El capital en el siglo XXI – PIKETTY (CSS)

PIKETTY, Thomas. El capital en el siglo XXI. Madrid: FCE, 2014, 663p. Resenha de: CUESTA, Raimundo. “El capital en el siglo XXI”. Pasado y presente de la desigualdad en la era del capitalismo. Con-Ciencia Social – Anuario de Didáctica de la Geografía, la Historia y las Ciencias Sociales, Salamanca, n.20, p.121-126, 2016.

“El capital no es una cosa, sino determinada relación de producción social, correspondiente a determinada formación social histórica”. (Karl Marx, 1973, p. 10)

“Capitalismo”: un concepto recurrente

El “capitalismo” es, y ha sido, un concepto estratégico de primer orden en las guerras semánticas por el dominio del mundo simbólico.

En efecto, desde sus orígenes esta noción ha demostrado una entidad fluida y recurrente, y ha experimentado múltiples representaciones (a menudo peyorativas) en la conciencia colectiva de los grupos humanos, conforme la cambiante temperatura de los movimientos sociales marca el auge o declive de las expectativas de emancipación en las sociedades industriales de la modernidad.

Empero, en sus orígenes, “capital” y “capitalista” traslucían una concepción espontánea y simplista equivalente a dinero o a riqueza genérica y a sus poseedores.

Como señala F. Braudel (1984), la mutación semántica de estas dos palabras se opera en el tramo temporal que lleva de Turgot a Marx, que abarca desde la Ilustración hasta la crítica del nuevo sistema económico forjado en la modernidad, época paroxística que presencia la gestación y aceleración del cambio conceptual, ocurrido entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo XIX.

En ese lapso se erige el edificio de categorías del que todavía nos valemos. Entonces “capital” empieza a absorber una función más amplia que la de la mera acumulación de bienes pecuniarios y así pasa a entenderse como aquella parte de la riqueza que se pone a disposición de producir más riqueza.

El capital, de este modo, deviene en un medio de producción y, más tarde, el vocablo “capitalismo” acabaría aludiendo al régimen económico general que se basa en el movimiento del capital para la ampliación sin límites de sí mismo.

Thomas Piketty, el autor del libro que comentamos (El capital en el siglo XXI), opta por llevar a la cabecera de su texto el vocablo “capital”, quizás en un inconsciente y vano intento de emular la obra magna de Marx (que solo ocasional y tardíamente empleó el término “capitalismo”). A pesar de que la problemática de la desigualdad social ha sido y es el núcleo común de las tradiciones ideológicas izquierdistas, los supuestos teóricos y las categorías económicas empleadas por Piketty poseen una cercanía muy notoria a la norma categorial de la ciencia económica estándar.

Con todo, es muy poco frecuente que un libro de economía de 663 páginas, publicado originariamente por la editorial Seuil en francés en 2013, se convierta en un rotundo y clamoroso éxito transnacional. El texto de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, ha aparecido en plena vorágine de las consecuencias de la crisis de 2008. Todo un síntoma del renacido interés actual por el capitalismo como sistema y por algunas de sus secuelas más dañinas. Que alguien trate de desentrañar los mecanismos ocultos que generan desigualdades de ingresos y patrimonios, y que su argumentación (muy consistente) sea recibida con avidez, no exenta de polémica, es un hecho expresivo del descontento reinante en nuestros días, desazón que afortunadamente ha ido erosionando el legado mental de la “revolución conservadora y neoliberal en ascenso desde los años ochenta del siglo pasado. Por ejemplo, sintagmas como “gran divergencia” de Paul Krugman o “gran brecha” de Joseph E. Stiglitz, ofrecen pistas del nuevo interés por las desigualdades socioeconómicas, que para estos autores, como para el propio Piketty, ponen en peligro la supervivencia del propio capitalismo.1 Así pues, la obra del joven, brillante y afamado economista francés se inscribe en un cierto giro, dentro de un sector del campo académico de los economistas, hacia posiciones críticas respecto a las consecuencias más negativas del capitalismo, aunque sin ánimo de enmendar la totalidad el modelo económico vigente. Más bien su libro se une a la opinión de aquellos que piensan que “el capitalismo es tal vez el mejor sistema económico que ha inventado el ser humano, pero nadie ha dicho nunca que vaya a crear estabilidad” (Stiglitz, 2015, p. 83). Este tipo de opiniones “progresistas” distinguen un buen capitalismo de otro malo e incluso a veces, Stiglitz dixit, se alude a “capitalismo de pacotilla”, expresión engañosa semejante al “capitalismo de amiguetes” con la que en España se llenan la boca los regeneracionistas de derechas. Sea como fuere, la implacable hegemonía conservadora ha sufrido en los últimos años un cierto retroceso en el campo de la economía profesional, merced al surgimiento de una porción de economistas renuentes a la ortodoxia neoliberal.

