para relacionarla con el ecosistema historiográfico regional.
Sabrina Alvarez y Francis Santana realizan un estudio de historiografía comparada en el opúsculo Enseñanza de la Historia a principios del siglo XX en Uruguay y Argentina. La visión de dos autoridades educativas. Abel J. Pérez y Joaquín B. González. Plantean una revisión de las políticas de la historia y de la administración de la memoria, implementadas en los sistemas educativos de Uruguay y Argentina, a comienzos del siglo XX. Examinan la acción y pensamiento Abel J. Pérez y Joaquín V. González, destacados funcionarios e intelectuales que fungieron como operadores de las oligarquías locales en la delicada tarea de organizar planes, programas y textos de historia. A partir de la producción de estos agentes reflexionan y especulan en torno a los recursos pedagógicos, los sustentos epistemológicos y los fundamentos ideológicos que viabilizaron la trasposición didáctica de la historia investigada en historia enseñada.
La cuestión de la enseñanza de la historia también es considerara por Fábio Franzini y Elaine Lourenço en el artículo Quando historiadores foram a escola: a “História do Brasil” de Octavio Taquínio de Sousa e Sérgio Buarque de Holanda (1944) e os ecos da nova historiografía brasileira. Los autores estudian la História do Brasil (1944) en sus aspectos intrínsecos (temas, estructura) y como expresión del proceso de renovación historiográfica iniciada en la década de 1930. Examinan el texto y su contexto a efectos de identificar enfoques disruptivos con la tradición manualística nacional. La estructura narrativa del trabajo articula de manera cadenciosa – a modo de breves pinceladas – los perfiles bio-bibliográficos de los autores, con el examen de una obra consistente pero que tuvo una tímida recepción en el medio escolar.
Félix Raúl Martínez Cleves propone, de manera original y sugestiva, una Aproximación a los vínculos entre las historias de ciudades en Colombia y la visión agustiniana. Se trata de un interesante análisis que pone en diálogo la Filosofía de la Historia con la Historia de la Historiografía. Bucea en los sustentos epistemológicos de las “biografías de ciudad” producidas en Colombia en las primeras décadas del siglo XX, con el propósito de demostrar la relación existente entre esos relatos con las ideas agustinianas de historia, tiempo y ciudad. Contextualiza esos textos en la actividad motorizada por la Academia Colombiana de Historia, tendiente a fomentar la “civilización del país”. Tal operación implicaba la puesta en relato del origen y evolución de los conglomerados urbanos con la intención de atribuir identidad y sentido a cada uno en el marco nacional.
El dossier se cierra con otro artículo dedicado al estudio de una publicación seriada. En Notas para uma análise da Revista de História e a historiografia veiculada em suas páginas na década de 1950, Patrícia Helena Gomes da Silva realiza un examen morfológico y analítico de esa prestigiosa publicación de la Universidad de San Pablo, dirigida por Eurípedes Simões de Paula. La autora propone una discusión sobre las condiciones de producción, circulación y recepción de la historiografía brasileña, en una década clave de su evolución, a partir de la revisión del corpus textual de la revista citada. Caracteriza la formación y estrategias editoriales de su director, explora la generación y consolidación de redes académicas. Cuantifica temáticamente los trabajos publicados y clarifica las tendencias de investigación predominantes. Se trata de una contribución relevante que permite entender el “movimento de estruturação da disciplina História no campo das universidades no Brasil, criadas nos anos 1930 e em processo de consolidação na segunda metade do século XX”.
Notas
2. La categoría “campo historiográfico” lo utilizo tomando por base los conceptos de Pierre Bourdieu relacionados con el funcionamiento de los campos científicos. El interior del “campo historiográfico” se estructura en base a relaciones de competencia y complementariedad entre sus agentes (los historiadores). Estos actúan en función del “capital” que poseen (económico, social, cultural y / o simbólico) para conquistar, legitimar o conservar posiciones hegemónicas. Bourdieu utiliza la metáfora del juego para explicar las competencias. El acceso, acción, permanencia y exclusión del campo están normalizados según reglas definidas por los propios agentes, de acuerdo a su posición (dominadores o dominados) y “peso funcional” (autoridad, poder) (BOURDIEU, 2002).
