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Estudios de filosofía contemporânea – NAVIA (FU)
NAVIA, R. Estudios de filosofía contemporânea. Montevideo: CSIC-Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 2010. Resenha: MELOGNO, Pablo. Filosofia Unisinos, São Leopoldo, v.12, n.2, p.187-191, mai./ago., 2011.
Estudios de filosofía contemporánea lleva por título este volumen que reúne varios trabajos del Prof. Ricardo Navia, algunos publicados previamente en revistas especializadas de Brasil y Perú, otros que se editan por primera vez. No obstante tratarse de artículos independientes, la obra presenta continuidad temática en torno a problemas de teoría del conocimiento, filosofía del lenguaje y metafilosofía, especialmente centrados en la filosofía de la segunda mitad del siglo XX.
El libro se abre con “Max Horkheimer: Una forma alternativa de hacer filosofía”, un trabajo que destaca la visión de Horkheimer como una perspectiva novedosa frente a problemas clásicos, como los asociados al relativismo y la falsación de teorías. Parte central de esta forma alternativa de hacer filosofía es el materialismo, que en el marco de la teoría crítica puede entenderse como la asunción de que el conocimiento es el producto dialéctico del condicionamiento que el desarrollo histórico de los grupos sociales ejerce sobre los sujetos que los constituyen.
Una vez que el conocimiento es una parte integrante del devenir histórico, los criterios de verdad resultan dependientes de las realidades sociales que les han dado condiciones de surgimiento, siendo por tanto indisociables de los enfrentamientos de clase específicos de cada configuración histórica. De esta manera, Horkheimer desemboca en un enfoque dialéctico, dentro del cual Navia busca identificar tanto las afinidades como las distancias respecto de la dialéctica hegeliana. En primer término, la verdad es contextual a las teorías, por lo que la dialéctica no conduce a un absoluto identificado con una forma trascendente de verdad última, por lo que, a diferencia de Hegel, Horkheimer no se propone ofrecer algo como una imagen total y acabada de la realidad. Por otro lado, la raíz hegeliana es notoria en cuanto el enfoque dialéctico implica que “la realidad es multifacética, aloja tensiones y contradicciones internas y está en permanente cambio. Todo concepto que se atiene a un solo aspecto encierra un elemento de verdad y uno de falsedad que sólo una concepción superior puede superar” (p. 20).
En otro orden, el cuestionamiento de Horkheimer al irracionalismo muestra por un lado la forma en la que filosofías como la de Bergson surgen una vez que el desarrollo de la técnica y la ciencia capitalistas había dejado de resultar un elemento de emancipación para convertirse en una fuerza opresiva, incluso para sectores de la burguesía, y por otro como en su crítica al racionalismo, la filosofía de la vida termina formulando categorías tan abstractas y atemporales como aquellas contra las que había reaccionado. En este sentido, por más que en el enfrentamiento entre racionalismo e irracionalismo el materialismo aparezca como un tercer elemento de superación dialéctica, Navia señala una definida impronta de Horkheimer a favor del propósito racionalista de fondo, y en correlativa oposición al irracionalismo.
A modo de cierre, el artículo destaca que la forma de hacer filosofía de Horkheimer permite superar algunas antinomias, como ser: todo-parte, colectivoindividuo, impotencia-omnipotencia del pensamiento, y algunos dualismos, como: conocimiento-valores, análisis externo-interno, que una vez inscriptos en la dinámica de la producción social del conocimiento se resignifican a la luz de la consideración de sus condiciones históricas de surgimiento.
Prosigue el volumen con “La historicidad de la comprensión como principio hermenéutico en Hans-George Gadamer”, un análisis del capítulo de Verdad y método que da título al artículo. Navia rastrea el derrotero de la hermenéutica de Gadamer a través de sus explicitadas influencias: Schleiermacher, Dilthey y Heidegger, para desembocar en el concepto de círculo hermenéutico. Este nos muestra por un lado que toda interpretación está sujeta a prejuicios, y por otro que en los procesos interpretativos es necesario mantener vigilancia frente a hábitos de pensamiento arbitrarios o perniciosos para la comprensión. Queda así abierto el problema de cómo delimitar los prejuicios hermenéuticamente fértiles de aquellos que no lo son.