Desde luego, Piketty se aleja muchas millas del significado que otorgara Marx (1973, p. 11) al término en El capital (“El capital no es una cosa, sino una relación social mediada por cosas”). En su caso, empequeñece su alcance: “El capital no humano, al que llamaremos simplemente ‘capital’ en el marco de este libro, reúne pues todas las formas de riqueza que, a priori, pueden ser poseídas por individuos (o grupos de individuos) y transmitidas o intercambiadas en un mercado de modo permanente” (Piketty, 2014, p.

61). Esta simplista equivalencia entre capital y riqueza preside, sin embargo, una muy sugerente obra que no pretende problematizar las categorías analítico-conceptuales de la ciencia económica estándar (la norma conceptual imperante). No busque, pues, el lector o lectora una enmienda a la totalidad del sistema económico. Eso no lo encontrará pero sí hallará un magnífico arsenal de ideas, datos, información histórica, comparaciones espaciales, etc., que facilitan extremadamente la labor de quienes, más proclives a la radicalidad del pensamiento crítico, pueden nutrirse del material empírico que se exhibe a lo largo del texto.

Anatomía panorámica de la desigualdad en la era del capitalismo

Thomas Piketty publica su obra cumbre en 2013, cuando apenas superaba los cuarenta años de edad. Habían transcurrido por entonces dos décadas desde que diera a la luz su tesis académica sobre la distribución de la riqueza. Aquel joven y brillante investigador llegaría a rector de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales y a ejercer la docencia en la École de Économie de Paris. Hijo de sesentayochistas, su sólida formación es la quintaesencia de la elite francesa, la que su compatriota Pierre Bourdieu diseccionó y calificó como “nobleza de Estado”.

Tras cursar el bachillerato, fue normalien (ENS, de calle Ulm) de sólida formación matemática y económica y, con experiencia como profesor en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, renunció a hacer carrera en Estados Unidos. Admirador del pensamiento social francés, apostó por la solvente tradición de historia económica serial (al estilo de F. Simiand o E. Labrousse). Su celebridad pública ha alcanzado cotas muy altas y también ha sido evidente su proximidad a la izquierda, aunque el joven viera caer el Muro de Berlín sin añoranza alguna. Su objeto se circunscribe a los aspectos socialmente más repudiables del capitalismo. Pero su tesis subyacente, al fin y a la postre, postula que dentro de ese sistema hay salvación siempre y cuando se garantice más democracia y más control del mercado. Siguiendo los ecos de la excelente y ya clásica obra de Polanyi (La gran transformación), argumenta que si el sistema económico se deja al albur del libre mercado, camina hacia una situación caótica de desigualdades inasimilables y quizás hacia su propia destrucción. En consecuencia, este razonamiento genérico no se aparta demasiado de la tradición socialdemócrata, no en vano él mismo ha asesorado experiencias gubernamentales de signo socialista en Francia. Claro que el mérito de El capital en el siglo XXI va mucho más allá de las inclinaciones políticas de su autor.