3. Advertimos que no se trata de un estado del arte sobre obras del estilo de Historiografía latinoamericana contemporánea, coordinado por Ignacio Sosa y Brian Connaughton (SOSA; CONNAUGHTON, 1999), referidas a temas, problemas, espacios geográficos o períodos específicos. Pretendo comentar los opúsculos que brinden visiones generales relacionadas con la evolución de la producción y el conocimiento histórico de la historiografía latinoamericana.
4. Con excepción de Chile, donde en 1842 se había fundado, en el seno de la Universidad de Chile, una Facultad de Filosofía y Humanidades en la que se promovieron los estudios históricos.
5. Arribó a Argentina en 3 julio de 1909 y permaneció hasta el 27 octubre, fue la primera escala de un largo viaje que culminaría en marzo de 1910 y le permitió visitar los países citados. Desarrolló una intensa actividad académica que tuvo como epicentro la Sección de Filosofía, Historia y Letras de la UNLP. También dictó conferencias y cursos sobre temas diversos en las facultades de Filosofía y Letras y de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y en centros académicos de Santa Fe, Córdoba y Rosario. Realizó, además, una fugaz visita a Montevideo entre el 4 y el 12 de octubre. La acción de Altamira tuvo, según Gustavo Prado, importantes repercusiones en la opinión pública y en las élites letradas y dirigentes. Resultó además, muy oportuna en el marco de una sociedad en transformación que se aprestaba a celebrar el centenario de los hechos de mayo de 1810 (PRADO, 2013, p. 140-142). Uno de sus aportes más fecundos en la universidad platense los realizó en un curso dedicado específicamente a la Metodología de la Historia.
6. Lorenzo de Zavala y Lucas Alamán en México, José Gabriel García en Santo Domingo Thomas Madiou y Beaubrun Ardouin en Haití, Alejandro Marure en Centroamérica, Rafael María Baralt en Venezuela, José Manuel Restrepo en Nueva Granada, Pedro Fermín Ceballos en Ecuador, Mariano Felipe Paz-Soldán en Perú, Miguel Luis Amunátegui en Chile, Francisco Bauzá en Uruguay, Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López en Argentina y Francisco Adolfo Varhagen en Brasil (GUERRA VILABOY, 2003, p. 156-159).
Referências
AURELL, Jaume; BALMACEDA, Catalina; BURKE, Peter; SOZA, Felipe. Comprender el pasado. Una historia de la escritura y el pensamiento histórico. Madrid: Akal, 2013.
BETANCOURT MENDIETA, Alexander. Espacios de la memoria: dos Academias de Historia Regionales. In: BETANCOURT MENDIETA, Alexander y RAMÍREZ BACCA, Renzo (Coordinadores). Miradas de contraste. Estudios comparados sobre Colombia y México. México: Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Universidad Nacional de Colombia, 2009, p. 9-53.
BOURDIEU, Pierre. Campo de poder, campo intelectual. Itinerario de un concepto. Buenos Aires: Montressor, 2002.
GUERRA VILABOY, Sergio. Las grandes corrientes de la historiografía latinoamericana. In: Clío, 166, 2003, p. 145-182.
MACINTYRE, Stuart; MAIGUASHCA, Juan; PÓK, Attila. The Oxford History of Historical Writing. Volume 4: 1800-1945. New York & Oxford: Oxford University Press, 2011.
PRADO, Gustavo. Rafael Altamira en el Río de la Plata: claves ideológicas e historiográficas de su éxito en la Argentina del Centenario. In: ALTAMIRA, Pilar (Coord.). La Huella de Rafael Altamira. Madrid: Universidad Complutense, 2013, p. 137-153.
REZENDE MARTINS, Estevão de (Director); PÉREZ BRIGNOLI, Héctor (Codirector). Historia general de América Latina. Teoría y metodología de la Historia de América Latina. Vol. IX. Madrid: UNESCO, 2006.
SOSA Ignacio; CONNAUGHTON Brian (Coordinadores). Historiografía latinoamericana contemporánea. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1999.
Tomás Sansón Corbo1 – Doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). Profesor e investigador de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (FHCE-UDELAR, Uruguay). Integrante del Sistema nacional de Investigadores de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (SNIANII, Uruguay).
CORBO, Tomàs David Sansón. La Historiografia de Latino America en la Primera Mitad del Siglo XX. Revista Expedições, Morrinhos, v.8, n.1, 2017. Acessar publicação original. [DR]