En este marco, el texto se detiene con especial énfasis en la crítica de Gadamer al concepto ilustrado de prejuicio. La hermenéutica propone una reivindicación del valor del prejuicio frente a su depreciación por la Ilustración, en cuanto el carácter intrínsecamente histórico de la razón impide postular un conocimiento racional puro desprovisto de todo prejuicio, conforme al proyecto ilustrado; al tiempo que permite pensar al prejuicio como un elemento positivamente dotado de valor cognoscitivo. Sin embargo, Navia insiste en señalar que “[…] la crítica gadameriana contra tal valoración de la ilustración parece no tener en cuenta el contexto histórico-cultural en que esta se produjo, en el que esa actitud antiprejuiciosa cumplió un papel progresista al menos en determinado momento del desarrollo histórico del pensamiento europeo” (p. 40).
En consonancia con lo anterior, el artículo busca establecer líneas de cuestionamiento definidas a la reivindicación gadameriana del prejuicio, reconociendo sus potencialidades y sus límites. El que un prejuicio sea hermenéuticamente productivo no es de por sí un motivo para legitimarlo, del mismo modo que el valor de una institución dentro de una tradición no conlleva su justificación política, por lo que Gadamer debería proporcionar razones independientes cuando presenta la aceptación de la autoridad y las tradiciones como actos de conocimiento no necesariamente incompatibles con la razón.
Esto resulta más objetable en la medida en que “[l]o transmitido tiene más bien una fuerza y una obviedad que en principio lo sustraen de la razón y de la libre determinación. Es sólo en lo innovador que en general debe haber un respaldo racional (y libre) para poder oponerlo a la fuerza de lo transmitido, lo consagrado por el tiempo y por la autoridad de las generaciones anteriores” (p. 45). Retornado finalmente al problema de la autoconciencia de los prejuicios en el proceso de comprensión, el artículo se cuestiona si es la distancia histórica la que hace concientes los prejuicios, provocando movimientos de reelaboración en los contenidos de la tradición, o si es la propia tradición la que debe generar el desarrollo de la conciencia histórica haciendo concientes los prejuicios.
“Ludwig Wittgenstein: imposibilidad de un lenguaje privado; argumento e implicaciones” es un trabajo en donde se recorre la formulación del argumento del lenguaje privado presentada por Wittgenstein en las Investigaciones filosóficas. El trabajo discute al argumento apoyándose en la interpretación de A. Kenny, y en polémica con las aproximaciones de P. Strawson, G. Pitcher, H.N. Castañeda y J.J. Thomson. La argumentación wittgensteiniana muestra que tanto el empirismo como el racionalismo cartesiano suponen la existencia de un lenguaje privado, al defender una imagen del conocimiento que se asienta en las ideas o experiencias internas, de las que se derivaría el resto de lo que puede conocerse.
A partir de esto, Navia se detiene en los dos errores a los que Wittgenstein atribuye la creencia en un lenguaje privado: la creencia en que la adquisición de significados se produce exclusivamente por ostensión y la creencia en el carácter privado de la experiencia. En cuanto al primero revisa las vinculaciones entre aprendizaje por ostensión y lenguaje público. En cuanto al segundo, analiza la distinción wittgensteiniana entre privacidad del conocimiento y privacidad de la posesión de una sensación, que desemboca en la negación de que las sensaciones sean privadas en ambos sentidos. Como corolario, el artículo hace foco en la no-independencia de las proferencias sobre sensaciones y estados internos respecto de los referentes, punto definitorio de la argumentación de Wittgenstein, y que Navia destaca como un fuerte elemento de crítica al paradigma cartesiano de los contenidos de conciencia dotados de infalibilidad.
“Karl-Otto Apel: Sobre la posibilidad de una fundamentación filosófica última” presenta un análisis de “El problema de la fundamentación última filosófica a la luz de una pragmática trascendental del lenguaje”, texto donde Apel desarrolla su postura en debate con las expresiones del racionalismo crítico de W.N. Bartley y H. Albert. Frente al principio falibilista propuesto por Albert, Apel propone una pragmática trascendental del lenguaje, que se nutre tanto del pragmatismo de Peirce como del método trascendental de Kant. El artículo resalta que el enfoque pragmáticotrascendental permite concebir el proceso de derivación de proposiciones a partir de proposiciones no como un decurso al infinito, en el que cada nueva proposición necesita ser fundamentada por otra, sino como un proceso de fundamentación que se interrumpe en los enunciados que proporcionan la evidencia a priori intersubjetiva necesaria para dar cuenta de las condiciones de conocimiento de los sujetos en el plano discursivo-argumentativo.