En efecto, el libro ofrece una gama diversificada y muy rica de herramientas analíticas para el estudio actual del capitalismo y su historia, en la perspectiva de la larga duración (desde el primer capitalismo industrial hasta el actual). Trata de cómo el sistema económico vigente hoy ha generado en el curso de su historia (no siempre en el mismo grado y con semejante intensidad), y sigue ocasionando, desigualdad entre los poseedores de capital y el resto, entre el ingreso total de la sociedad y las rentas y patrimonios provenientes del capital. Su tesis central se formula como una contradicción persistente entre el rendimiento del capital y el crecimiento total de la economía. Cuando la tasa de aumento del rendimiento del capital es superior a la tasa de crecimiento del conjunto de la economía (r > g), nos encontramos ante la primera y principal ley del capitalismo. Frente a la visión pesimista de los economistas clásicos, o de Marx, contrapone las posibilidades de mejora real y colectiva dentro del actual modo de producción, porque históricamente ha proporcionado los cambios tecnológicos y educativos que han asegurado un crecimiento de la productividad y una progresiva movilidad social. Pero tal posición dista de comulgar con las tesis de optimistas recalcitrantes como las de Simon Kuznets, premio Nobel de Economía en 1971. Este economista fue pionero de los análisis de la riqueza a largo plazo en Estados Unidos, senda que, a otra escala espacial más ambiciosa y con pretensiones ideológicas diferentes, prosigue Piketty. En plena Guerra Fría y en mitad de la espectacular expansión capitalista de posguerra (Los “Treinta gloriosos” años de crecimiento), se pasaría de los apologistas de la catástrofe (Malthus, Ricardo, Marx) al “cuento de hadas” que anunciaba la “curva de Kuznets”, según la cual la desigualdad describiría una forma de campana (empezaría creciendo con la revolución industrial pero acabaría descendiendo). En cambio, el economista francés señala cómo la desigualdad no es un fenómeno natural ni está sometida a ninguna ley del progreso (como parece sugerir la célebre curva), sino que son las condiciones sociales y políticas las que la frenan o la aceleran: “La dinámica de la distribución de la riqueza pone en juego poderosos mecanismos que empujan alternativamente en sentido de la convergencia y de la divergencia” (Piketty, 2104, p. 36).

Según sus estimaciones, hoy estaríamos experimentando el regreso a unas cotas de desigualdad anteriores a la Primera Guerra Mundial cuando el mundo capitalista estaba dominado, como refleja la novelística del XIX (a la que acude nuestro autor como fuente literaria para dibujar la cara del capitalismo entonces existente), por una burguesía patrimonialista profundamente rentista y escindida por un abismo de desigualdad del resto de la sociedad. Las guerras mundiales y la Gran Depresión rompieron esta situación de forma que, después de 1945, se consolida una era de convergencia de ingresos solo rota en el último tercio del siglo XX merced al triunfo del capitalismo global y a la voluntad de destrucción del Estado social, lo que no ha hecho más que agravarse con la crisis de 2008.

Son, pues, prácticas humanas las que actúan imprimiendo una dirección convergente o divergente. De ello se infiere que para nuestro autor la desigualdad no es una maldición divina ni un destino ciego, es, en cambio, efecto de circunstancias históricas susceptibles de ser cambiadas (aunque no de cualquier manera). Para él, la equidad es factible dentro de las reglas de una sociedad democrática avanzada y en el marco del llamado Estado de derecho. Como ya podrá suponer el lector o lectora, si el capitalismo, como demuestra el economista francés, ha sido y es fuente insaciable de desequilibrios entre el capital y el trabajo, solo queda recurrir al sistema fiscal y a la educación para enderezar lo que el propio sistema tiende a torcer. El remedio, nada original, residiría en diseñar un esquema fiscal pronunciadamente progresivo sobre ingresos y patrimonios, bajo el control democrático del Estado nacional, pero también amparado por una disciplina internacional que evitara el riesgo de opacidades y fugas de capitales a paraísos fiscales.

Precisamente sería misión de la economía como ciencia social, siempre atenta a la historicidad de los fenómenos económicos, dar a conocer los mecanismos que hacen más menos desiguales a las sociedades de ayer o de hoy. La dimensión histórica aparece, pues, como inseparable del análisis propiamente económico, no en vano el autor se muestra heredero agradecido de la historiografía económica francesa. Y así es como Piketty, a pesar de la complejidad de algunas partes de su libro, de lectura difícil para no iniciados, y de la extraordinaria aportación de datos y cálculos económicos, no cae nunca en el formalismo retórico habitual dentro del campo académico de referencia.

Por el contrario, a partir de una multitud de fuentes estadísticas (principalmente fiscales) realiza una reconstrucción histórica de los ritmos de crecimiento y de desigualdad desde el siglo XVIII hasta hoy, aportando una serie de información relevante en el tiempo largo de la historia del capitalismo.

De ahí que el mérito de su libro resida en el impresionante esfuerzo de elaboración y tratamiento de fuentes, y, como él mismo afirma, “la novedad del trabajo propuesto aquí es que se trata, a nuestro entender, de la primera tentativa de volver a situar en un contexto histórico más amplio la cuestión del reparto capital-trabajo y la reciente alza de la participación del capital, subrayando la evolución de la relación capital/ingreso desde el siglo XVIII hasta principios del siglo XXI” (Piketty, 2014, p. 243). Con todas las reservas que puedan hacerse a una reconstrucción tan larga y a veces referidas a periodos pre-estadísticos muy poco fiables, el resultado es muy valioso y digno de encomio.

Otra cosa es que, desde una perspectiva crítica, se puedan compartir (o no) sus supuestos analíticos y conceptuales. Como ya se dijo, y como el libro exhibe desde de la primera parte, los conceptos de “capital”, “ingreso nacional”, “riqueza”, “ahorro”, “trabajo”, etc. quedan presos dentro de la malla discursiva heredera de los economistas clásicos y neoclásicos. En efecto, el autor da por naturales y ahistóricas esas nociones convencionales hoy hegemónicas dentro de la ciencia económica estándar. Pero un afán crítico más profundo demandaría evitar esta clase de método conceptual, en virtud del cual para analizar la variable desigualdad se mantienen como constantes válidas las categorías clásicas y neoclásicas, convirtiéndolas en una especie de a priori irrefutable. De esta forma el brillante quehacer de Piketty se encierra voluntariamente en una cárcel categorial impermeable a la impugnación profunda de su utillaje terminológico. Encierro que resulta asaz llamativo cuando observamos que pasa de puntillas sobre temas tan relevantes como la dimensión ecológica de la economía o sobre el legado de K. Marx.

Por eso mismo no cabe mostrar asombro de que, desde la tradición marxista y la nueva economía ecológica, el libro haya recibido más de un dardo envenenado. Por ejemplo, las reacciones del geógrafo marxista David Harvey (2014) son muy significativas. Este considera poco presentable la parca o nula atención que el economista francés presta a la lucha de clases o a las teorías del valortrabajo.

A pesar de reconocerle sus muchos méritos, sostiene que Piketty no ha ideado un modelo alternativo de explicación del capitalismo al que pergeñara Marx en el siglo XIX, por lo que para este todavía es necesario recurrir a la obra marxiana.2 Ciertamente, el economista francés elude las causas sociopolíticas y las luchas de poder que podrían dar mayor sentido a las series económicas que tan brillante y trabajosamente ha construido. Sin embargo, la vuelta a Marx en el siglo XXI, es un viaje problemático, multifacético y con riesgos, que dista de ser tarea fácil.3 Sin duda, la lucha de clases o la teoría del valor-trabajo poseen una morfología muy distinta hoy a la que tenían en el siglo XIX. La reactualización de Marx en los últimos tiempos coincide con la enésima crisis del capitalismo, pero su obra no ha de enarbolarse como un monumento arqueológico ni como un texto sagrado del pensamiento económico, porque “el Marx del siglo XXI sin lugar a dudas será muy distinto del Marx del siglo XX” (Hobsbawm, 2011, p. 404).4 En realidad, si reparamos en la hondura del asunto, un enfoque crítico del capitalismo de nuestro tiempo desde posiciones de izquierda conllevaría al menos tres opciones:

aceptar como casi inmutables las categorías económicas de Marx (algo parecido a lo que propone Harvey); reinterpretarlas haciéndolas solo válidas para el análisis del capitalismo (incluido el capitalismo de Estado a la soviética), tal como sugiere Moishe Postone (2006); o, finalmente, negarlas radicalmente como un subproducto de la economía política burguesa, tal como mantiene José Manuel Naredo (2015), quien propone una alternativa ecointegradora (una suerte de ciencia de ciencias), una “economía ecológica”.

También cabe, desde luego, adelgazar la crítica e ignorar estas disquisiciones radicales y tirar por la vía del socialismo reformista. Esta última elección es la que practica Piketty.5

Recapitulando: el capitalismo en el laberinto

En ocasiones, una buena imagen alumbra y suscita un camino reflexivo fructífero.

Yanis Varoufakis, que fuera ministro de asuntos económicos en la Grecia del primer Gobierno de Tsipras y, todavía hoy, figura como cabeza visible de la pugna contra la política de austeridad extrema de la troika, acuñó el término Minotauro global (Varoukakis, 2013) para referirse al modelo de dominio americano hasta la crisis actual. En realidad, la imagen del laberinto global (donde el Minotauro capitalista reside y domina) es la que conviene todavía al mundo económico vigente. Hasta cierto punto, persiste el laberinto intelectual, político y social acerca del presente y del futuro del capitalismo.