Esto se complementa con un ataque directo de Apel al principio del falibilismo, mostrando la imposibilidad de poner en duda toda proposición de conocimiento, en cuanto una duda razonable requiere inevitablemente la aceptación de parámetros -no puestos en duda- desde los que se formulan las dudas y se evalúan las eventuales respuestas. El balance de Navia en función de este derrotero conduce a que “Apel descarta tanto la tesis del racionalismo pancrítico de la asimilación de la fundamentación por recurso a la evidencia con la apelación a un dogma como la idea de la prioridad del principio del falibilismo sobre la idea de la fundamentación” (p. 75).
Ahondando en el sentido trascendental de la filosofía del Apel, Navia destaca igualmente que su propuesta, a diferencia de la crítica kantiana, no pretende establecer de modo definitivo los contenidos del sistema trascendental del conocimiento. Más bien presenta un marco de condiciones pragmáticas desde las cuáles someter a revisión lo que se considera conocimiento, sin que esto implique renunciar a la posibilidad de una fundamentación última. En suma, Navia destaca en Apel una socialización del sujeto trascendental, tramitada a través de la introducción de la hipótesis -al modo de una idea regulativa kantiana- de la comunidad ideal, en la que Navia ve un enfoque que logra flexibilizar las tesis universalistas de la crítica kantiana sin desembocar en el relativismo.
Le sigue “Analiticidad: impugnación y defensa”. El texto parte de la crítica de Quine a la distinción analítico-sintético, habilitando un frente de controversia desde la postura de H. Grice y P. Strawson. En “Dos dogmas del empirismo”, Quine critica tanto la distinción analítico-sintético como el reductivismo de los términos referidos a la experiencia. La revisión quineana del concepto de sinonimia -fuertemente ligado al de analiticidad- muestra por un lado que el uso de la sinonimia está subordinado a criterios de utilidad, y por otro que no existe un orden de sinonimias ontológicamente estable, sino varias interconexiones resultantes de los interjuegos lingüísticos. De aquí que al contrario de lo que pensaba Carnap, no es posible para lenguajes artificiales precisar el concepto de analiticidad sin presuponerlo en alguna medida, ya que la analiticidad resulta irreductible a una serie de reglas semánticas especificadas para lenguajes artificiales.
En este marco, el artículo destaca la forma en que el holismo de Quine funciona como base de su crítica al reductivismo, en cuanto pone de manifiesto que si bien el empirismo ha abandonado las pretensiones reductivistas defendidas por Carnap en La construcción lógica del mundo, en distintas variantes de la filosofía empirista se sigue insistiendo de modo solapado en la posibilidad de confirmación individual de los enunciados. Es por esto que “[l]a estrategia de explicar la analiticidad a partir de la teoría verificacionista del significado fracasa en cuanto supone una concepción atomista de la verificación, que está siendo sustituida por una teoría holista” (p. 96). En función de esta nueva concepción, Quine proyecta una imagen del conocimiento en general y del sistema de la ciencia en particular, en función de la que no puede hablarse del contenido empírico de un enunciado, en cuanto no es posible ligar de forma directa las experiencias relevantes para un sistema con cada uno de los enunciados contenidos en él. Así, la eficacia y la economía predictiva devienen criterios rectores de evaluación de enunciados, por lo que no hay enunciados analíticos irrevocables más allá de estos criterios.
Luego de repasar algunas respuestas de J. Harris, M. Dummett y H. Putnam, el texto concluye revisando las críticas efectuadas a Quine en “In Defense of a Dogma”, de Grice y Strawson. Se destaca cómo el análisis de la noción de “clarificación adecuada” muestra que Quine impone a una eventual explicación de nociones como analiticidad, definición y sinonimia, requisitos que difícilmente pueda cumplir explicación alguna, como el de evadir toda circularidad. Asimismo, y a diferencia de lo sostenido por Quine, la concepción holista de la verificación llevaría a reformular la noción de sinonimia, y no a abandonarla. Por último, la tesis del carácter revisable de todos los enunciados de un sistema también sería compatible con la distinción analítico-sintético, siempre que se distinga cuando estamos abandonando un enunciado por razones de orden fáctico y cuando lo estamos haciendo porque los términos que los componen han cambiado de significado.
Continúa el libro con cuatro artículos dedicados a Putnam: “Por qué es importante la obra de Hilary Putnam”, “Concepción de la racionalidad en Hilary Putnam”, “Hilary Putnam: Posibilidad de fundamentación racional de los juicios éticos” y “Immanuel Kant e Hilary Putnam: rumo à construção de um realismo crítico”. Versan especialmente sobre la concepción putnamiana de la racionalidad y de las relaciones entre hechos y valores, así como de su defensa del realismo y su concepción de la verdad como aceptabilidad racional.