Piketty nos ofrece datos enormemente útiles sobre el capitalismo como sistema necesariamente generador de desigualdad, aunque la principal debilidad de su aportación reside en dar por sentada, como si fuera una verdad revelada, natural e inmutable, la trama conceptual hegemónica en el campo de los economistas. Por añadidura, el horizonte práctico-político que se desprende de su libro aboga por una simple remodelación cosmética del actual modo de producción mediante la política fiscal progresiva y redistributiva.

Lo cierto es que el pensamiento de izquierdas sigue debatiéndose en una encrucijada de ideas que oscila entre el pragmatismo de corte socialdemócrata y la relectura de la realidad desde posiciones radicales.

Estas no son “la alternativa”, sino una vía creativa y sustantiva, no incompatible con reformas sociales de carácter parcial, para pensar de otra manera y alumbrar futuros movimientos emancipadores. En la tomentosa y paradójica dialéctica de ambos polos nos seguimos encontrando.

[Referências]

PIKETTY, Thomas (2014). El capital en el siglo XXI. Madrid: FCE, 663 págs.

BRAUDEL, F. (1984). Civilización material, economía y capitalismo. Los juegos del intercambio. Tomo II. Madrid: Alianza Editorial.

CUESTA, R. (2015). El capitalismo, una vez más: el retorno cíclico de una cuestión controvertida y molesta. Rebelion. <http://www.rebelion. org/noticia.php?id=206676>. (Consultado el 20 de enero de 2016).

HARVEY, D. (2014). Afterthoughts on Piketty´s Capital in the Twenty-First Century. Challenge, 57 (5), 81-86.

HOBSBAWM, E. (2011). Cómo cambiar el mundo. Barcelona: Crítica.

MARX, K. (1973). El capital. Libro primero, capítulo VI (inédito). Madrid: Siglo XXI.

MILANOVIC, B. (2012). Los que tienen o no tienen. Una breve y singular historia de la desigualdad mundial. Madrid: Alianza.

NAREDO, J.M. (2015). La economía en evolución. Historia y perspectivas básicas del pensamiento económico. Madrid: Siglo XXI.

NAVARRO, V. (2015). Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante. Barcelona: Anagrama.

POSTONE, M. (2006). Tiempo, trabajo y dominación social. Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx. Madrid: Marcial Pons.

STIGLITZ, J.E. (2015). La gran brecha. Qué hacer con las desigualdades. Madrid: Taurus.

VAROUFAKIS, Y. (2013). El Minotauro global. Estados Unidos, Europa y el futuro de la economía mundial. Madrid: Capitán Swing.

[Notas]

1. Por su parte, B. Milanovic (2012), ex presidente del departamento de estudios del Banco Mundial, opina que hoy la desigualdad es un peligro para todos, una verdadera plaga sin parangón en la historia.

2. En la misma línea “ortodoxa”, Vicenç Navarro (2015, pp. 183-193) dedica todo el capítulo V a enmendar la plana a Piketty por ignorar en su análisis la lucha de clases.

3. Como demuestra la compleja y muy recomendable obra de Moishe Postone (2006), hay muchas maneras de comprender las categorías básicas de la economía política de Marx. Una es la del marxismo tradicional dentro del que se encuadra la interpretación de Harvey y otra muy distinta es la de Postone. Este último niega la cualidad transhistórica (más allá del capitalismo) de las nociones económicas de Marx.

4. Valga como ejemplo de este retorno, el interesante monográfico de la revista Isegoría, 50 (2014) dedicado a La vuelta de Marx.

5. Para una lectura triangular y comparativa de Piketty (2014), Postone (2006) y Naredo (2015), véase mi trabajo (Cuesta, 2015).

Raimundo Cuesta – Fedicaria-Salamanca.

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[IF]

Die Genese der Peirce’schen Semiotik. Teil 1: Das Kategorienproblem (1857-1865) [A gênese da semiótica peirciana. Parte 1: O problema das categorias] – TOPA (C-RF)

TOPA, Alessandro. Die Genese der Peirce’schen Semiotik. Teil 1: Das Kategorienproblem (1857-1865) [A gênese da semiótica peirciana. Parte 1: O problema das categorias (1857-1865)]. Würzburg: Königshausen & Neumann, 2007. 443 p. Resenha de: ANONNI, Marco. Cognitio – Revista de Filosofia, São Paulo, v. 10, n. 1, p. 163-166, jan./jun. 2009.

Charles Sanders Peirce is an emblematic case in the history of ideas. He passed away in 1914 almost forgotten by his contemporaries, but today is at the centre of a renewed interest from both the philosophical and the scientific circles. In the last years the growing attention toward his thought has been reflected in an increasing number of publications, research-centres and conferences dedicated to him. The genealogy of this sudden shift in Peirce’s fortune is now well known among his scholars. Once the old commonplaces, which had so far placed Peirce in the role of an incoherent genius, were finally overcome, it was possible to appreciate the unity of his thought under a very different critical light.

This has completely changed Peirce’s image, giving us a far more systematic and fascinating author than it was conceivable even a few decades before. If this has been made possible the merit is due to a series of editorial enterprises undertaken with determination by some American scholars. They believed both in the unity of Peirce’s thought and in the possibility of a chronological reconstruction of his manuscripts, in spite of four major difficulties. The first was represented by the messy condition of the unpublished material left by the American author, estimated in more than 100.000 pages. The second was that Peirce never published an entire book, which could have summarized even a small part of his complex system, during his whole life. The third was that, during his intellectual career, the father of pragmatism dedicated himself to an astonishing number of different fields of inquiry, from mathematics to cosmology and from chemistry to metaphysics.

The fourth was that his thought was, due to both his holistic perspective and his inner nature, always in constant evolution. Concerning this last point, one can rightly says that every central notion upon which Peirce has built his architectonic system, being it the one of sign, the one of continuity or the three fundamental categories of firstness, secondness and thirdness, has been more a work in progress never completed rather than the realisation of a stable philosophical intuition. This situation explains why interest has been grown so much around those publications that focus both on the extension of his work and on its chronological development. It has become quite clear that, without an adequate reconstruction of the genesis of Peirce’s system, and of its main notions, it is almost impossible to gather into a coherent image the thousands of splinters in which the original design is fragmented.

The volume written by Alessandro Topa, Die Genese der Peirce’schen Semiotik.

Teil 1: Das Kategorienproblem (1857-1865), places itself among this kind of scholarly work. Its aim is to inquire into the genesis of Peirce’s semiotic from the point of view of the reflections made by the American author in those years on the problem of the categories. This work, as the subheading shows, represents only the first half of a study which will soon be extended to cover texts dated 1873. The partition in two volumes mirrors the result achieved by the author. The thesis which Topa seeks to vindicate is that between 1864 and 1865 there was a critical change in the relation of preeminence between metaphysics and logic which had widely characterised the previous writings.

The present volume is dedicated to the former half of this transition, when Peirce still conceived the categories as processing structure of an original ens in the act of its creation, and attacked the problem of their relation “in a speculative, physical, historical and psychological manner” (p. 89). The underlying theme of the text is therefore the emergence of the belief, in the early Peirce, that only trough a renewed logical and semiotical position it was possible to correct the flaws that have previously undermined Kant’s transcendental deduction.

From a general point of view, Topa’s reconstruction possesses two qualifying points. The first derives from the intrinsic interest of the period taken into consideration, together with the scarcity of already dedicated critical studies. Although Peirce’s thought was the object of continuing revisions, nonetheless much of his later system was, in nuce, already present in the fundamental 1867 paper On a New List of Categories. It is certainly not an accident that, in a letter written to the Italian pragmatist Mario Calderoni in 1905, Peirce himself wrote that “it was in the desperate endeavor to make a beginning of penetrating into that riddle –the one of the categories- that on May 14, 1867, after three years of almost insanely concentrated thought, hardly interrupted even by sleep, I produced my one contribution to philosophy in the New List of Categories” (CP 8.213).

In spite of the centrality of this fundamental phase, there exist today only few critical studies that aim at a whole reconstruction of it. Inside this framework, and after an introductory section focused on kantian philosophy (pp. 30-64), Topa’s analysis begins with the presentation of the context in which Peirce first encountered the philosophy of Kant. In particular, the third chapter (pp.113-152) is of remarkable interest. It concentrates on the central passage “von Schiller zu Kant”. In fact, it is from the hermeneutical perspective opened by the readings of Schiller’s Über die ästhetische Erziehung des Menschen that Peirce first came in contact with Kant’s first Kritik during the early years of his attending at the College of Harvard. The volume proceeds to examine in a chronological order the main texts of these years, when Peirce advances toward his own list of categories through a plurality of diverse influences coming from Kant and Schiller, but also from Hamilton, Cousin and Whewell. It is worth noting, in these early years, how Peirce, who was still in his twenties, had already established some of the most fundamental properties that will structure the future triads of categories (firstness, secondness, thirdness) and of signs (icon, index and symbol). Among them, the triadicity of the basic references and the mutual irreducibility of them are two essential features that Peirce, notwithstanding the continuous revisions, will never cease to ascribe to his fundamental trichotomies. The emergence of this plane of reflection is already clear in the Treatise on Metaphysics, a text where Peirce operates a radical change concerning his former metaphysical perspective. The undertaking which is carried on in this text is the definition of the “true idea” of metaphysics as the resultant of three diverse and irreducible historical tendencies: the dogmatic, the psychological and the logical one.