Los trabajos pasan revista a la crítica de Putnam al realismo metafísico, en el marco de su abandono de las teorías clásicas de la referencia y de las concepciones correspondentistas de la verdad. “Según Putnam, el externalismo vive acosado por el problema de la referencia que no consigue resolver. En cambio, para el internalista el problema se resuelve dado que los objetos no existen independientemente de los esquemas conceptuales” (p. 114). También se destaca el carácter innovador de la concepción putnamiana de la racionalidad informal, que tiene como antesala la crítica tanto a las concepciones criteriales representadas por el Neopositivismo como a las concepciones relativistas e inconmensurabilistas.
En cuanto a la idea de verdad, una vez que ésta sólo se especifica en base a criterios de aceptabilidad racional, los procesos cognitivos aparecen estrechamente ligados a componentes valorativos, quedando así puesta en tela de juicio la clásica distinción entre juicios fácticos y juicios de valor, y en este sentido “Putnam establece una fuerte relación entre racionalidad y moralidad. La racionalidad aparece condicionada por valores, dado que los esquemas cognitivos reflejan propósitos e intereses; y la moralidad está vinculada a una determinada forma de ver el mundo y de manejarse con él” (p. 145). Navia insiste en que todos estos conceptos de la obra de Putnam no debilitan ni diluyen el concepto de racionalidad, sino que lo flexibilizan para volverlo más resistente en el contexto del debate con el relativismo: “La idea de una racionalidad informal, como una capacidad o modalidad -aún no reglada- de resolver problemas por la inteligencia y el sentido común, permite flexibilizar productivamente el concepto de racionalidad. Permite explicar […] su permeabilidad a criterios culturales de relevancia” (p. 129).
Cierra el volumen “El argumento antiescéptico de Davidson como punto de convergencia de innovaciones radicales”, donde se analiza el impacto de la filosofía de Davidson en la crítica tanto al escepticismo epistemológico como a la tradición de matriz cartesiana asentada en la noción de lo subjetivo como instancia nuclear del conocimiento. Una vez que Davidson abandona la pretensión de justificar las creencias en intermediarios epistémicos no proposicionales, como las sensaciones o los inputs, el escenario en el cual tomaban forma los cuestionamientos escépticos comienza a desmontarse, en cuanto el escepticismo sólo tiene pleno alcance como combate a una concepción de la verdad que pretenda fundamentar nuestras afirmaciones acerca del mundo en algo que se encuentra más allá de ellas mismas.
En este marco, la interpretación radical aparece como dispositivo metodológico destinado a mostrar que, dado un conjunto de creencias coherentes defendidas por un hablante, la comprensión del conjunto por parte de un intérprete exige presumir que la mayoría de las creencias del hablante son verdaderas; como condición de la comunicación y a la vez como característica constitutiva de la naturaleza de la creencia. Navia enfatiza la impronta kantiana de la argumentación de Davidson -en método, ya que no en contenido- en cuanto busca cancelar el escepticismo y asentar el carácter verídico de la creencia en base a las condiciones de posibilidad de la formación y tenencia de creencias. En estos términos, puede verse la relación entre la teoría de la verdad y la concepción externalista del significado: “La interpretación radical nos muestra que la creencia es intrínsecamente verdadera -esto es, la mayor parte de las creencias sobre el entorno deben ser verdaderas- porque el significado no es nada natural, sino solo el resultado de la triangulación entre interlocutores y cosas, que en sus formas básicas solo puede funcionar comunicativamente si mayoritariamente responde a una relación causal entre los interlocutores y su entorno” (p. 178).
A modo de balance, y ampliando en algunos aspectos el cuadro trazado a lo largo del trabajo, Navia señala algunas de las principales implicaciones de la filosofía de Davidson, organizadas en los siguientes apartados: (a) abandono del “mito de lo subjetivo; (b) lenguaje como fenómeno esencialmente social; (c) carácter esencialmente intersubjetivo del pensamiento; (d) rescate de una normatividad no metafísica; (e) irreductibilidad e interdependencia: subjetivo, objetivo, intersubjetivo; y (f) abandono del fundacionismo metafísico (p. 183-186).
En una obra que recorre tradiciones y filósofos de diverso origen y estilo, algunos de los cuales no pocas veces han sido tenidos por antagónicos, puede decirse a modo de balance general que el autor parece cumplir con su “no desmentido interés simultáneo por la filosofía analítica, por la filosofía trascendental y por los componentes sociohistóricos del conocimiento”.
Pablo Melogno – Universidad de la Republica. Escuela Universitaria de Bibliotecología y Ciencias Afines Emilio Frugoni. Montevideo, Uruguay. E-mail: pmelogno@gmail.com
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