Topa analytically follows the argument of the Treatise, dedicating one paragraph to each of these theoretical directions. Thereafter it follows an extended analysis of another manuscript, entitled The Place of Our Age and dated 1863, in which Peirce aims to realise a “Metaphysik der Geschichte”. Here one can observe how the proto-categories so far elaborated are still combined with other elements coming from the kantian philosophy of history and religion. The following part is concentrated on the reading that Peirce gave of Kant’s thought in a lecture delivered in 1865 at Harvard, where it became clear that he finally resolved to attack the problem of the categories from the side of logic conceived as semiotic. The text ends with a last section entitled “Überleitung zur objektiven Symbolistik” that should act as an ideal pivot between this and the next volume.

The second qualifying point which was previously pointed out is represented by the methodology followed by the author. The general intention that pervades the whole volume is to provide a richer historical picture of all the relationships that have animated and guided the first peircean reflection. The whole book is interleaved with excursus centred on other authors and on particular aspects of their thought. Among them, two are dedicated to the concept of modality in Kant, two to Schiller and one to the relationship between Peirce and Hegel. In particularly, the analysis made by Topa strives to enlarge the picture that one can get from the reading of just the first volume of the Writings of Charles S. Peirce: A Chronological Edition (1857-1866). It should be kept in mind that both the two major editions of Peirce’s writings feature some gap, even if for diverse motivations, concerning the first years of his reflection. On one hand, the publishing of the Collected Papers of Charles Sanders Peirce, at the beginning of the ’30, had the huge merit to be the first extended publication of Peirce’s texts but, on the other hand, it was heavily affected by the arbitrariness of both the order and the content of the selected material. The necessity of a definite chronological edition began to be finally satisfied only in 1882, thanks to the printing of the first volume of the Writings. However, even the latter cannot be considered alone as a definitive resource for every issue. The necessity of reconstruction and selection of thousands of manuscripts has forced the editors to include only a part of a much larger bulk of material, obliging them to leave out the rest. One of the most problematic consequences of this forced selection was that it privileged the main relationship Kant, but at the price of overshadowing the richness of other influences. On the other hand, a growing series of studies in the last years have clearly shown that also the confrontation with Whewell’s or Schiller’s thought played an essential and propulsive role for the speculations of the younger Peirce too.

In front of this situation, Alessandro Topa’s works satisfies most of its aims and helps to provide a more complete reconstruction of this phase. If we take as a touchstone all the other studies available today, together with the lists of books studied by Peirce in this period -as recorded in the manuscripts numbered 1555 and 1555a in the Robin’s Catalogue– it is possible to ascertain that most of the influential works and authors in this phase are affectively present also in Topa’s reconstruction. There are only a few exceptions, as the one represented by the absence of any references to the work of the brothers Hare, which was nonetheless relevant to trace the origin of some central terms used in 1861 texts. The only general criticism that can be moved to the plan of the work is that it leaves out, or at least in the shade, the bibliographic dimension of the author which, in the case of a complex personality as was Peirce’s, might have been useful to 166 Cognitio, São Paulo, v. 10, n. 1, p. 163-166, jan./jun. 2009 Cognitio – Revista de Filosofia complete the map of all the motivations that guided the father of semiotic in those years.

In conclusion, the volume written by Topa presents a useful instrument able to provide an adequate theoretical and historical reconstruction of the initial genesis of Peirce’s semiotic. These characteristics, together with the choice to examine one of the most neglected period in Peirce’s production, make Die Genese der Peirce’schen Semiotik.

Teil 1: Das Kategorienproblem (1857-1865) a valid contribution to the contemporary literature on Peirce.

Marco Anonni Università degli Studi di Pisa – Italia. E-mail: [email protected]

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